La noche del jueves, Ibermúsica planteó una síntesis de Brahms en el Auditorio Nacional. Cuatro obras en las que se halla todo el mundo creativo del compositor. Para empezar, su argamasa polifónica, por supuesto, que se encuentra tanto en las páginas de un solo instrumento como en los discursos colectivos.
En este concierto, todas las páginas eran orquestales, pero dentro de estas encontramos plantillas "puras", pensadas para una gran agrupación desde su origen (la Sinfonía n°4), junto a arreglos ajenos (las Danzas Húngaras n° 21 y n°14, escritas para piano a cuatro manos pero orquestadas después por Dvoràk y Albert Parlow, respectivamente).
Otro rasgo de la identidad brahmsiana que también subió al escenario: la música de cámara, que, con toda su intimidad, se asoma en el encuentro entre solistas de su Doble concierto para violín y violonchelo; aquí, ambos instrumentos conjuran desde su soledad acompañada todos los vientos del exterior, la orquesta. Más rasgos: la fusión entre intelectualidad absoluta (Sinfonía y Concierto) y raíz popular (las Danzas), gracias a la cual ni la primera se convierte en un mazapán académico ni la segunda en una verbena chabacana.
El milagro de Brahms consiste en engendrar discursos cuya complejidad no ahoga la expresión. Pero es difícil, posiblemente uno de los compositores más difíciles de asimilar. Brahms no se conformaba con melodías predecibles ni polifonías pasadas por la lavandería. Sus texturas son urdimbres densas en las que queda atrapada la luz, sus líneas exponen aliento o muerte cuando lo desean, y el oyente está obligado a rastrear los restos de brillo entre las costuras y a respirar sus ritmos.
Se necesitan intérpretes excepcionales para ofrecerle un buen Brahms al público. No sirven sólo virtuosos tocafusas (aunque apenas cuenta con partituras sencillas de tocar). Para este compositor, debes poseer firmeza intelectual y emocional. Por suerte, en esta ocasión estuvo defendido por mentes y manos idóneas.
La Budapest Festival Orchestra es una de las mejores orquestas actuales, y si además está dirigida por su fundador, Iván Fischer, el éxito llega solo. Llega solo porque la complicidad que han generado durante treinta años es propia de una gran familia, y un solo gesto del director, por mínimo que parezca, esconde una comunicación completa. Fischer es un director bastante extrovertido, pero escuchando (y viendo) la respuesta de cada instrumentista se sospecha que las consignas más importantes son transmitidas por telepatía (bueno, más bien por años de cercanía y trabajo intenso). Si algo caracteriza a esta orquesta (con su maestro) es la potencia. El sonido vibra en todo momento gracias a una energía que nunca desfallece. Esto podría hacer peligrar tanto la cohesión tímbrica como la trama del discurso, pero no sucede así. Las familias instrumentales forman un organismo unificado. Los pentagramas menos fuertes no pierden dinamismo, mientras que los clímax se alcanzan sin histrionismo, con una naturalidad pasmosa. Todo esto se demostró en el programa.
Las Danzas homenajearon todo lo que encierran de la fusión entre raíz y sofisticación. No cabe decir que, al ser (de mayoría) húngara, la orquesta "ha mamado" esos aires. Más de una vez nos hemos hallado ante nativos que destrozaban patrimonios populares (cayendo en el aburrimiento o en la horterada). Esta orquesta brilló en estas obras porque las ama y las ha estudiado hasta el corazón de la tinta. Y Fischer consiguió un empuje rítmico, en la primera, y un aliento sincero, en la segunda, que ni diluyó las melodías ni adelgazó las armonías. No obstante, emplear unas páginas tan breves como comienzo de cada parte, preludiando las "grandes obras", las convirtió en esos aperitivos que te sirven en bodorrios pero que no te tapan un diente.
En el Doble Concierto, al grupo y al director se les unieron Veronika Eberle y Steven Isserlis, y no se limitaron a ejercer de invitados, sino de parientes. En Brahms incluso un dúo puede resultar sinfónico gracias a las oleadas de sonido que nace de los instrumentos, también desde su dimensión más íntima, y Eberle e Isselis lo demostraron en esos fragmentos en los que jugaron (porque jugaron) a solas. Jugaron y, casi literalmente, bailaron. Pero cuando jugaron (porque jugaron) con la orquesta, en ningún momento fueron barridos por esta. Al contrario: demostraron el mismo empuje, cuidado tímbrico y conocimiento del colectivo, y todo con una sincronización absoluta. Dos intérpretes impecables técnicamente, sí, pero además dos mentes profundas, lo que requiere Brahms. Comparten un sonido agresivo en los momentos vehementes, pero nunca áspero, y en los líricos saborean cada nota hasta la emoción (como ejemplo, la sentida introducción de Isselis en el primer movimiento).
La última obra del concierto, la Cuarta, fue traducida por Fischer con las ideas perfectamente claras, pero sin necesidad de limpiar la densidad del compositor. El primer movimiento se convirtió más en un allegro tranquilo que en un allegro non troppo, pero no importó, porque la energía vibró y la coda llegó, triunfante y sin despeinarse. En el Andante moderato se celebró la placidez, y defendió que la belleza no tiene por qué ser una afectación cursi, sino el resultado de dominar el tiempo. El Allegro giocoso fue impecable, tal vez demasiado, que lo lúdico pierde cuerpo cuando es elegante.
Pero el final sí que se abrazó a lo energico e appasionato que exige.Puede que, por una serie de coyunturas, Brahms arrastrara la fama de conservador (fama que él, en parte por orgullo, aprovechó en las batallas del gremio), pero Fischer, con esa lectura tan intensa de temas impredecibles y texturas de bosques, nos demostró que lo único tradicional en Johannes era su aspecto formal. Puede que uno, habiendo escuchado ya unas cuantas sinfonías canónicas, sepa que después de tal tema venga otro y luego un desarrollo y una reexposición... pero lo importante en Brahms no viene tanto del orden de los factores como de los factores en sí, y el director, su orquesta y los soberbias solistas bucearon hasta el fondo de ellos. Entre los rasgos sintetizados del autor, parecería que falta uno indispensable: el vocal. Pues incluso este subió al escenario, con la orquesta entera cantando, a modo de propina, una de las prodigiosas piezas corales de Brahms. Y, por cierto, está gente canta como toca. Decía Menuhin que, el día que el mundo escuchase más a Brahms, sería un lugar mejor. Aunque esto parezca una afirmación tan idealista como pedante, comparto la convicción. Viendo el panorama, creo que escuchamos poco a Brahms.
Juan Gómez Espinosa
Orquestas y solistas del mundo de Ibermúsica. Serie Arriaga 23/24.
Obras de J.Brahms (Danzas Húngaras n°14 y n°21, Doble concierto para violín y violonchelo en La m, op.102 y Sinfonía n°4 en Mi m, op.98).
Intérpretes: Budapest Festival Orchestra, Veronika Eberle (violín), Steven Isserlis (violonchelo), Iván Fischer (director).
Fecha y lugar: 16 de Mayo de 2024. Auditorio Nacional de Madrid (Sala Sinfónica).