“Pianista menuda, menuda pianista”. Valga el retruécano apuntado por mi amigo Rodrigo García como resumen y elogio urgente del deslumbrante recital con el que Mitsuko Uchida se presentó en el Festival Internacional de Santander ante una Sala Argenta abarrotada. No era para menos, habida cuenta de la categoría de la intérprete y el gusto por el piano del público santanderino.
Lo hizo con la aparente sencillez y contundente delicadeza con que ha desentrañado siempre la música de Schubert; para empezar, los Cuatro impromptus, D 935 que Schumann no lograba reconocer como tales por la maestría de su sólida arquitectura, incompatible con el carácter improvisatorio de su denominación.
El trabajo de Uchida rozó, si no rebasó, la línea donde comienza lo sublime y las palabras de un humilde escriba no alcanzan. La declamación poética de cada frase, el aliento sutil que le daba sentido a cada nota, la variedad infinita de matices dinámicos, con exaltaciones y depresiones en asombroso y natural contraste, el tenue empleo del pedal… Diríamos que todo ello supuso una exhibición de virtuosismo inalcanzable o una lección magistral, si no fuera porque, empleando estos términos, desviaríamos nuestra atención de allá donde Uchida quiso (y logró) situarla en todo momento: en el de la comunicación de la belleza total.
Para ello, Uchida contó con la Sonata en sol mayor D 894 como segundo y definitivo argumento. Schubert la consideraba “la más perfecta de todas, tanto en cuanto al espíritu como a la forma” y cabe pensar que su elección, infrecuente en los programas de las salas de conciertos, fue todo menos casual. Al fin y al cabo, el sobrenombre que habitualmente se le aplica, Fantasía, y el aire y contenido poéticos de su primer movimiento resultan una prolongación y casi lógica consecuencia de los impromptus que la precedieron.
De nuevo, Uchida dejó de ser pianista para convertirse, desde el Molto moderato e cantabile inicial, en una suerte de rapsoda con cuyo ánimo la música progresaba. Absorta en la contemplación, en trance casi místico, recitó el “poema virgiliano” -así calificó Liszt la pieza- sirviéndose de un mágico manejo de los tiempos y un alucinante balanceo de la mano izquierda con el que algunos espectadores creyeron levitar. Por eso, quizás, Uchida ofreció como vienesa propina una variación de Webern que nos restituyó a este mundo en el que volvemos a creer un poco más felices.
Darío Fernández Ruiz
Mitsuko Uchida, piano
70º Festival Internacional de Santander
Foto © Festival de Santander - Pedro Puente Hoyos