La primera vez que pudimos escuchar en Sevilla a Sokolov fue allá por el año 95, y ya la impresión fue tremenda; posteriores visitas fueron confirmando lo que ya era un clamor en todo el mundo musical: había nacido una estrella. Una estrella, eso sí, adusta, casi marmórea, de alguna galaxia lejana, a juzgar por su distanciamiento. Algo de ese rictus marcó las polonesas de Chopin: la majestuosidad de las piezas, la melodía épica, patriótica, grandiosa del pueblo polaco, silbada sobre ritmos con frecuencia marciales casaban con el imponente pianista, que sorteó las dificultades técnicas sin inmutarse apenas, coronándolas con la Heroica. Sobre una técnica extraordinaria, acaso debería haber algún hueco para el rubato, para flexibilizar algo más los momentos más emotivos, que todas comparten. Sin duda, la que más posibilidades expresivas promete es la citada op. 53, y especialmente su momento más emocionante y complicado en la sección central, el de unas octavas en la mano izquierda (un ostinato de cuatro notas muy rápido) sobre la que la cual discurre sottovoce la melodía acórdica, que termina explosionando, momento en el que se ha querido ver el avance de los ejércitos rusos sobre Polonia.
Sin embargo, nos pareció que estuvo más relajado, más cercano, acaso más sensible en los Preludios de Rachmaninov. Acaso porque el compositor ruso partía de una pasión por el maestro polaco: “cada nota de Chopin es oro puro", le decía su amigo Rubinstein; y de hecho, Rachmaninov lo tocó -y grabó al piano- mucho. Y no es que les falte dificultad técnica precisamente a estas 10 piezas pertenecientes a la op. 23: el nº 2 se sostiene sobre abruptos arpegios en la mano izquierda y una melodía muy rítmica en la derecha, así necesita dominio del contrapunto, lo que a su vez exige gran independencia entre ambas manos, así como una pulsación musculosa y después delicada; o el nº 5, dotado de una vitalidad rítmica notable y pronunciados escollos, lo mismo que el famoso -e incluido en el repertorio de cualquier gran pianista- nº 7, un auténtico carrusel de emociones sobre matices infinitos, que el pianista pintó con una coloración mayor que en Chopin. Al término del programa, sólo ofreció una propina, seguramente por el toque de queda, y fue una encantadora, sutil y delicada Mazurca en La menor, con unos trinos prolongados perfectos, verdaderos trinos y no timbres…
Carlos Tarín
Grigory Sokolov, piano.
Obras de Chopin y Rachmaninov.
Teatro de la Maestranza, Sevilla.
Foto © Guillermo Mendo