Bajo la dirección de Christian Zacharias y dentro de la temporada de conciertos en el Auditorio Nacional de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, disfrutamos de un programa centrado en la obra de Robert Schumann donde -en una de sus páginas- el propio Zacharias, asumiera también el papel solista. Un programa intenso, pues, por dos razones: en primer lugar, por brindar puntualmente el citado doble rol pianista-director y, en segundo lugar, por incluir nada menos que un estreno(!), sí, y de Schumann nada más y nada menos (!!), -no se asusten… estreno absoluto, sí, pero… del arreglo para orquesta, firmado por John Woolrich, de las rezagadas, Canciones del alba para piano-.
Un programa-Schumann que se viera preludiado por la, no menos comprometida -mucho más, diría yo-: Sinfonía 41 de Joseph Haydn y que, después, se coronara con la Tercera sinfonía “renana”. Todo ello, con su descanso preceptivo que quedó algo desdibujado por la interrupción que se había operado poco antes para situar el piano solista de la última obra de la primera parte: Introducción y Allegro de concierto. Un piano, así, destapado y de cara al elenco para favorecer el doble rol antes mencionado. Una decisión no sólo práctica, sino acústica, que convierte su proyección sonora, habitualmente hacia la platea -por la inclinación de la tapa superior-, en multidireccional y, en cierto modo, “concertante”, al margen de la oportuna brillantez de su parte solista… algo que no le conviene demasiado a obras de lucimiento, aunque, todo hay que decirlo, sí que le convino al público sentado a la espalda del escenario... cuestión con la que, claro está, no se contaba en las salas de concierto de otros tiempos…
Un programa, pues, pleno de contenido, con su grado de expectativa y todo tipo de ingredientes musicales, sean estos originales o sobrepuestos, “de repertorio” o “de estreno”. Todo, bajo el mando de un director-pianista -o viceversa-, Christian Zacharias, que ofreció una versión equilibrada de todas las obras, plena de reflejos musicales y savoir-faire, con una cuidada, versada, exigente y… sensata articulación, inculcada in situ desde el podio. Un talante musical ágil y consecuente que transmitió así al conjunto y, por ende, a la resuelta factura de estas obras.
Ya la Sinfonía 41 de Haydn apuntó ya aquel camino. Una obra que en nada desmereció, musical ni interpretativamente, a ninguna de las románticas que le siguieran. Más bien, con las de su primera parte al menos, todo lo contrario. Porque quizás fueran los extremos sinfónicos del programa, los que presumieran de porte global más consistente. Tanto esta Sinfonía 41 haydniana, que acabamos de mencionar, como la más monumental y transitada Sinfonía renana de Schumann.
Respecto al “estreno” citado, como tal arreglo orquestal, me defraudó en parte, quizás por la naturaleza del original y la dudosa conveniencia de llevar a cabo este traslado. Sobre todo, si su título sugiere que, en la ya convulsa por aquel entonces, mente del compositor, parte de una imagen poética o vocal…: -Gesänge der Frühe…-. Schumann ha sufrido el injusto latiguillo de “mal orquestador” (?!), inculcado antaño a machamartillo desde las escuelas de dirección… Lo que nos quedó claro a los presentes, es que la orquestación forma parte inherente de la obra musical. No es algo, sin más, sobrepuesto. Más aún en un músico como Schumann. En general, son “orquestables” con garantía de trascender, aquellas obras que ya tenían previamente, en su seno o concepción, de alguna forma, una imagen orquestal. Buena orquestación, sí, pero funcionó a medias pese a sus momentos notables técnicamente. ¿Quizás algún tipo de “traición” al texto original -“traduttore, traditore…”- más “arriesgada y… comprometida”? ¿Quizás otra obra…?
Luis Mazorra Incera
Orquesta de la Comunidad de Madrid. Christian Zacharias, piano y dirección.
Obras de Haydn, Schumann y Schumann/Woolrich.
ORCAM. Auditorio Nacional de Música. Madrid.