En el cuerpecillo de Schubert cabían universos dobles. Por ejemplo, un universo de melodías inspiradísimas junto a un universo armónico formado por polifonías de enorme solidez y cambios de color impredecibles. También, el universo de las pequeñas formas y el de las grandes extensiones, o el de la música de cámara y la sinfónica. Tampoco podemos olvidar que Franz era un tipo condenado a la soledad, pero que disfrutó de la calidez de sus amistades. Y no le habría venido mal para su calidad de vida contar con dos especialistas: alguien que se encargase de su salud física (aunque la sífilis poco arreglo tenía) y alguien que hiciese lo propio con la anímica. En esta última dimensión, diversos testimonios coinciden en que el compositor era capaz de la mayor dulzura y de una agresividad que ríete tú de un hooligan borracho.
El Círculo de Bellas Artes, dentro de su ciclo Círculo de cámara, ha tenido la certera idea de presentar a Franz a través de sus dualidades. Y lo ha hecho de la forma más coherente: con dos pianistas (Alexei Volodin y Edith Peña). Posiblemente, no existan dos teclistas más diferentes. Volodin es un pianista "vertical", es decir, preocupado por la arquitectura polifónica. Peña, por su lado, es una intérprete "horizontal", tendente a desarrollar las melodías con un cuidado extremo. Incluso poseen técnicas que parecen incompatibles. Volodin mantiene erguida la espalda, de donde surge su fuerza. Peña se lanza hacia el teclado.
Unir a dos instrumentistas tan divergentes podría haber resultado un desastre. De hecho, al comienzo de la primera obra, esa maravilla tan devastadora que es la Fantasía, las diferencias se hicieron bien patentes. Personalmente, contuve la respiración preguntándome: "¿por dónde va a ir esto?, ¿por la vía del Apocalipsis?". Pues no. Todo lo contrario. La dualidad interpretativa sacó a la luz la dualidad de ese enorme músico que fue Franz Schubert.
Peña y Volodin, cada uno desde sus identidades, se fusionaron igual que los universos contrarios del compositor engendraron compases maravillosos. En la ya citada Fantasía, el desgarro de la melodía principal y de sus cimientos fueron defendidos, respectivamente, por Peña y Volodin, y nos pudimos dar cuenta de cuál era el elemento de unión de ambos intérpretes: una fluidez imparable. Los dos pianistas desarrollan el discurso íntegro de una obra, sea como sea de larga, con una sola respiración. Esto, en manos -literalmente- de otros daría lugar a la asfixia. Peña y Volodin consiguen el milagro de que al oyente prácticamente se le generen branquias para bucear en estos océanos.
Tras la Fantasía, un nuevo reto de dualidad al alternarse los pianistas en la interpretación de los Impromptus D 899. Obviamente, cada intérprete jugó desde su personalidad, pero en ningún momento esta carrera de relevos quedó descompensada. Y hubo momentos realmente prodigiosos, como la sabiduría de Volodin jugando con los colores o la complicadísima gradación de matices suaves a toda velocidad de Peña. Pero estos músicos son de todo menos previsibles, igual que no lo era Franz. Por eso Volodin demostró su cuidado en las melodías y Peña su fortaleza en la arquitectura. O sea, que dos mundos contrarios terminaron por mirarse el uno al otro e incluso por cambiarse los roles.
Esto se hizo patente en la segunda parte del concierto, dedicada a dos obras a cuatro manos que no son justamente de lo más conocido del compositor. Una pena, porque el Lebenstürme está lleno de fuerza, inspiración y un conocimiento profundo de lo que se puede sacar de un teclado conquistado por cuatro manos.
Con el Divertissement a la Hongroise ocurre también un suceso dual. Al principio a uno le entran ganas de estrangular a Schubert, más que nada porque toma danzas de inspiración popular y las tamiza demasiado a través del gusto burgués de la época. Vamos, que hace un poco como aquellos señoritos que invitaban a flamencos a sus palacios para desfasar con ellos sin dejar de ser unos pijos. Por suerte, al final de la primera sección Schubert deja los salones y se revuelca en la tierra, sacando toda la sangre que contienen estos aires folklóricos. Décadas después ya vendría Brahms, pero esa es otra historia.
De momento, quedémonos con la historia de Schubert, en el que todo resulta doble, igual que doble fue la perspectiva que pudimos disfrutar el domingo en el Círculo de Bellas Artes. Y doble fue incluso el regalo que brindaron Peña y Volodin con dos propinas perfectamente tocadas y que habrían merecido el doble de aplausos. Sólo un consejo para estos dos monstruos del piano: contar con un pasapáginas elimina estrés. El dos está muy bien, pero ayudarse de un tercero también. No obstante, gracias al cuadrado por vuestro Schubert.
Juan Gómez Espinosa
Círculo de Cámara. Temporada IV, 2022/2023.
Franz Schubert (Fantasía para piano a cuatro manos en fa menor, op. 103 D 940; Cuatro Impromptus, op. 90 D 899; Allegro en la menor “Lebenstürme” a cuatro manos, op.post.144 D 947; “Divertissement a la Hongroise” a cuatro manos, D 818).
Edith Peña y Alexei Volodin (piano).
12 de Marzo de 2023. Teatro Francisco de Rojas del Círculo de Bellas Artes de Madrid.
Foto © Antonio Moral (vía Twitter @amoral07)