¿Son aficionados a la música de Franz Schubert? ¿Han deseado asistir alguna vez a una Schubertiada? Esas reuniones informales e inesperadas que reunían a Schubert y a un grupo de amigos suyos en torno a un pianoforte para disfrutar de las obras del compositor…
Pues si no estuvieron el miércoles 5 de diciembre en la tercera cita de las London Music N1ghts que convoca el Café Comercial de Madrid (con el patrocinio de la ginebra London Nº1), han perdido una ocasión de oro para vivir esa experiencia. Los conciertos de este ciclo, que se celebran en el salón superior del mítico local madrileño, permiten que el espectador se siente en cómodas butacas, frente a un gin tonic y una tapa, y se relaje escuchando buena música y mejores intérpretes.
En esta ocasión los artistas invitados fueron el Trío Vibrart, tres magníficos solistas que llevan varios años apostando por la aventura de mantener en activo y hacer crecer esta agrupación de violín (Miguel Colom), cello (Fernando Arias) y piano (Juan Pérez Floristán). Amigos desde su época de estudiantes, y poseedores de varios premios individuales, logran mediante su trabajo como trío fusionar sus diferentes virtudes musicales, presentando al público un conjunto sólido y coherente, decantado con rigor y calidad superlativa.
En cartel, dos de esas obras que ponen a prueba la personalidad de un conjunto de cámara. Hablamos del Trío nº 2 D929 de F. Schubert (1797-1828) y del Trío nº2 op. 67 de D. Shostakovich (1906-1975).
Compuestas en 1927 y 1944 respectivamente, ambas piezas son magníficos ejemplos de la producción de cámara de sus autores, y obras muy personales y autográficas en sus respectivos catálogos.
Schubert trabajó toda su vida para lograr escapar de la sombra de Beethoven, su ídolo, en una búsqueda constante de su propia voz, lo que explica que abordara tardíamente el trío de cámara, que Beethoven llevó a la perfección tras el impulso de Haydn. Debido a ello el Trío nº2 es obra del último año de vida de Schubert y formó parte del único concierto dedicado íntegramente a la música del compositor en vida de este, y el único en ser publicado fuera de Austria antes de su fallecimiento, con la amarga dedicatoria del propio Schubert, quien sabía que el éxito le llegaba demasiado tarde: ‘Este trabajo no está dedicado a nadie, salvo a los que encuentren placer en él’.
Obra larga (45 minutos) y compleja, contiene en sus pentagramas todo el genio de Schubert: su facilidad para la melodía, pero también su exigente trabajo de reelaboración temática (que siempre te mantiene en vilo, llevándote por caminos insospechados). Su magia para crear atmósferas y espacios, y por supuesto, la tensión dramática que esta obra comparte con otras de Schubert, como el ciclo de canciones Winterrreise (concluido más o menos por la misma época), junto con la figura del Viajero (Wanderer), tan cara al vienés, esa metáfora de la vida en constante transformación, y que a Schubert le dolía especialmente, por cuanto que era consciente de que ‘su’ viaje sería especialmente corto.
En el Trío de Schubert Viena resuena con ecos de danza y canciones populares, pero la tragedia se escapa por las costuras y tiñe de melancolía el momento festivo. Quizá por eso el cuarto movimiento de esta obra se convierte en un último esfuerzo por buscar la felicidad perdida transformándose en cambio en un lamento desgarrador, donde de pronto aflora la angustia con toda su crudeza. Schubert lo intenta, parece que le costara abandonar su personalidad original, pero al final triunfa la modernidad, un futuro del que él se sabe ya excluido. En la música de Schubert escuchamos todavía un mundo conocido, que la proximidad de la muerte transforma como una premonición.
El Trío Vibrart logró transmitir todo el drama de esta partitura con una equilibrada simbiosis entre entusiasmo y pesimismo y una envidiable capacidad comunicativa. Supieron desarrollar los tiempos con la tensión y el dramatismo necesarios, abordando los momentos más ‘vieneses’ con el punto justo de alegría, y volcándose en los pasajes más angustiosos con una admirable conciencia del pathos de la obra, a través de unas cuerdas desgarradoras y un piano vibrante y tenso.
Shostakovich compuso su Trio nº2 en 1944, cuando la guerra contra los nazis no había concluido todavía y el desenlace final era aún incierto, sobre todo en el territorio soviético (que él no quiso abandonar en ningún momento de la guerra). Escrito a la memoria de un muy cercano amigo suyo (el musicólogo I. Sollertinsky), esta obra parte de esa aflicción personal para transformarse en un aullido universal de desesperación frente a la barbarie de la guerra.
Todo el Trío está conducido por una especie de tensión nerviosa que se desenvuelve a través de los cuatro movimientos, entrelazándose con los motivos populares que emplea Shostakovich y con la materia original del compositor, en un ir y venir de confusión, disonancias y desasosiego. La sensación que el oyente se lleva es la de haber escuchado un intento de sentido homenaje personal a un amigo cercano, a través de melodías cotidianas y populares, reflejando un dolor al principio sereno. Que se desboca porque el momento histórico lleva al compositor hacia otro lado, hacia un desconcierto y una impotencia que solo pueden expresarse con muecas y gritos. La repetición de motivos musicales, que en otro compositor se convierte en familiaridad tranquilizante, adquiere en Shostakovich tintes de angustia y desgarro.
El Trío Vibrart superó en esta segunda parte de su programa dos grandes retos. Por un lado, logró mostrar una personalidad propia al diferenciar con claridad los estilos de interpretación de obras tan diferentes. Y, por otro lado, supo mantener con firmeza las riendas de una obra que puede desbordarse hacia momentos en exceso emotivos. La unidad y el equilibrio entre las voces de los instrumentos y su dominio de la fuerza y la delicadeza necesarias para matizar cada pasaje les permitieron transmitir sin esfuerzo aparente todo el angustioso material de esta obra tan personal.
Un piano en tensión constante, y unas cuerdas nada complacientes, más desgarradas que melodiosas, mostraron sin tapujos el profundo dolor que subyace bajo las notas de estos dos grandes tríos. Un dolor que en Schubert intenta expresarse a través de la melodía y la frivolidad, pero que termina por emitir hondos gemidos de angustia, en una tensa lucha entre la fachada que proporciona el joie de vivre vienés y el interior desgarrado del compositor. Y que en Shostakovich es directamente grito y desesperación, angustia e impotencia ante los horrores de la guerra.
Blanca Gutiérrez Cardona
Trío Vibrart (Miguel Colom, violín; Fernando Arias, cello; Juan Pérez Floristán, piano).
Obras de F. Schubert y D. Shostakovich.
Café Comercial. The London Music N1ghts, Madrid.
Foto: El Trío Vibrart en el Café Comercial, en The London Music N1ghts.