Dos particularidades forman la esencia del Festival de Música y Danza de Granada: la primera son los enclaves únicos donde se celebran los conciertos, de forma que éstos no sólo satisfacen el sentido del oído, sino que en ellos, el factor visual es un elemento casi tan importante como la música y si me apuran, el sentido del olfato también cuenta en lugares donde el incienso todavía impregna la madera de los asiento del Monasterio de San Jerónimo, el olor del polvo de las piedras seculares la solemnidad del palacio de Carlos V y el perfume del arrayán el patio del mismo nombre. No en vano “Un festival para los sentidos” fuel el lema de la pasada edición y puesto que los lugares no han cambiado, el espíritu sigue vigente. La segunda se halla en la propia historia de la ciudad: la mayor parte de los espacios fueron en el pasado palacios del reino nazarí, fundaciones reales o la sede del monarca en lo que primeramente se concibió como la capital de Hispania y lugar para el panteón de los reyes cristianos.
La historia deja una impronta ineludible para el oyente, la sensualidad de los escenarios también. A estas esencialidades se le añade un tercer factor desde hace dos años que Heras-Casado cogió las riendas del festival: la conjunción de la tradición- los grandes conciertos sinfónicos, el ballet, el flamenco- con la más rompedora modernidad en forma de programas poco habituales o no cercanos al gran público (el Monteverdi de dos de las sesiones es un claro ejemplo) o formaciones cuyo planteamiento es como poco, rompedor.
La luz del Cielo
Si hay algún templo cristiano que bien puede servir de áurea alternativa a la basílica de San Marcos de Venecia es el Monasterio de San Jerónimo de Granada, donde con una selección de la Selva morale e spirituale, Vox Luminis compensó con creces las casi dos horas de cola que sufrió el público para acceder a la matinal. Con un sonido brillante, pujante, una perfecta declamación del texto latino y una expresividad cálida y afectiva, los diez cantantes del grupo belga desgranaron maravillas como el Gloria SV 258, el Beatus vir SV268 y el Confitebor tibi Domine III SV 267, pertenecientes al testamento musical sacro del maestro de Cremona.
La alternancia de estilos (la polifonía de la prima prattica y la monodía o el estilo concertante de la seconda prattica) propia de Monteverdi, propició que todas las bondades de unos intérpretes brillantemente formados en el conservatorio de La Haya quedaran en evidencia: solos cristalinos como los de la soprano Zsuzsi Tóch, cuerdas empastadas o descaradamente vibrantes como la formada por los tenores Raffaele Giordani y Robert Buckland, tutti suntuosos especialmente en la policoralidad, el inteligente diálogo con los violines obligados y fantástico grupo del continuo, sobrio pero impecablemente ajustado con las voces, formado por Benôit Vanden (violone), Simon Lino (tiorba), Sarah Rudy (arpa) y Anthony Romaniuk (órgano). La agrupación estaba dirigida desde la cuerda de bajos por su fundador Lionel Meunier, de dirección contenida y eficaz. El concierto culminó con el Magnificat Primo SV 281 que elevó sus acordes por el cimborrio renacentista haciendo olvidar la sensación de frialdad que pocos días antes nos dejaron en el alma The Sixteen con Il Vespro del divino Claudio.
Vox Luminis / Lionel Meunier.
Selva morale e spirituale de Claudio Monteverdi.
Monasterio de San Jerónimo, 6 de julio de 2019.
El sonido de la naturaleza
Como apuesta segura, Christoph Eschenbach vuelve con la Orchestre de Paris de la que fue titular durante diez años. Reencuentro también con Gustav Mahler ya que en los anales del festival queda la mítica Resurrección que dirigió el maestro con la orquesta del Festival Schleswig-Holstein en el 2011.
La primera parte del programa se centró en el 150 aniversario de Berlioz, con Le carnaval romain y La mort de Cléôpatre para continuar con la primera sinfonía de Mahler “Titán”. Un planteamiento aparentemente deslavazado pero en realidad vertebrado por dos hilos conductores: la intención descriptiva o programática que lleva tanto a Berlioz como al Mahler de la primera sinfonía a diluir o ignorar directamente los límites de la forma tradicional y el cuidado casi obsesivo de la orquestación, seña de identidad de ambos compositores.
Y lo que parecía una propuesta tradicional, de circunstancias y aniversarios, quedó totalmente desmentida con la poco programada La mort de Cléôpatre, con la que Berlioz se presentaba por tercera vez al Concurso de Roma. Una obra muy experimental, tanto en el tratamiento tímbrico como en el trabajo melódico y armónico desvela una concepción muy moderna de la tonalidad, casi hermanada con la del joven Mahler. No sólo la singularidad de La Mort nos despertó del aburrimiento inicial, también la epatante intervención de la mezzosoprano Stephanie d’Oustrac- sobrina nieta de Poulenc, por cierto- que a la manera de las grandes heroínas del melodrama francés dejó al público literalmente hechizado. Con una trayectoria centrada en la ópera barroca francesa, su amplia tesitura, la pastosidad del timbre en los medios, el brillo aterciopelado en los agudos y una potencia que le hizo estar siempre en el equilibrio perfecto con la orquesta, hacen pensar que es una cantante más adecuada para el repertorio postrromántico que para el antiguo. Y no sólo destacó por la belleza de su voz y la perfecta declamación del texto sino también por la original manera de abordar el desesperado monólogo de Cleópâtre y su muerte, con una estética escénica casi expresionista.
Las aguas removidas que dejó d’Oustrac volvieron momentáneamente a su cauce con el estático comienzo de la primera sinfonía de Mahler. Obra compuesta en 1884, a partir de algunos temas contenidos en los Lieder und Gesänge aus der Jugendzeit (Canciones y tonadas de la juventud) y en los Lieder eines fahrenden Gessellen (Canciones de un camarada errante) fue concebida como una sinfonía descriptiva en cuatro movimientos. Ha sido llamada Natursymphonie, apelativo justificado por las indicaciones de tempo y carácter del primer movimiento (“como un sonido de la naturaleza”), por la utilización de temas de baile populares como el Landler, o por el empleo de las trompas de una manera similar a las trompas alpinas.
Aquí fue donde la Orchestre de Paris brilló con luz propia y demostró que en manos del piloto adecuado, responde como un coche de fórmula uno pasando de cero a cien en décimas de segundo. Así, la Orchestre de Paris interpretó de forma magistral el lirismo contenido del primer movimiento, la rudeza del baile popular del segundo, la descarnada ironía transmutada en ocasiones en suave melancolía de la marcha fúnebre del tercero y sublime paso de la oscuridad del Fa menor del comienzo del cuarto movimiento llevado con una tensión casi imposible de soportar al triunfal Re mayor de los últimos acordes. La magnífica y absolutamente disciplinada sección de cuerda, los metales con esas trompetas trasladadas como un eco a la galería del palacio, las impecables trompas y los solos de clarinete y oboe demostraron que la orquesta cuenta con destacables elementos que la hacen perfecta para el repertorio del XIX, más si se conjuga con la precisa y veterana dirección de Eschenbach, quién, sin alardes pero con infinita sabiduría, condujo el mejor concierto que ha ofrecido la formación francesa en el Festival de Música y Danza de Granada.
Stéphanie d’Oustrach, mezzosoprano. Orchestre de Paris / Christoph Eschenbach.
Le carnaval romain y La mort de Cléopâtre de Héctor Berlioz, sinfonía nº 1 de Gustav Mahler.
Palacio de Carlos V, 7 de Julio de 2019.
El perfume del arrayán
El joven grupo español que dirige el violonchelista Josetxu Obregón y especializado en música antigua, trajo al palacio nazarí Il spiritillo Brando, programa basado en su primer trabajo discográfico realizado en 2013 para Glossa y centrado en el natural intercambio musical entre Italia y España- especialemente con Nápoles- a lo largo de los siglos XVI y XVII. La figura que articula la propuesta de La Ritirata es uno de los compositores que más favorecieron el flujo musical entre ambos reinos, el laudista Andrea Falconieri y de cuyo baile, Il Spiritillo Brando (literalmente el Duende del Branle) toma nombre la sucesión de danzas que conformó un concierto que no pudo tener un escenario más sugerente y adecuado pese a algunos problemas acústicos ineludibles.
Josetxu Obregón ofrece a través de La Ritirata un planteamiento musical muy interesante, ya que conjuga un escrupuloso respeto a las fuentes musicales con una concepción muy moderna- o jazzística-de la interpretación donde el protagonismo va pasando de un integrante a otro según la obra y la improvisación juega un papel fundamental. La partitura es tomada como una mera estructura o esqueleto sobre el que glosar o incluso improvisar tal y como se hacía durante los siglos XVI y XVII, lo que no deja de ser curioso: la práctica antigua es lo realmente moderno.
Con un excelente plantel de instrumentistas, cada uno de ellos un verdadero virtuoso de su instrumento, la sucesión de piezas cortesanas fueron sabiamente enlazadas unas con otras, dando espacio al lucimiento de cada uno y jugando a la vez con las distintas posibilidades del volumen sonoro y los colores instrumentales. Tamar Lalo demostró una agilidad y un dominio del fraseo casi milagrosas a lo largo de las secciones dedicadas a Falconieri. En la Recercada sobre“Doulce Memoire” de Diego Ortiz, el sonido de la flauta en una obra de origen vocal asemejó al de la voz humana. Excelentes fueron las intervenciones de Daniel Oryazábal con el órgano positivo, destacando en las Diferencias cobre “El canto del Caballero”de Antonio de Cabezón y la Corrente italiana de Juan Bautista Cabanilles. Aquí se produjo una sorprendente combinación tímbrica entre el eclesiástico sonido del órgano y el acompañamiento de la percusión a manos de David Mayoral - verdadero hombre-orquesta, tal era la cantidad de instrumentos de percusión que manejó a lo largo del recital-.
Josetxu Obregón nos recordó con el cálido y expresivo sonido de su instrumento, en el Ricercare IV de Domenico Gabrielli y en la Toccata de Vitali, que es uno de los mejores violonchelistas del panorama nacional. La aflamencada mezcla de la guitarra barroca de Josep Maria Martí Durán con las baquetas de Mayoral casi levantaron al público de su asiento en el Fandango de José de Murcia.
En definitiva, con una renovada concepción interpretativa, rigor musicológico y excelencia técnica, La Ritirata al igual que el Cuarteto Meta4 unos días antes en el mismo espacio, demostró que el que arriesga y se entrega de corazón, gana. Después casi diez minutos de aplausos, el público en pie y dos propinas, terminó otro de los broches de oro de la presente edición del Festival de Música y Danza de Granada.
La Ritirata / Josetxu Obregón, violonchelo y dirección.
Il spiritillo Brando: Obras de Cabanilles, Cabezón, Falconieri, Gabrielli, Jacchini, Martin i Coll, Murcia, Narváez, Ortiz, Pandolfi, Sanz y Vitali.
Patio de los Arrayanes de la Alhambra, 8 de julio de 2019.
Mercedes García Molina
Foto: Orquesta de París con Eschenbach y Stéphanie d’Oustrac / © Festival de Granada - Fermín Rodríguez