Moser estrenó obras de compositores actuales: Julia Wolfe, Ellen Reid, Thomas Agerfeld Olesen, Jelena Fissovis y dio a conocer en 2000, Magnetener, para chelo eléctrico, de Enrico Chapela, con G.Dudamel y el Concierto Up- Close , de Michel van der Aa. Para esta sesión, el Saint-Saëns forjador de la Escuela Niedermeyer , que tuvo tiempo de que a su lado surgiesen alumnos como Gabriel Fauré y Messeger, enfrentándose a los que despectivamente le tildaría de academicista.
Es verdad que la moda de los exotismos contagiosos, pudiesen afectar al resultado de algunas de sus obras, como la Habanera Op.83, pero es el Concierto para violonchelo nº 1, en La m. Op.33, el que acaparaba nuestra atención, ofreciendo el curioso aliciente de encadenar los tres tiempos que le integran, concediendo esa sensación de continuidad que parece beneficiar al chelista, destacando una técnica acorde con esa obra en el dominio de agilidades precisas, partiendo de un Allegro non troppo, que nos abocaba a un Allegretto con motto, basculante en los límites de un minueto de talante concentrado, que desmiente las presumibles ligerezas propias de un tiempo en esas connotaciones. Volaría el chelo a sus anchas en el Tempo primo, sin necesidad de entregarse a virtuosismos sobre añadidos, para esa obra de ciertos exotismos orientalizantes, deudores de una moda circunstancia, guardando un bis de canónica traducción, en la Sarabande bachiana, de la Suite nº 1, en Sol M. BWV 1007.
Igor Stravinski con la Sinfonía de los Salmos y que no pretende buscar una fe personal, sino la posibilidad de inventar formas musicales religiosas, con un pronunciado valor en sí mismas. Ernest Ansermet, comprometido con esta experiencia tuvo el honor de estrenarla en Bruselas, un 13 de diciembre de 1930. El Salmo 150, centro de la obra, fue elegido por su universalidad además del valor de la temática musical. El uso del latín como lengua vehicular, confirma un posible estado de transmutación elegiaca, que Joan Company supo consensuar en el planteamiento de la dirección coral. Podrá admitirse que el concierto rindió a gran altura a consecuencias de un orgánico instrumental enfocado a una búsqueda de rendimientos sonoros entre las familias en medidos enfrentamientos para una mejor consecución al servicio del coro de Joan Company, en las profundas intenciones de cada pieza. El Salmo 38, Exaudi orationem, meam Domine, el Salmo 39, Expectatens exspectiavi, Dominum y el citado Salmo 150, (Alleluja) Laudate Dominum in sanis ejus.
Rogelio Groba tuvo una selección del ballet Danzas meigas, idea afín a otras aventuras que confirman su entusiasmo por indagar en el folklorismo tradicional. En su trayectoria, fue indiscutible la docencia seguida con Manuel García Morante, en el Conservatorio de Madrid. Para el maestro, la herencia folklórica gallega es de las más ricas y variadas y para ratificarlo, los trabajos de investigación que llevó a cabo sobre los cancioneros imprescindibles: Casto Sampedro, Eduardo M. Torner, Jesús Bal y Gay y Luís Mª Fernández Espinosa. Piezas de su estilo in modo antico de procedencia etnogalaica que conforman una forma de ballet sinfónico, muy accesible para un público familiarizado con esas raíces.
El Bolero de Ravel, obra de gancho para todo tipo de aficionados, nacido como una sugerencia de Mme Ida Rubinstein, en 1928, y que encaja en esa posición. El crescendo embriagador sobre una orquestación obstinadamente obsesiva, que se puede aceptar como otra manera de orientalismo sobre trasfondo ibérico. Vale la aparente simpleza de desarrollo que desmiente el ideario de tantas de sus composiciones, pero las exigencias de Mme Rubinstein, sobre coreografía de Bronislava Nijinskaia, impregnaron el resultado de esta aventura universalizada. Una orquesta y un director arrebatados para una composición enhebrada con semejantes mimbres.
Ramón García Balado
Johannes Moser. Orquestra Sinfónica de Galicia y Coro / Dima Slobodeniouk / Joan Company.
Obras de I. Stravinski, C.Saint Saëns, R. Groba y M.Ravel
Palacio de la Ópera, A Coruña.