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Crítica / Schubert en la Alhambra - por Mercedes García Molina

Granada - 14/07/2021

Tras la actuación de Florian Boesch y Christian Gerhaher ha sido Matthias Goerne junto al pianista Alexander Schmalcz quien ha cerrado con Die schöne Mullerin de Franz Schubert el ciclo Lied en la Alhambra. Se completa así también el círculo con respecto al Winterreise de la pasada edición interpretado por Ian Bostridge e Igor Levit.

Como apunta Luis Gago sus excelentes notas al programa, ambos ciclos se complementan y necesitan el uno al otro. Ambos fueron compuestos por Schubert sobre poemas de Wilhelm Muller, formando dos ciclos conceptuales que comparten elementos: un viajero, una amada, el desamor, la muerte y siempre como telón de fondo la naturaleza. El viajero de Die schöne Müllerin es corpóreo y terrenal, el del Winterreise es un personaje byroniano, fantasmal. En el primer ciclo el color cargado de simbolismo es el verde, en el segundo el blanco. Y ambos, como bien dice Luis Gago, convergen en el negro, la muerte. El comienzo de Die schöne Mullerin es más esperanzador: un viajero encuentra junto a un arroyo y un molino a una muchacha de la que se enamora y que en principio parece corresponderle. Le regala la cinta verde de su laúd, color del traje del cazador que pronto le arrebatará el amor de la chica. Los dos últimos lieder del ciclo de nuevo aluden al arroyo como el último lugar que acoge al viajero - quizá porque se ahoga en él- y al verde de la hierba que cubre su tumba.

El Patio de los Arrayanes es un lugar de belleza singular pero no el más adecuado para un ciclo de lieder ya que es muy abierto y el espacio central ocupado por la gran alberca resta intimidad. La velada empezó fríamente con Das Warden, canción ligera de caminante en la que la voz del barítono no corría libre por la zona de los  agudos. 

Y así permaneció durante la primera parte del ciclo, solvente en el registro medio-grave y recurriendo a la estrechez y engolamiento en el registro agudo. La desigualdad en la gama vocal de Goerne se hizo más evidente en Am Feierabend (Al cesar el trabajo) y la incomodidad del cantante fue en aumento hasta que mediado el siguiente lied, Der Neugierige (El curioso) dejó de cantar para reprender en inglés a dos de los asistentes que estaban haciendo fotos con los móviles. Sin inmutarse, Smalcz recomenzó el lied (quizá no era la primera vez) y la música fluyó desde ese momento.

Tras el desahogo emocional del intenso Ungeduld (impaciencia) la voz del barítono fue aclimatándose, recorriendo sin dificultad -envolvente y compacta- la parte más dramática del ciclo. Goerne es un cantante de expresividad contenida que da prioridad a la coherencia entre sentido del texto y el fraseo.  Acarició las palabras de Morgengruß (Saludo matinal) y de Tränenregencon (Lluvia de lágrimas) con tempi morosos y un legato infinito. En Der Jäger (El Cazador), Eifersucht und Stolz (Celos y orgullo) y Die böse Farbe (El color odiado) la rabia del viajero afloró intimidante el caudal de voz de Goerne proveniente de las resonancias graves.

De un lied a otro, de una emoción a otra, fue pasando con naturalidad ayudado con el inteligente acompañamiento de Alexander Schmalcz, sutil en los cambios de carácter y de armonía y fundiéndose siempre con la voz. El papel de Schmalcz fue tomando mayor protagonismo a lo largo de los tres últimos lieder, más dramáticos y con un acompañamiento armónicamente más complejo. En la Canción de cuna del arroyo (Des Baches Wiegenlied) el agua acogió el último sueño del viajero y Matthias Goerne y Alexander Schmalcz pusieron el punto y final al ciclo. Pese al accidentado comienzo fue un brillante recital. Bien está lo que bien acaba.

Mercedes García Molina

 

Schubertiada III.

Mattias Goerne & Alexander Schmalcz: Die schöne Müllerin, Franz Schubert.

70 Festival Internacional de Musica y Danza, Granada.

 

Foto © Festival de Granada | Fermín Rodríguez

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