Poco a poco vamos recuperando la vida musical, y esta vez tocaba el turno a la Orquesta Barroca de Sevilla y su espacio escénico por antonomasia que es el teatro Turina (cuya casa natal se encuentra a escasos metros de este espacio escénico). Después de siete meses, no quería la orquesta dejar inconclusa la temporada anterior, así que decidió ofrecer casi el mismo programa previsto para clausurarla, aunque sin la presencia de Xavier Sabata, protagonista vocal del evento, que sería sustituido por el contratenor sevillano Gabriel Díaz, al que hay que agradecer que asumiera casi en su totalidad el difícil programa.
A modo de duelo, Vivaldi y Haendel se batirían en cada una de las partes (teóricas, puesto que seguimos sin descanso en los conciertos) con celebradas perlas de sus extensas producciones. Gelido in ogni vena es un aria de la ópera Farnace, en la que Vivaldi lleva al extremo el registro del contratenor partiendo de un texto desolador. Y aquí también hemos de referirnos a la ausencia de los programas de mano en sala (se pueden encontrar en la web de la OBS), con lo que el concertino y director Hiro Kurosaki fue comentando la mayoría de las obras desde la perspectiva del músico, lo cual ya nos resultar muy interesante, a la vez que desde la del estudioso e intérprete de todo el barroco de su productiva carrera, en un español inteligible y encantador.
Al referirse al inicio del aria evocó un pasaje similar al Invierno de las Estaciones vivaldianas, correlacionando ambos efectos: las notas entrecortadas con las que se inicia el aria correspondían al efecto del frío helado, que impediría al propio músico tocar las notas de manera fluida, normal. Luego, palabras como sombra y especialmente terror llevarían al falsetista contralto a emitir notas abisales para refrendar esa sensación de oscuridad del padre ante la pérdida del hijo.
Y en este punto también hemos de felicitarnos porque por fin podíamos ver los textos proyectados (en los programas de mano difícilmente se siguen con las luces apagadas), de manera que esta relación directa entre el texto y la música se hacía más que palpable. Díaz, quien ya coprotagonizó la clausura de la temporada en 2017, nos dejó -entonces y ahora- el recuerdo de su registro claro, limpio, de extraordinaria dicción, muy homogéneo y rico en matices, y al enfrentarse al temible momento del terror tuvo que recurrir a su registro sin falsete para alcanzar esos sonidos tan graves.
El único cambio que tuvo el programa fue la inclusión de Al lampo dell’armi de Julio César haendeliano, el óvolo de coloraturas que Díaz lidió con enorme soltura, con esa serenidad que aparenta una engañosa facilidad.
Antes de abordar maravillosamente la escena de Admeto que culmina con el arioso Chiudetevi,miei lumi, Díaz recordó la tipología de estos personajes de ópera barroca que, heridos de muerte, son capaces de cantar al menos un aria más. Desde ahí extrapoló la misma suerte corrida por los músicos, rajados por el puñal del confinamiento y que, sin embargo, están obligados a seguir actuando una y más veces para no terminar muriendo.
Hacía tiempo que no teníamos la oportunidad del oír al maestro de flautistas, especialmente del traverso barroco, el sevillano Guillermo Peñalver Sarazin, quien enfrentó a Vivaldi y Haendel en duelo de dos conciertos, el primero a solo (RV 440) y el de Haendel grosso, compartiendo protagonismo con Kurosaki y la chelista Mercedes Ruiz. Peñalver es otro de los virtuosos excepcionales al que no parece costarle trabajo cuanto toca, ya sea en cuanto a dificultad técnica o por la exquisita elegancia de su yo francés.
Kurosaki comentó, dirigió y tocó el violín con el referido conocimiento del bien trabado programa (que en principio era un duelo entre Bononcini/Vivaldi), haciendo que su bonhomía traspasase al conjunto hispalense, si bien no siempre con la brillantez de otras ocasiones, pero sí con la honradez y el denuedo de hacer música sincera para tan esperado retorno.
Carlos Tarín
Gabriel Díaz (contratenor), Guillermo Peñalver (flauta). Orquesta Barroca de Sevilla / Hiro Kurosaki.
Obras de Vivaldi y Haendel.
Teatro Turina, Sevilla.
Foto © Luis Ollero