Tras la pasada huelga (de marzo a junio para hacer Tosca) la ROSS hispalense volvía a la temporada de abono con los dos primeros programas que ha organizado el maestro titular Marc Soustrot en torno al cambio del siglo XIX al XX, con coincidencias a veces no queridas y distanciamientos geográficos. En el primero concurría la música gala, ese hervidero musical generado en Francia durante este interregno que aunaba a propios y foráneos, y por otro lado un nacionalismo de deseos excluyentes sometidos sólo por la evidencia, y nos referimos a la música rusa, y en concreto al Grupo de los Cinco, de los que Soustrot eligió a Mussorgski y Rimski-Korsakov. Ya el alumno de este fue la ilustrísima prueba de que los dos bandos estaban llamados a entenderse, alcanzando cotas de intercambios musicales altamente estimulantes para ambos.
En el primero concurrían Bizet, Saint-Saëns, Ravel y Poulenc, que como buenos hijos del romanticismo buscaban sus paraísos, encontrados en el caso de Bizet tanto en autores como Walter Scott como en la cultura bohemia, que en música se traduce en obras como La bella muchacha de Perth: Escenas bohemias (1866), cuya última y popular danza ya exhala los perfumes de la danza gitana de Carmen. Se trata de una suite en cuatro tiempos a partir de una ópera bizetiana de escaso éxito, cuyo resultado son esos cuadros coloristas, no espectaculares, pero sí evocadores, que nos situaban en el alma del programa.
Más resonancia tuvo la Danza macabra de Saint-Saëns, Digamos que llovía sobre mojado porque, al fresco sonoro dibujado por Bizet se sumaba a este fantasmagórico momento, que daba la oportunidad a la orquesta y su director de acentuar los contrastes, sobre todo de metales y maderas, además de abrir una extensa paleta de colores. Y si nos tenemos que quedar con algo en especial fue con el mimo del maestro lionés en destacar la claridad de las texturas y los movimientos de las melodías. Sobresalimos el trabajo de la concertino Alexa Farré por sus intervenciones con un desgarrador sonido de su violín en las dobles cuerdas y la reflexión final.
Confiesa el director galo que no suele hacer programas de música francesa, pero lo cierto es que con Saint-Saëns hace una excepción, ya que ha grabado la integral de sus conciertos para piano, para chelo, así como sus sinfonías. De hecho, eligió la más popular de ellas, la nº 3 “para órgano”, con la que cerraría el programa, con una interesante participación de la pianista, clavecinista y organista de la orquesta, Tatiana Postnikova, que supo jugar con los contrastes dinámicos que presenta el instrumento, desde su imperceptible aparición a los 10 minutos de haber empezado la obra hasta el devastador acorde de Do mayor, forte, con el que comienza el espectacular Finale.
Anteriormente Soustrot había abordado una obra icónica de Ravel, Mi madre la oca, que nació para el piano a 4 manos, pero pedía a gritos la orquestación que crease una imagen sonora adecuada a los famosos cuentos de autores franceses. Ni que decir tiene que el arpa o la percusión (celesta, xilófono, platillos…) alcanzaron protagonismo junto a los instrumentos habituales de la orquesta, que también su momento protagónico.
También oímos Las bodas de la Torre Eiffel (1921), creemos que por primera vez por la orquesta, 10 números asignados al Grupo de los Seis, de los que oímos los dos compuestos por Poulenc. Sobre el excéntrico argumento de Jean Cocteau, de nuevo dio pie para crear otro fresco colorido, tanto para solistas como tutti. Como ven, un programa que parece anunciar: “estamos de nuevo aquí”.
Segundo concierto de abono
El segundo concierto de abono tenía sesgo andaluz y joven. Dos protagonistas menudos, pero menudos protagonistas. Cristina Gómez Godoy es una oboísta que encandiló a Daniel Barenboim cuando con 14 años entró en la Barenboim-Said y este no dudó más tarde en ponerla al frente de la sección de oboe de la Staatskapelle Berlin. Pero aquello no fue una impresión: en 2022 ha sacado un disco con la West-Eastern Divan Orchestra y Daniel Barenboim (ver en RITMO n. 959), llegando por primera a la ROSS precisamente con uno de los dos conciertos que incluye el CD, el de Richard Strauss. Sonido prístino, expresivo, delicado y acaso sólo limitado por la escritura de un atribulado Strauss de 82 años que puso las piedras del concierto en los primeros compases y luego se dejó llevar. No hay abundancia de repertorio desde el clasicismo para acá, pero aún así donde pudo lucir todas sus dotes expresivas fue en la excepcional propina (Danza de espíritus bienaventurados del Orfeo de Gluck), cuya gama lírica de colores fue dibujada a partes iguales con elocuencia y poesía por la artista linarense.
De Jaén pasamos a Cádiz, ya que otro joven director, Julio García Vico, nos asombraba con una batuta ágil, intensa, activa y centrada. Para empezar, en el acompañamiento a la oboísta, que no fue la consabida lectura casi a primera vista, sino que se notaba que había trabajo con la orquesta y muchas ganas, ofreciendo sobre todo momentos de extática armonía para lucimiento del solista.
Los movimientos nacionalistas llegan con el Grupo de los Cinco en Rusia a un planteamiento más extremo, pronto dulcificado por la realidad: ¿podían ser ajenos a los movimientos y a la música francesa? Mussorgski ideó una fantasmagórica danza a partir de un poema de Henri Cazalis en la que la Muerte (el violín) convoca a las almas perdidas al son de una giga infernal. Esta sensación es aumentada por la referencia al Dies Irae cuya célula atenaza una y otra vez sobre la escena. Rimski reorquestó aquello que le pareció necesario, tal vez en el convencimiento de que este trabajo tendría el mismo reconocimiento. Y lo tuvo, multiplicado por la inclusión de Disney en su Fantasía (1940). Así que la pieza ofreció la ocasión para desplegar todos los recursos colorísticos que propone la partitura y en la que el director dio muestras de moverse con soltura, sobre todo en la búsqueda de contrastes, tanto de instrumentos solistas como entre las diferentes secciones, no sólo dinámicos -acaso los más evidentes- sino también en las melodías de colores que se entrelazaban con frecuencia.
No insistiremos en la Scherezade del mismo Rimski-Korsakov, ya que comparte semejante idea en torno a las gamas pigmentadas de sus texturas. De nuevo el violín de Farré asumía el protagonismo de la princesa, aunque tardó un poco en meterse en su papel, hasta desarrollarlo con toda plenitud, de nuevo -como en Mussorgski- relacionado con las dobles cuerdas.
Destacaron igualmente también las intervenciones del solista de chelo invitado David Barona, así como del viola Francesco Tosco, la fagostista Rosario Martínez, el trompa solista (también de paso) Norberto López o la trompeta de Miguel Herráez Caballer.
Carlos Tarín
Cristina Gómez Godoy (oboe). Real Orquesta Sinfónica de Sevilla / Julio García Vico. Marc Soustrot.
Obras de Bizet, Saint-Saëns, Ravel y Poulenc / Mussorgski, Richard Strauss y Rimski-Korsakov.
Teatro de la Maestranza, Sevilla.
Foto © Marina Casanova