Nueva fiesta para la música de órgano en matiné de sábado organizada por el Centro Nacional de Difusión Musical en la sala sinfónica del Auditorio Nacional de Música. Un programa interpretado en vísperas de las fechas navideñas por Daniel Oyarzábal cuya variedad interna, conformada por tres atractivas páginas -el electrizante Widor de su celebérrima Toccata, un breve Prokofiev escénico y danzable en arreglo, y el consumado Alain de sus, no menos frecuentadas, Letanías- se asentaba firmemente, sin embargo, en sus extremos. Sendos pilares anclados en dos incontestables figuras de la literatura para órgano: el Bach patriarca que da nombre a estos encuentros, y Olivier Messiaen. Dos gigantes de cuyos catálogos originales para órgano, Oyarzábal escogió también, de cada uno de ellos, una pareja de entre sus obras más representativas.
La Sonata en do mayor del de Eisenach presenta una complejidad técnica que quizás no haya sido tan apreciable por el público en este vistoso contexto, dadas su definida, desnuda y exigente disposición en trío. Y es que, inmediatamente antes, abrió boca con arrojo y eficacia la sorprendente, aún hoy me temo, Pieza de órgano de Bach, cuya espontánea energía de arranque y, sobre todo, de conclusión, se intercala con una compacta escritura de severo contrapunto, desempeñando bien aquel papel inicial de exordio.
El segundo pilar, el que cerraba este programa de estricta duración horaria, se centró en aquel autor francés, Messiaen. Un compositor, aún a estas alturas de un siglo XXI que ha retrocedido en este tipo de relativas audacias estéticas, un tanto relegado, pese a la distancia que nos separa, poco menos de un siglo (!), con estas partituras en concreto. La Aparición de la Iglesia eterna fue una obra serena y contundente donde se lució la pericia de registración en un continuo de efecto casi orquestal. Una pericia dinámica y tímbrica en equilibrio, a la que se añadió la técnica desarrollada en su pieza final: Dios entre nosotros del ciclo La Natividad del Señor. Obra, además, de temática especialmente apropiada para estas fechas.
Un programa de concierto asentado, pues, en la sólida trascendencia de sus dos pilares extremos, quizás más comprometida en su primera parte bachiana. Dos pilares separados por piezas más frecuentadas, agradecidas o populares, con la curiosidad de un breve arreglo del Romeo y Julieta de Prokofiev que permitió escuchar la variada tímbrica que puede llegar a extraerse del pédalier y de los cuatro manuales al completo, con la oportuna incorporación de este último cuarto y característico.
Luis Mazorra Incera
Daniel Oyarzabal, órgano
Obras de Alain, Bach, Messiaen, Prokófiev y Widor.
CNDM. Auditorio Nacional de Música. Madrid.
Foto © CNDM / Rafa Martín