Y llegó el día. Yo-Yo Ma visitaba Madrid el 23 de febrero en un único concierto extraordinario de Ibermúsica que tuvo lugar en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional. El chelista reunió a un público ecléctico, que esperó largas colas para poder pasar al recinto y ocupar su asiento. El concierto, así como los celebrados últimamente en este edificio, con todo el aforo ocupado y los programas de mano entregados en papel, ofrece una sensación de vuelta a la normalidad.
Apenas hubo tomado asiento el último de los asistentes, cuando entró Yo-Yo Ma y se sentó en la silla preparada en mitad del escenario. No hubo preámbulos para apagar el móvil o para introducir el programa, Bach comenzó a sonar mientras se guardaban los móviles.
Las Seis Suites para Violonchelo de Johann Sebastian Bach conforman una enorme obra musical compuesta de danzas en las que se puede apreciar tanto la musicalidad del intérprete como su habilidad con el instrumento. Entre sus innumerables páginas se encuentran muchas que el público, sin saberlo, conoce por haberlas escuchado en muy diferentes situaciones, una película, la sintonía de un programa de televisión… Han sido grabadas e interpretadas en innumerables ocasiones, por lo que, por ejemplo, el Preludio de la Suite nº1 se puede encontrar medido a diferentes velocidades o por instrumentos muy dispares; sin ir más lejos, los guitarristas incluyen en su repertorio estas suites transcritas para guitarra.
¿Dónde radica entonces la diferencia con esta tercera versión de Yo-Yo Ma? Seguramente la edad sea un factor muy importante, cuando los juegos con el metrónomo se acaban y el músico considera importante profundizar en otros aspectos de la pieza. En la primera grabación, el chelista nacido en París contaba apenas 20 años, en la segunda 40 y ahora 60, y como él mismo dice “ahora que tengo 60 me doy cuenta de que mi sentido del tiempo ha cambiado, se ha ampliado y comprimido a la vez”. En cualquier caso, escuchar su versión de las “suites” es algo que debería hacerse, al menos, una vez en la vida.
Ligeramente inclinado hacia atrás, la figura del chelista frente al auditorio era de auténtico relax, también su cara, con los ojos cerrados la mayor parte del tiempo, reflejaba un estado apacible que, en realidad, ocultaba una profunda concentración. Yo-Yo Ma parecía sacar la música de su interior, con un discurso muy personal en el que escucha cada nota mucho antes de tocarla e interpretaba con todo el cuerpo, a través del violonchelo, pero con participación de todo su ser. Y todo ello sin perder el tempo, la flexibilidad del fraseo se producía en la propia línea musical, pero no en la medida final, por lo que el oyente percibe una gran musicalidad pero no pierde el pulso que parece guiarlo y llevarlo de un compás a otro. Aunque parece sencillo, es realmente complicado conseguirlo.
Su concepción de la obra es grupal y sería complicado decantarse por la interpretación de una en concreto, aunque sí podría diferenciarse en dos grandes partes que el propio Yo-yo Ma distingue: las tres primeras, que indagan en las posibilidades del violonchelo, y las tres restantes, que se atienen a la concepción lineal del Barroco. Tras el esfuerzo titánico que supone interpretar esta pieza durante unos 150 minutos, sin descanso, llegó un bis que canalizó toda la emoción que la música de Bach había provocado.
El cant des ocells cerró el concierto. Con apenas un hilo de sonido, esta vez sí, sin medida de tiempo, sonaron los pájaros con los que Pau Casals quería decir adiós a los conflictos políticos y bélicos. Todo un símbolo sonoro con el que se despidió Yo-Yo Ma y que dejó al público aplaudiendo y llorando por igual.
Esther Martín
Yo-Yo Ma, violonchelo
Programa conformado por obras de Bach
Sala Sinfónica, Auditorio Nacional, Madrid
Miércoles, 23 de febrero, 19.30 horas
Foto © Jason Bell