El pasado 4 de noviembre, la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) regresó a su sede de L’Auditori. Lo hizo con el mismo programa que había interpretado en el Auditorio Nacional de Madrid el fin de semana anterior, con la excepción de la primera obra: en lugar de las Danzas del ballet Don Quijote de Robert Gerhard, abordó otra partitura del mismo compositor, el ballet Alegrías.
Juanjo Mena dio de ella una lectura distendida y con su punto de ironía, pues Gerhard no solo evoca en esos pentagramas la tradición española aprendida de su maestro Felip Pedrell o de Manuel de Falla, sino que juega acumulando citas de melodías populares y zarzuelas, así como el Himno de Riego o la marcha fúnebre de Chopin. Es un divertimento hecho con gracia y mucha fantasía tímbrica y rítmica, que Mena y la orquesta recrearon de forma colorista y extrovertida.
A continuación, pudo escucharse el Concierto para violoncelo n. 1 de Shostakovich, compositor que, en este arranque de temporada, parece casi omnipresente. La obra es fascinante a la par que desconcertante por el contraste que se da entre los dos movimientos extremos, mordaces, grotescos, casi circenses, y el Moderato central, un lamento de extraordinaria potencia expresiva.
En todo caso, es una obra maestra que el joven Narek Hakhnazaryan abordó a todo o nada. En el Allegretto inicial y el Allegro con moto final hizo gala de virtuosismo técnico y músculo, de vehemencia y vigor, mientras que en el Moderato dio rienda suelta a la musicalidad al hacer cantar a su instrumento y adelgazar su sonido hasta reducirlo a un suspiro milagrosamente leve y etéreo. La gran cadencia, con sus pizzicati y elocuentes silencios, no fue menos demoledora por su intensidad expresiva. El silencio con que el público la siguió, sin que una sola tos estorbara la interpretación, fue la mejor prueba del clima de expectación que el violoncelista armenio supo crear. Juanjo Mena, por su parte, le acompañó cuidando en todo momento el equilibrio entre solista y orquesta, así como resaltando con el histrionismo adecuado las partes de las maderas, los timbales y la trompa, esta a cargo de un excelente Juan Manuel Gómez.
El programa se cerró con la Sinfonía n. 4 “Inextinguible” de Carl Nielsen. Compuesta durante la Primera Guerra Mundial, es una partitura que se mueve entre extremos irreconciliables y que se dan prácticamente sin transición: de lo masivo a lo camerístico, de lo apabullante a lo estático, de lo agresivo a lo bucólico, de la modernidad al neoclasicismo… Mena se lanzó a ella dispuesto a acentuar todos esos contrastes.
Hubo momentos en que se bordeó el abismo por el vértigo que imprimió la batuta, por la potencia sonora y el tempo fulgurante, pero la orquesta supo sortearlos con nota, también en ese aparatoso Allegro final que incluye el duelo entre dos grupos de timbales, que Joan Marc Pino y Juan Antonio Martín resolvieron con nota. Para ellos fueron los mayores aplausos.
Juan Carlos Moreno
Narek Hakhnazaryan, violoncelo.
Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya / Juanjo Mena.
Obras de Gerhard, Shostakovich y Nielsen.
L’Auditori, Barcelona.
Foto © May Zircus