El Concierto nº 3, para piano en Do M. Op. 23 de Prokofiev, resulta una amalgama de engarces diversos. El tema en terceras paralelas que trepan por el teclado, desde los registros inferiores a los superiores, y que se escuchan al final del primer movimiento, había sido concebido primero en 1911, El encantador tema como de danza del segundo movimiento Andantino, usado como base para cinco chispeantes variaciones, data de 1913 antes de que escriba otros dos temas para el primer movimiento, incluida la melodía rusa, maravillosamente sencilla, con la cual se abre la pieza (en el clarinete).Dos temas de un cuarteto inconcluso, para cuerdas, en las teclas blancas-absolutamente diatónico-, aparecieron en el final. Lo único que restaba por hacer, era componer el segundo tema del primer movimiento, y el tercer tema del final, y reunirlos todos.
A pesar de la manera en que fueron reunidos sus atrayentes temas, de a pedacitos, este Tercer concierto es notable, precisamente por su densidad y su limpieza de estructura. Divaga menos que en el Segundo, más largo y se apega más estrechamente que el Primero a la forma convencional de concierto. Como las Canciones de Balmont, equilibra el relumbrón y la introspección, la ironía y el romanticismo, y se entrega a una feliz síntesis de los experimentos armónicos de Prokofiev, a su genio rítmico y a su comprensión instintiva de las posibilidades del piano. Maduro y confiado, Este Tercer concierto, no se esfuerza por agobiar, como buena parte de su primera música para piano. Un consejo personal a Koussevitski: Que el maestro esté sereno, Esta no es una sinfonía de Stravinsky... no hay métricas complicadas, ni tretas sucias. Puede dirigirse sin una preparación especial… es difícil para la orquesta, pero no para el director. Opinión capciosa, ya que Daniel Ciobanu, habría de bregar entre el complejo entramado de recovecos ocultos y un necesario virtuosismo técnico.
En la contraseña de opuestos aparentes, el acumulativo ejercicio de contrastes de Petrouchka de Igor Stravinsky, cuya música recuerda también como otras composiciones, a una sucesión de cuadros, de collages, mejor dicho, con sus zonas de colores crudos, fuertemente contrastados, y con sus objetivos enfrentados. La célebre canción Ella tenía una pierna de madera, dos valses tomados en préstamo a Lanner, y un gran número de temas populares rusos, algunos hasta ya utilizados (por ejemplo, el primer tema de las Nodrizas, que es una canción bailable, anotada por su maestro Rimsky-Korsakov y ya empleada por Balakirev, están insertadas en una trama sonora sumamente diatónica que cambia por sacudidas, como las imágenes de un caleidoscopio. El todo es de una sorprendente novedad respecto al estilo stravinskiano hasta entonces usado: se trata de una obra de ruptura y de una opción radical tomada hacia el futuro. Agudezas que Giancarlo Guerrero hubo de captar al vuelo, después de los guiños paródicos perceptibles en Prokofiev.
Cuanto más se escuchaba Petrouchka más se asombraba uno de su posición insólita entre El pájaro de fuego y La consagración de la primavera: se opone a una y a otra y establece una liquidación de la filiación romántica. En el plano melódico, la obra muestra la aparición de rasgos desde ahora indelebles del lenguaje stravinskiano; ni es específicamente armónico, ni verdaderamente polifónico, pero tiene alternativamente de los dos, ocasionalmente de la antifonía nacida del canto ruso y más todavía de la heterofonía, es decir, de un juego de líneas fuertemente emparentadas, más o menos sincrónicas, sabiamente acopladas o deliberadamente desfasadas, juegos de reflejos y espejos deformantes.
Ramón García Balado
Daniel Ciobanu. Orquesta Sinfónica de Galicia / Giancarlo Guerrero.
Obras de Prokofiev y Stravinsky.
Coliseum, A Coruña.
Foto: El director Giancarlo Guerrero.