Nada menos que treinta y ocho voces masculinas del Coro Nacional de España, junto al piano de Sergio Espejo, dirigidos todos por Miguel Ángel García Cañamero abordaron el primer bloque del concierto monográfico dispuesto para mayor gloria del repertorio coral de Franz Schubert, en el ciclo de cámara y polifonía Satélites auspiciado por la Orquesta y Coro Nacionales de España.
Un repertorio discriminado en voces masculinas y femeninas hasta alcanzar su colofón mixto, que añadió, así, un plus a la singularidad que siempre supone un programa monográfico.
De inicio, una enérgica Contradicción sirvió de exordio y ambientación.
Una eficaz puesta en situación y contexto, enérgico como he dicho, de donde ya no nos íbamos a alejar demasiado, pese a que La pastorcilla al prado mostró cierto contrapunto más en línea con aquel galante melodismo del que presume, también, por cosmopolita origen incluso, el vienés.
El gondolero unió con acierto aquellas dos características en afortunada síntesis, donde la esmerada dicción tuvo virtual protagonismo en esta versión. La dicción, digo, junto a una peculiar acentuación con dinámicas y texturas labradas con dedicación en esta compleja tesitura monocolor. Un final de este primer bloque, sólido y, a la par, atractivo.
Con el mismo elenco coral, pero el acompañamiento de la guitarra (amplificada con claridad para este espacio) de Hugo Enrique-Cagnolo, entramos más expectantes, quizás, en un segundo bloque.
El Canto primaveral insistió en aquella extroversión, con esta novedad tímbrica de la guitarra y variadas atmósferas: destacada acentuación y carácter (folclórico) en sus característicos non legatos.
Con El pueblito, el fraseo se volvió más retórico, con una más comprometida flexibilidad en los tempi y cadencias.
El ruiseñor, tema clásico donde los haya en el mundo canoro, tomo aquí perfil entre hímnico (cuasi-homofónico) y folclórico (característica articulación) que caracteriza al Schubert de esta guisa. Interesante trocado melódico final teniendo en cuenta las (relativas) limitacion de rango y homogeneidad tímbrica que supone este tipo de agrupación coral.
Descansaron las voces con una pieza habitual en su género: el Allegro moderato inicial de la célebre Sonata “Arpeggione”, esta vez en versión de guitarra (manteniendo aquella amplificación) y piano.
Versión instrumental diversa de la que estamos habituados para esta pieza, como su propio apodo indica, original para arpeggione (derivación de la viola de gamba), en la que yo hubiera disminuido aquella amplificación de la guitarra. Pese a su (relativa…) pertinencia en otros contextos de este mismo concierto (con el nutrido coro anterior y sus poderosas dinámicas…), aquí hubiera bastado con cierto apoyo para no desdecir el amalgama "electro-acústico" anterior (obligando así, a una lógica articulación y pedalización de mayor ligereza en el piano) ni trastocar la limpieza y riqueza tímbrica de ambos instrumentos.
En cualquier caso, una partitura de sublime belleza musical que justificó, una vez más, su (sorprendente para la aparente sencillez de sus rasgos) posición en el repertorio.
De seguido y en simetría, un coro de parejo potencial al de inicio pero de voces femeninas, ofrecieron, de nuevo con piano (en activa colaboracion y eficaz perpetuum mobile) y la dirección citadas: El gran aleluya.
Homogeneidad tímbrica en tesituras cuyas frecuencias, sin embargo, presentan mayor separación absoluta y, en principio, menor enredo de armónicos. Y se notó en la (relativa también) mayor transparencia natural, con los, siempre comprometidos, agudos y base pianística.
Una densidad que se trasladó a un más dramático Canto fúnebre que seguía, y al Salmo 23 que remató este cúmulo textual más trascendente. Una obra, el Salmo, de cierta vena lírica y precisa flexibilidad.
El segundo descanso vocal programado, contó con el Allegro de su Sonata para piano en fa menor.
Y, así, concluimos con el coro mixto formado por aquellas dos secciones dispuestas en sendas alturas frente al público: hombres a la altura del balcon del espléndido órgano "Blancafort" de la sala de cámara del Auditorio Nacional y extremos laterales, y mujeres en el escenario.
El Coro de cazadores de Rosamunda: ¡Cuán alegremente se vive en la naturaleza! ya no podía ser más explícito en torno a esta impulsiva extroversión. Un brillante colofón a la velada, casi en "modo propina" (que luego, lógicamente, no hubo menester de añadirla).
Una "schubertiada coral" en toda regla que se remataba con una dinámica La danza y, de vuelta a la trascendencia, Dios, creador del mundo.
Hímnico, fornido y categórico final para un concierto, ya de natural, enérgico.
Luis Mazorra Incera
Sergio Espejo, piano. Hugo Enrique-Cagnolo, guitarra.
Coro Nacional de España / Miguel Ángel García Cañamero.
SATÉLITES-OCNE. Auditorio Nacional de Música (sala de cámara). Madrid.