Música clásica desde 1929

 

Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Sangre welsunga - por Gonzalo Pérez Chamorro

Madrid - 27/01/2023

Recuerdo hace unos años la presencia en Madrid de la Bamberger Symphoniker, que dirigida por Jonathan Nott en un primer acto de La Walkiria, acabó pasadas las 12 de la noche, cuando entonces algunos conciertos en el Auditorio comenzaban a las 22.30, mientras el preludio tormentoso que anuncia la llegada de Siegmund despertaba a los somnolientos y ratificaba el ADN wagneriano de esta orquesta del corazón de Baviera, que nutre con su cuerda los atriles veraniegos del Festival de Bayreuth; por sus venas corre sangre welsunga, y eso se nota en un sonido cálido y suave, como si pisáramos descalzos una confortable moqueta en una fría mañana de invierno. Es una orquesta que, aunque no juegue en la liga de las grandes tops alemanas (entiéndanse Filarmónica de Berlín, las dos de Munich, Gewandhaus), nunca defrauda.

Y esta vez, de nuevo para los ciclos de Ibermúsica, ha venido mejor dirigida, ya que su titular Jakub Hrusa (próximo director musical titular de la Royal Opera House, en sustitución de Antonio Pappano), tiene ese nosequé que hace que cada una de sus interpretaciones (muy en especial de la música checa) se disfruten y enriquezcan mejor el conocimiento que ya tiene el oyente de las obras que conoce y disfruta, como la grandísima Octava Sinfonía de Dvorák que dirigió a la Bamberger Symphoniker.

Con Hrusa volvieron a demostrar su versatilidad en un Obertura Leonora III de Beethoven, donde solo una falta de intenso fuelle al final “manchó” una hermosa interpretación, con unas maderas que ya dejaban claro que la cuerda no es la única que tiene la acreditación “pata negra” en esta orquesta de Bamberg, la bella ciudad bañada por el río Regnitz.

Y de Beethoven a un antiBeethoven como Stravinsky y su Concierto para violín, terreno idóneo para una violinista como Patricia Kopatchinskaya, ataviada (y descalza, como siempre) con un vestido que parecía homenajear a Picasso y Stravinsky por el estreno de la Consagración. Una declaración de intenciones, sin duda, para ofrecer un Stravinsky diferente, nada convencional, convirtiendo el violín en un medio de expresión más que en un instrumento por donde salen, quizá, los sonidos más bellos del mundo. Nos regaló como propina la cadencia que Stravinsky nunca quiso escribir para su Concierto y que sí ha escrito la propia Patricia. Es decir, un antiStravinsky.

Dvorák tiene pocos secretos para Hrusa y lo dirige haciendo cantar a la orquesta tras dominar todos sus aspectos técnicos, que no son pocos, llevando un pulso intensísimo pero estable, regocijándose con una música que es puro optimismo, hasta en la “conflictiva” sección intermedia del movimiento lento de esta Octava, una de esas músicas que elevan a Dvorák como un compositor de la felicidad nostálgica.

Hasta el tercer movimiento, ese Allegretto grazioso - Molto vivace, uno de los scherzos más bellos jamás escritos y que invita a bailar en la imaginación, sonó con una plasticidad ejemplar, propia del gran maestro que ya es Hrusa.

Y como no podía ser de otra forma, tras Dvorák vino más Dvorák, con el bellísimo Vals Op. 54/1, cuando todos esperábamos una Danza eslava…

Gonzalo Pérez Chamorro

 

Bamberger Symphoniker / Jakub Hrusa

Patricia Kopatchinskaya, violín

Obras de Beethoven, Stravinsky, Dvorák

Ibermúsica, Auditorio Nacional, Madrid

 

Foto © Rafa Martín / Ibermúsica

181
Anterior Crítica / La magia, en las voces - por Enrique Bert
Siguiente Crítica / Diletante dúo barroco - por José Antonio Cantón