Aunque, como veremos, el FeMÀS tiene un día más ‘transgresor’ dentro de su programación, siempre hay otros que sobrepasan límites habituales y, aún, abiertamente fronteras. A este último caso corresponden dos conciertos celebrados en un mismo día, el del día que Bach hubiera cumplido 336 años, así que tocaba música de Bach con y sin peluca. El primero llegaba en forma de trío de campeones, cada uno de los suyo, reunidos en torno a la música bachiana: el organista y clavecinista Daniel Oyarzabal, el armonicista Antonio Serrano y el contrabajista Pablo Martín-Caminero, para dedicarnos una primera parte a la música de Bach comme il faut, con melodías a cargo de la armónica (al fin y al cabo, instrumento de lengüetas vibradas por soplo humano) y seguidas por Oyarzabal y Caminero, aquí con arco y una afinación y articulación prodigiosas, y esto en el refectorio del antiguo convento de las clarisas hispalense (fundado en 1289 por Sancho IV de Castilla), que ya era trasponía el espíritu.
Un breve receso para cambiar los graves trajes negros por camisas de flores, vaqueros y deportivas, y el órgano por un Fender Rhodes de los 70, y desde ahí llevarnos al Bach más jazzístico. Es increíble lo que Serrano es capaz de hacer con la armónica (qué intensidad y acierto tocando a Bach, lo mismo que luego improvisando sobre su música), o lo que Oyarzabal puede sacar de un piano eléctrico, tanto como la sólida base que crea Caminero en el trío.
Al rato (se exprimieron los horarios hasta lo imposible para evitar cancelar un solo concierto), una cita con Malov, ya saben, el que nos maravilló a todos con las suites de Bach para violonchelo da spalla en la última edición celebrada: ¿creen que repitió? Claro que no. Le oímos una magistral Partita en Re menor de Bach para violín, instrumento que domina como el chelo. Entre cada pieza, una improvisación libre al violín eléctrico y múltiples pedales de efectos. Nadie se pudo sentir agraviado por tal cosa, porque este hombre toca con el corazón todo. Y convence.
No sabemos si se puede considerar trangresor que Juan Pérez Floristán toque la Appassionata de Beethoven y Der Wanderer de Schubert en un piano de la época. Seguro que no. Y menos que lo haga maravillosamente bien. Otra cosa es que nos parezca que la evolución del piano hasta nuestros días ha permitido distinguir muchas más sonoridades, mayor potenciación de los armónicos, mejores mecanismos para una mayor fluidez de las teclas, algo que no sabemos si Beethoven hubiera agradecido para rienda suelta y completa expresividad a la densidad de su obra.
Rafa Ruibérriz es otro sevillano que no deja de sorprendernos por sus cualidades como flautista, a la vez que creador de programas interesantes y poco vistos. Si en la última edición nos traía las Siete palabras de Cristo en la cruz de Haydn con la inclusión de una flauta romántica, siguiendo la partitura de un joven Barbieri de 17 años, en esta edición oíamos todas las arias para tenor con traverso obbligato de Bach. Otra cualidad de Ruibérriz es que se sabe rodear de gente excepcional, con lo que sus propuestas refulgen aún más. En esta ocasión, su estrella era el tenor cubano Ariel Hernández, voz intensa, de color bellísimo, gran intensidad y mucha expresividad. Completaba el cuarteto llamado Temperamento dos excelentes músicos que tienen una cualidad rara: se complementan como dos gemelos, pareciendo en ocasiones un solo instrumento: el violonchelista Guillermo Turina y el clavecinista y organista Alfonso Sebastián.
Por último, la clausura de la presente edición, celebrada en el claustro del monasterio de clarisas, contó con un coro no profesional, Ottava Rima, y el consolidado grupo Ministriles Hispalensis, más un cuarteto de violas da gamba y un órgano, todos a las órdenes de Marco Mencoboni. El programa pretendía homenajear a Josquin Desprez en el 500 aniversario de su muerte, a través de su obra seguramente más conocida y valorada, la famosa Misa Pange Lingua, escoltada de cerca por obras cercanas de Morales, Guerrero y Victoria. Si ya las obras no eran fáciles de resolver, la cosa se complicó por la condición no profesional del coro, la búsqueda de la espacialidad en la parte superior del claustro (dificultad para oírse) y las condiciones acústicas en general, mientras Mencoboni dirigía desde abajo. Este, por su parte, imprimió una regularidad monótona a cada una de las piezas, y en especial de la misa, que deslució la despedida. Por otro lado, el FeMÀS debe reflexionar sobre esta ubicación: la belleza del monasterio choca con la actual disponibilidad de aforo real: entre 35 y 45 asistentes por concierto, aforo en el que se han enmarcado estos conciertos de despedida, mientras los espacios mayores se dedican a salas para exposiciones.
Carlos Tarín
Femás 2021.
Daniel Oyarzabal, Antonio Serrano y Pablo Martín-Caminero / Sergei Malov / Juan Pérez Floristán / Rafael Ruibérriz de Torres.
Obras de diversos autores.
Convento de Santa Clara, Sevilla.
Foto: “No sabemos si se puede considerar trangresor que Juan Pérez Floristán toque la Appassionata de Beethoven y Der Wanderer de Schubert en un piano de la época” (en la imagen, el pianista en el bello Convento de Santa Clara de Sevilla).