Con una breve entrevista en el proscenio, del hoy director de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, Baldur Brönnimann, al autor, Marcos Fernández-Barrero, se presentó la obra encargo AEOS-Fundación BBVA: Nocturno sinfónico. Una partitura que jugó con atmósferas sonoras generadas por la fusión de timbres, pulsaciones y armonías espectrales trufadas con breves motivos. Una incisiva sonoridad de relativa plasticidad que se sumergió al punto en una mayor animación donde aquella vitalidad motívica ganaba protagonismo. Al final, disgregación y vuelta a casa, remitiendo a sugerencias iniciales propias de su titular, para que un pasaje activado por la percusión, contagiara su actividad rítmica de unos a otros grupos instrumentales, a modo de coda, rematando la obra.
Dmytro Choni, flamante ganador del XIX Concurso de piano Paloma O’Shea, afrontó como solista el agitado Vigésimo concierto en re menor, K.V. 466, de Mozart. He de confesar que, ya de primeras, según puso las manos en el piano tras la introducción orquestal, me impresionó el matizado sonido de este joven virtuoso. Un toque firme pero delicado al que muy pronto se acomodó como un guante, la orquesta, en amalgama perfectamente trenzada: sutileza, color y dinamismo, calificativos que pocas veces vemos unidos y... con Mozart, su mágica prueba de fuego. Más aún con este Concierto en particular, con el que tantas veces hemos escuchado interpretaciones más o menos eruditas, lecturas mojigatas o, en el otro extremo, cercanas a un ampuloso romanticismo.
El Allegro inicial de Dmytro Choni junto con la Orquesta y podio, fue ejemplar, con una valiente cadencia, sin salirse de su estilo "Sturm und Drang" proyectado siempre hacia un primer romanticismo tan del gusto, después, del joven Beethoven que le seguirá en programa.
La Romanza gozó de la exquisita placidez que la caracteriza, torneada por el vértigo tormentoso que la cruza. Por su parte, el enérgico Finale con forma de rondó, mezcló fuerza y hondura con la gracia y ligereza que le son propios. Una nueva y breve cadencia con ajustado uso del pedal sin perder aquella esencia estética, no exenta de cierto suspense con su espléndido despliegue trinado final, enlazó, sin solución de continuidad y preciso encaje, con el tramo final conjunto. Todo un abanico de estratos dinámicos y de reguladores en fraseo hasta el último suspiro, con una orquesta especialmente solícita.
Sin abandonar la ciudad que vio nacer este célebre Concierto para piano y orquesta -por cierto, en este mismo mes de febrero además, eso sí de 1785-: Soirée de Viena, Una paráfrasis de concierto sobre valses de El murciélago de Johann Strauss, realizada por un Alfred Grünfeld de patentes tintes lisztianos, que remató con un ingenioso final que conjugara sus temas, esta brillante presentación del pianista ya en modo de virtuosismo perlado y fatuo.
Y todavía sin salir de la bella capital austriaca, la Primera sinfonía de Beethoven también allí estrenada -Burgtheater-, puso el broche final al programa con la cuerda en idéntica disposición que en las obras previas -las dos secciones de violines enfrentadas a ambos lados del podio-.
Pulcritud clásica, claridad y distinción en la introducción y entrada del Allegro con brio-sonata. Buena definición en lo estético, para nada ecléctica o desdibujada, y en lo técnico, con precisa continuidad sinfónica y preciosista articulación, volcada sobre una obra que, pese a los diletantes de manual, devuelve con creces el esfuerzo que se pone en ella.
El Andante cantabile con moto nos sumió más aún, en un clasicismo irredento. Tras él, un Menuetto con hechuras de Scherzo -Allegro molto e vivace-, continuó con aquellos mimbres y obvia mayor brillantez, al igual que en su trío -mención aquí al trabajo de primeros violines-. El Finale -Allegro molto e vivace-, con suspense previo -Adagio-, atrajo ya todos aquellos rasgos interpretativos desplegados con relativa mayor celeridad.
Dos piezas enlazadas, pues, el Concierto para piano de Mozart y la Sinfonía de Beethoven, que nos remiten a una imaginada Soirée en Viena y, toman y hacen florecer, respectivamente, del futuro y del pasado, sus más preciadas galas.
Luis Mazorra Incera
Dmytro Choni, piano. Orquesta de la Comunidad de Madrid / Baldur Brönnimann.
Obras de Beethoven, Mozart y Fernández-Barrero.
ORCAM. Auditorio Nacional de Música. Madrid.
Foto: Programa-cartel del concierto.