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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Sonidos del Este eslavo - por Ramón García Balado

Santiago de Compostela / Vigo / A Coruña - 10/05/2023

Rosanne Philippens venía a sustituir al previsto Nemanja Radulovic, con el Concierto para violín de Aram Khachaturian, para interpretar en su lugar el Concierto para violín y orquesta en Re M. Op. 35, de P.I. Tchaikovski, una violinista que en su formación, recibió la consideración Cum-laude  del Koninklij Conservatorium de La Haya, en 2009, antes de consolidar sus estudios en la Hochschule für Musik en el Berlin Hans Eisler, a partir de 2014, prosiguiendo en Rotterdam. Entre sus maestros destacan Vera Beths, Anner Bylsma, Coose Wijzenbeck y Uf Wellin. Mereció el Price  National Violin Concours, asistiendo a frecuentes colaboraciones con artistas como  Michael Tabachnik, Étienne Siebens o Martin Sieghart y Oskar Back. Tuvo un protagonismo importante en sus colaboraciones con la Noord  Nederlands Orkest, como artista en residencia, que se ampliará con las presentaciones con formaciones como la Royal Philharmonic Orchestra, la Hermitage P.O., la Freiburg P.O. o la SWR Konstance y la BBC Scottish S.O.  Dispone de un Stradivarius Barrere de 1727, en cesión de la Fundación Elise Mathilde.    

Piotr Ilich Tchaikovski con  este Concierto para violín y orquesta en Re M. Op. 35, escuchado en esta temporada a Bomsori Kim, con Víctor Pablo Pérez, y la O.S. de Galicia, también en sesión memorable. Una obra por excelencia en el género que ha gozado de sublimes defensores como Nathan Milstein, Jascha Heifetz, David Oistrakh, Isaac Stern,  Henryk Szeryng, Sir Yehudy Menuhin  o Pierre Amoyal y Anne Sophie-Mutter, genuino  santo de devoción, dejando a la sombra en lo posible las comparaciones con otras obras concertantes para otros instrumentos como las Variaciones rococó para chelo o la Serenata melancólica y los tres conciertos para teclado. El autor disfrutaba de un relajado descanso en Montreux, en el invierno de 1878, tras la pesante presencia de sombrías experiencias personales, marcadas por una profunda crisis, momento en el que recibe la visita del violinista Iosif Kotek, con el que guardaba un afecto desde hacía años. Intensa la labor en el tratamiento de este concierto, que apuraba por salir a la luz con una absoluta confianza en sus posibilidades, en las que también Kotet tendría algo que ver. Malas lenguas aceptarán influjos evidentes de la Sinfonía española de Edouard Lalo, curiosas perspectivas que en definitiva no vendrán al caso. También su hermano Modest, añadirá oportunas objeciones que no condicionarán su evolución. El previsible dedicatario, será a la postre Leopold Auer, quien ya había sido reconocido con la Serenata melancólica, aunque el estreno se cancelaría por el rechazo de Auer, hasta que Adolf Brodsky encare el riesgo, lo que supuso un cambio de dedicatario, quien lo pondría atriles con la O.Filarmónica de Viena, dirigida por Hans Richter.

El Allegro moderato marcado por los primeros violines  resultaba  una breve entrada para permitir a la solista la exhibición del notable virtuosismo exigido, tan polémico en su tiempo, con ese manifiesto sonoro de las triples cuerdas, los intervalos agobiantes y la serie de ritmos con puntillo. La propia solista se impuso en el segundo tema, con una soberbia elaboración, preparando el episodio Più mosso, con su despliegue de dobles cuerdas, los juegos de arpegios y la cascada de trinos- sorprendente aplauso espontáneo de los asistentes, en reconocimiento a la generosidad de entrega, sin apenas ensayos justamente compartidos con Paul Daniel-  La delicada  Cadenza, ubicada antes de la reexposición, destacó dos temas destacables  por su brillantez. La  Canzonetta, segundo tiempo, entregó su pasión melódica con la  solista en el punto álgido, momento de apreciaciones nostálgicas que evocaba  un estilo de canción, con una respuesta de la flauta que ayudaría  a recrear el estado ensoñador dejando paso al clarinete. La violinista  supo  mantener la pauta discursiva del movimiento, con un intenso trino.

El Allegro vivacissimo, tiempo final,  un modelo alla zingaresse, vivo y arrebatado, cargado en toda su extensión por ritmos acelerados y permanentes sobresaltos que contribuyeron a la persistencia acentuada de la propia solista, imponiendo la saturación de sus dominios frente al resto de los miembros de la orquesta, clave para su aceptación y motivo de tantos enfrentamientos de juicio, hoy claramente postergados. Una vivacidad en beneficio tanto de la solista como de la orquesta, en una enriquecedora alternancia de argumentos que con toda evidencia nos llevará a imaginar motivos de danza anclados en el imaginario colectivo. Había escrito el autor un tiempo a mayores, un movimiento lento al que acabaría renunciando, dejando en su espacio la seductora Canconetta, perfecto equilibrio entre los otros dos tiempos.       

Dos obras para conceder absoluto reconocimiento a Paul Daniel, tras el Concierto para violín, en tarde que valdrá para recordarnos sus años con la orquesta. Leos Janacek, con Taras Bulba, una rapsodia inspirada en Gogol, con estreno en 1921 y dirección de Vaclav Neumann, obra que había tenido una primera  versión seis años antes y que observa claras dependencias con la tradición rusa. Épica jalonada de tremendismos, en sus  tres tiempos desde La muerte de Andreï, a través  de un solo del corno inglés, que trasladaría  al violín, una expresión que reflejaba las debilidades afectivas del joven cosaco por la muchacha polaca, en un enfrentamiento de castas. Una serie de fortissimos repetitivos, en manos de sonidos de campanas, nos trasladaba a un mundo en guerra, que describía la acción, entre el lirismo y las amenazas, que condujeron  a un tema violento expresado por los metales, sirviendo  como tema que describía  al protagonista Taras.  La muerte de Ostap, fue confiada a las cuerdas como  preparación a  la marcha al suplico en forma de mazurca, mientras los vencedores imaginarios celebran su apoteosis a la vista de un Osip claudicante, descrito por el clarinete. La Profecía y muerte de Taras, nos ubicaba ante una situación desgarradora mostrándonos  la  hoguera vengativa en su descripción, un tiempo de tensiones épicas remarcadas por el protagonismo del órgano- en manos del compositor Fernando Buide-, instrumento ausente en la primera  versión.

Zoltan Kodaly  y las Danzas de Galanta, un encargo para el octogésimo aniversario de la Sociedad Filarmónica de Budapest, con estreno el 23 de octubre de 1933, y una evocación de sus años en esa región y ese pueblo, apreciado por su orquesta zíngara, parte de las danzas editadas entonces, sirvieron al compositor para la escritura de su colección en un sentimiento de profunda deuda en cuanto a su arraigo, por el entrecruzamiento de aires folklóricos, efectivamente nostálgicos por sus raíces populares, remarcados por los ritmos típicos de los verbunkos, a los que se incorporaba  el intermedio de Hary Janos, precedido por una introducción apacible, preparada por el clarinete, dejando a la postre una pieza con aire de rondó y una coda desarrollada. Metidos en este ambiente cultural, y remitiéndonos a Janacek, recordemos los años de investigación y recopilación con su amigo Frantisek Bartos, quienes formaron un tándem similar al de Béla Bartók y Zoltán Kodaly, investigaciones que condujeron a la edición y publicación de música popular y que el segundo elegirá para obras como las Danzas de Laquia (región del norte de Moravia). Janacek en su paneslavismo y rusofilia, manifestaba obsesivamente las variantes de una clara idea chauvinista, y el rechazo inmediato de lo austríaco y lo germánico. Los humillados y ofendidos checos, parecían encontrar su liberación en la amada Rusia, frente a las sevicias de la madrasta austríaca y la malvada tía húngara. Janacek aprendió ruso, fundó círculos de amistad con Rusia, además de formar parte de ellos, poniendo nombres rusos a sus hijos Vladimir y Olga.              

Ramón García Balado

 

Rosanne Philippens

Real Filarmonía de Galicia. Paul Daniel

Obras de P.I.Tchaikovski, Leos Janacek y Zoltán Kodaly

Auditorio de Galicia, Santiago de Compostela

Teatro Afundación, Vigo

Palacio de la Ópera, A Coruña

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