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Crítica / Tesis, antítesis y síntesis (Orquesta Nacional de España) - por Luis Mazorra

Madrid - 26/01/2021

Partitura reciente, concierto y sinfonía, menú habitual de los programas sinfónicos, contó en esta ocasión con tres atractivas propuestas: una dinámica partitura de Jesús Torres, el Primer y más solicitado concierto para violín de Max Bruch -a priori, la obra más trillada-, y toda una Quinta sinfonía de Sibelius. Tesis, antítesis y... síntesis.

Un menú estimulante con sus dosis de novedad y tradición relativamente compensadas sobre el papel, sobre el atril en este caso, y, eso sí también, abultada sabía romántica -incluso en la obra inaugural, por cierto-. Era el segundo concierto de temporada en este nuevo año de la Orquesta Nacional de España dirigida por Jaime Martín con una rutilante María Dueñas en destacado rol solista.

Jesús Torres construye con energía y determinación su «El triunfo de Baco» de unas Tres pinturas velazqueñas que ya escuchamos en su integridad. Un motivo obsesivo de apenas seis notas que, a la postre, apuntaló el timbal en un contundente remate conclusivo. Un arranque de programa, pues, resuelto y decisivo, sin concesiones. Con una factura acorde con dicha pretensión.

Un timbal que así, no sé si sin pretenderlo, enlazó con la obra que le siguiera; como si de un cambio de plano cinematográfico se tratara. Un timbal que presenta un inicio comprometido donde, en piano, es complicado lograr la deseada simultaneidad de los misteriosos ataques preparadores en el viento que le siguen.

Y sí, junto con el golpe de arco de la violín solista llegó el gran momento de la tarde. ¡Quién lo iba a decir...! ¡… con Max Bruch! Y además... ¡… con su Primer concierto para violín!. El más imitado y valorado, es verdad, pero también el más reiterado y maltratado sobre estas y otras tablas. Un momento álgido que no debería considerarse inesperado, toda vez se contaba en esta ocasión con una solista excepcional. Bendita sustitución de última hora por las circunstancias consabidas.

Maria Dueñas tomó así sobre sus hombros, no ya una poderosa, consistente y definida sonoridad, sino el propio carácter. Una coraje y carácter virtuosos indispensables en esta página del repertorio, que sólo bajo estas condiciones técnicas puede brillar. Y prueba de ello la tenemos, temporada sí, temporada también, si no es aquí, es allá, en otras versiones más limitadas. Brillante o intensamente lírica en los momentos en que la partitura así lo precisó.

Un savoir-faire solista que se combinó con alguna intervención solicitada al elenco desde el podio, ya de notorios e insistentes acentos sobre tesis en el último movimiento en la cuerda, ya de coloristas intervenciones del cuarteto de trompas en el primer movimiento, algo desproporcionadas ambas -entre otras- pese a su, en principio, plausible intención.

Un protagonismo propio del género de concierto que se siguió de una propina "en punta". Acostumbrados al movimiento, a poder ser lento, si es zarabanda mejor que mejor, de una sonata o partita bachiana con que nos regalan buena parte de los solistas más y menos renombrados, escuchar, genio y figura, estos alardes con técnicas violinísticas de todo tipo, aliento, empaque y forma de cadencia virtuosística, por fatuos que puedan ser o parecer, supone un generoso riesgo adicional digno de dejar constancia y agradecer. Y así lo hizo este público de sábado, que si no llega a ser por la exigencias de pandemia, la hubiera obligado de buen grado a una segunda propina. A punto estuvo.

La Quinta de Sibelius es un manjar sinfónico exquisito. Un manjar que no se prodiga lo que debiera por aquí bajo la alargada sombra de una excesivamente recurrente y popular Segunda. Sin quitar méritos a una u otra, las comparaciones son odiosas, esta obra expresa, y expresó de nuevo está noche, su vocación, si no transgresora, adjetivo que no va con el finlandés, al menos innovadora dentro de la más noble tradición romántica.

Una obra donde hay depositada mucha reflexión y compromiso musicales. Un compromiso con obvias, patentes hoy desde un primer momento, dificultades para el mantenimiento de la "continuidad sinfónica" entre grupos tímbricos sucesivos, el fraseo coherente así como la inteligibilidad, consciente o inconsciente, de su peculiar y progresivo discurso formal.

Una obra bien seleccionada, estimulante a priori como dije, para rematar este programa. Una suerte de imaginada síntesis entre la novedad y la tradición que, de alguna manera, habían representado las páginas anteriores.

Luis Mazorra Incera

María Dueñas, violín. Orquesta Nacional de España / Jaime Martín.

Obras de Bruch, Sibelius y Torres.

OCNE. Auditorio Nacional de Música. Madrid.

Foto © Rafa Martín

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