La música antigua tiene una belleza primitiva, un destello de sencillez que muestra líneas melódicas y armónicas evocadoras de una época de inocencia artística en donde lo elemental se transforma, a nuestros oídos, en una Arte grande y fundacional donde la música revive desde su génesis.
Las letras, en su vertiente popular, poseen una chispa de ironía medida y presentación elegante por la vía de la lengua castellana no evolucionada que subyuga por sus arcaísmos de sabor románico. Aparecen el amor y sus engaños, pero, sobre todo, una celebración de la vida.
Precisamente esa celebración de la vida o ese poder de renacer o Renacimiento es sobre lo que versó este programa musical celebrado en el patio interior del Museo de Málaga, el pasado domingo 22 de mayo, en el que se interpretaron obras de cuatro fuentes de Cancioneros renacentistas. En ellos se recogían la música que se practicaba en las Cortes españolas a finales del siglo XVI, coincidiendo con el cambio de dinastía de los Trastámara a la de los Habsburgo.
Como dato escénico reseñaremos que el comienzo del Concierto sobrevino a los espectadores con una especie de ceremonioso desfile de los músicos y cantantes que, tocando una pieza introductoria (Dime triste coraçòn, para Ministriles), deambularon bajo los arcos perimetrales del patio para finalizar subiendo al escenario. A mi vista y oído dicho comienzo anunciaba una cuidada y pulcra reconstrucción histórica de la música como, en efecto, fue sobre las tablas del escenario.
Antes de abordar las obras que nos atañen debemos aclarar que, refiriéndonos a los cancioneros desde su perspectiva no sólo musical sino también literaria, que, como diría Rodríguez Puértolas en su Poesía crítica y satírica del siglo XV, los Cancioneros eran colecciones de poesía recopiladas bajo la protección de nobles o reyes con el fin social de propagar la cultura del siglo XV. Los motivos por los que se incluía un poema podían ser varios, así pues podía ser por la fama de una composición o de su autor o su amistad con el antólogo. Permítanme la licencia de decir que los Cancioneros en aquella época eran algo similar a unas playlist de canciones, es decir, los Cancioneros eran las Playlist poéticas del siglo XV.
Pero no sólo de poesía se alimentan los cancioneros, sino que la música es la que los nutre. Y, refiriéndonos a ello, el programa de una hora de duración abordó –como hemos mencionado anteriormente- los siguientes cancioneros: el Cancionero de la Colombina (finales del siglo XV) con una obra de Francisco de la Torre, Dime triste coraçòn, para Ministriles y una obra anónima de tinte navideño, Qué bonito niño chiquito, para Ministriles, voz y órgano; el Cancionero de Palacio (1490-1530) con tres obras de Juan del Enzina (en la grafía de la época), Triste España, para Ministriles, voz y órgano, IJE6, Amor con Fortuna, para Ministriles, voz y órgano, IJE3, y Pues que tú, Reina del cielo, para soprano, tenor y sacabuche bajo; del Cancionero de Upsala (1500-1550) se interpretan dos obras, la primera de Juan Aldomar con ¡Ah, Pelayo, qué desmayo! Para soprano y tres sacabuches y una obra de Juan Vázquez con Tan mala noche me distes, para Ministriles, voz y órgano; del Cancionero de Medinaceli (segunda mitad del siglo XVI) con una obra de Antonio Cebrián, Lágrimas de mi consuelo, para Ministriles, voz y órgano.
Las voces que interpretaron con exquisito gusto las piezas de estos Cancioneros fueron, como voz masculina y loable lector (respetuoso con la fonética tardo-medieval) de las letras de las canciones antes de interpretarlas, el tenor Luis Mª Pacetti; en la voz femenina, la de la soprano Lourdes Martín Leiva.
La sonoridad de los instrumentos utilizados embriagó al público con su tímbrica y afinación. Un temblor sonoro asomaba interpretativamente de lejos y nos hizo soñar con momentos pretéritos de aseguradas esencias primigenias, de un candor artístico que no pueden ofrecer otras épocas de la historia de la música. Este es el caso de los instrumentos utilizados. Los tres sacabuches (dos sacabuches tenores y uno Bajo), así como el oboe barroco son instrumentos de nueva factura basados en modelos históricos. En cuanto al órgano, nos encontramos con un órgano positivo con registros de violón tapados y lengüetas de pabellón corto a la usanza de los antiguos realejos. Los músicos que han interpretado con gran sentimiento y realismo estos instrumentos han sido los siguientes: al oboe barroco nos encontramos con Pedro Cusac, en los dos sacabuches tenores tenemos a José Martínez y a Víctor Eloy López y en el sacabuche Bajo a Gregorio Sánchez. A los mandos del órgano positivo estuvo Antonio del Pino.
Con unas pinceladas de historia musical entenderemos las obras y su interpretación con este tipo de instrumentos. Para ello, aclararé al lector que, durante el siglo XV, se comenzó a establecer la diferencia entre ministriles “de cuerda” y “de boca” en función del tipo de instrumento interpretado, aunque con el tiempo el término “ministril” acaba haciendo alusión exclusivamente a los músicos que tocaban la chirimía. Debemos esperar hasta mediados del siglo XV, cuando aparece la primera mención en 1468. Desde Francia llega el sacabuche para acompañar a la chirimía en los conjuntos ministriles. El sacqueboute, en su denominación original, es el antepasado del moderno trombón: la técnica se basa en una pieza deslizante que permite variar la longitud del tubo produciendo un sonido bajo. Por tanto, el sacabuche ofrecía el contrapunto grave al sonido estridente de la chirimía como expresa Sebastián de Covarrubias (Tesoro de la lengua castellana o española, 1611): “en la copla de las chirimías hay tiples, contraltos y tenores; acomódanse con el sacabuche, que tañe los contrabaxos.” Parece ser que este instrumento vino a sustituir a la chirimía baja que tenía un tubo de dos metros y que resultaba muy incómoda para interpretar, especialmente si el músico tenía que desplazarse durante la interpretación.
Y tras estas pinceladas de organología musical (estudio de los instrumentos musicales) diremos que son dos las obras del primer Cancionero que nos encontramos: el de Colombina. La primera obra se nos presenta –como ya aludimos anteriormente- de forma ceremoniosa o procesional siendo interpretada por el paso andante de los Ministriles, Dime triste coraçòn, de Francisco de la Torre y con temática propia de la época, la de amor, amor cortés, amor no correspondido.
Tras un “coraçòn” instrumental andante y no correspondido de temática profana, le cede el paso a una pieza anónima religiosa, de inspiración navideña, Qué bonito niño chiquito, para Ministriles, voz y órgano, también del Cancionero de la Colombina, llamado así por ser adquirido, en 1534, por Fernando Colón, bibliófilo sevillano, segundo hijo de Cristóbal Colón. En esta bella y delicada obra, la soprano Lourdes Martín Leiva conjuntamente con el íntimo soporte armónico del órgano realizó delicadamente dos estrofas, reservando así el tutti instrumental y vocal para la parte del estribillo.
Seguidamente se le rinde homenaje al que es considerado padre de la música y de la dramaturgia española, Juan del Enzina con tres obras pertenecientes al Cancionero de Palacio o también llamado Cancionero de Barbieri por ser este, Francisco Asenjo Barbieri, el compositor y musicólogo decimonónico el que lo redescubrió en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid. Dicho Cancionero es la mejor compilación de canciones típicas del renacimiento musical español, tratando temas de lo más diversos de la época del reinado de los Reyes Católicos. La primera de las tres obras, Triste España sin fortuna, es un canto al dolor por la pérdida del príncipe Juan, heredero de los Reyes Católicos, y también a la incertidumbre sucesoria en la que se sumía la España del momento. Esta pieza ha ido combinando texturas desde el tutti instrumental a la melodía acompañada. Tras la invocación de la canción triste monacal, le sigue el turno de un villancico con aire muy profano, Amor con fortuna, para Ministriles, voz y órgano. Precisamente, ese tono profano se lo otorga el empleo del ritmo agitado y bailable de la pandereta en un actual compás de 5/8 alternando texturas y contrastando así con la otra temática anterior. Y, siguiendo también la línea sacra renacentista, la siguiente obra de Enzina se trata de un villancico dedicado a la Virgen María, Pues que tú, Reina del cielo, para soprano, tenor y sacabuche bajo, enraizando así la tradición mariana de la monarquía española y su compromiso con el Dogma de la Inmaculada Concepción.
La teoría antropocéntrica del renacimiento marcaba poderosamente las pasiones humanas o mundanas y eso bien se refleja en las siguientes dos canciones seleccionadas del Cancionero de Upsala: Ha Pelayo, qué desmayo, del compositor barcelonés Pere Joan Aldomar, en donde el tenor, Pacetti, dialogó con el tutti narrando sus desvelos de amor. Por otro lado, la segunda obra de este mismo cancionero y atribuida a Juan Vasquez, es un villancico profano, Tan mala noche me distes, para Ministriles, voz y órgano, en donde el amante se queja profundamente de que su serrana esté con otro que no sea ni él ni el marido de ella, un tercero o más bien dicho, un cuarto en discordia y que Pacetti lo interpreta con un fino sentido del humor, no sólo en la lectura primigenia de la letra de la canción, sino también gestual y vocalmente en el canto, cuya interpretación gustó mucho al público. De dicho Cancionero – que es uno de los más conocidos e interpretados de música española- ha de decirse que fue descubierto por el compositor, musicólogo y crítico musical malagueño, Rafael Mitjana y Gordon.
Y si me permiten hacer un paréntesis y al hilo de esto, tengo que señalar que el Archivo de la Catedral de Málaga posee multitud de partituras de los siglos XVI y XVIII que bien merecerían un estudio e interpretación actual, al igual que está ocurriendo con la música del mismo archivo del siglo XVIII que también está llevando a cabo el propio organista de Sacrum Ministriles, Antonio del Pino. Y es que la música vuelve a renacer cada cierto tiempo. Al igual que durante el renacimiento se volvió con ojos nuevos a los conocimientos, saberes y artes de la época de los grandes clásicos griegos y romanos, durante el siglo XIX se volvió los ojos a ese pasado renacentista que bien inspiraba la búsqueda de tiempos pasados como algo novedoso y exótico, ahora, actualmente, se repite la escena, volvemos los ojos al pasado, a ese investigar en manuscritos y documentos de la época para buscar nuevos caminos, descubrir nuevas identidades, estando un poquito más cerca al concepto de Adónde vamos, pero partiendo de dónde venimos…
Volviendo al hilo de esta crítica, termina la selección del repertorio Cancioneril con una obra de Antonio Cebrián, Lágrimas de mi consuelo, para Ministriles, voz y órgano, basado en un poema de Garci Sánchez de Badajoz que pertenecen al Cancionero de Medinaceli.
Y no sólo la extraordinaria interpretación de las dos voces junto con el tutti ministrial nos consuelan, sino que nos regalan como pieza de propina una versión de Dindiridin, fragmento perteneciente a la Ensalada –género netamente español- La Bomba de Mateo Flecha el Viejo, perteneciente al Cancionero de Palacio dedicada a la Navidad y en la que se mezclaban idiomas, así como lo serio y lo jocoso, religioso y profano, diversos ritmos, polifonía y solos, homorritmia y contrapunto, siendo además un género dialogado (unas voces responden a otras).
Y como broche final, voces y ministriles –aprovechando que este año el Carnaval de Cádiz se está celebrando en anómalas fechas- alzaron sus voces con el famosísimo villancico de Carnaval de Juan del Enzina, Hoy comamos y bebamos. Una forma perfecta de conducir la maravillosas interpretaciones hacia un renacer de la vida, impregnándola de un carpe diem gozoso y humano pero a través de una interpretación renacentista ciertamente divina…
Verónica G. Prior
Sacrum Ministriles / Antonio del Pino Romero
Oboe barroco: Pedro Cusac
Sacabuche Tenor: José Martínez
Sacabuche Tenor: Víctor Eloy López
Sacabuche Bajo: Gregorio Sánchez
Órgano: Antonio del Pino Romero
Soprano: Lourdes Martín Leiva
Tenor: Luís María Pacetti
Obras de Fco. De la Torre (Cancionero de la Colombina), Juan del Enzina y Mateo Flecha el Viejo (Cancionero de Palacio), Juan Aldomar y Juan Vázquez (Cancionero de Upsala), Antonio Cebrián (Cancionero de Medinaceli) y Mateo Flecha el Viejo (Cancionero de Palacio).
Museo de Málaga
Foto © Antonio Pino