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Crítica / Ravel entre clásicos - por Juan Carlos Moreno

Barcelona - 14/10/2024

El pasado 11 de octubre, Ludovic Morlot celebró la renovación de su vinculación con la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) hasta el verano de 2028. Lo hizo con un programa de sabor clásico en el que, junto a la trinidad de la primera escuela de Viena, se coló el que probablemente sea el compositor más frecuentado de esta temporada: Maurice Ravel.

El programa se abrió con la Sinfonía n. 13 de Haydn, una obra que sorprende por la presencia de cuatro trompas, lo que no dejaba de ser toda una novedad en el tiempo en que se escribió, allá por el año 1763. De ella, Morlot dio una versión que destacaba la vivacidad rítmica de los movimientos extremos, en especial el del Finale, magistral en su combinación de estilo fugado y forma sonata, procedimiento que, junto con el mismo motivo de cuatro notas del credo gregoriano que constituye el cantus firmus, aparece también en la obra que cerraba el programa. En contraste, el Adagio cantabile es una página de cámara en la que brilla la melodía del violoncelo, expuesta aquí de manera convincentemente sentida por el solista Charles-Antoine Archambault.

Y hablando de contrastes, pocos como la irrupción de Ravel en este contexto clasicista. Morlot es un apasionado de ese compositor, tanto, que da la impresión de que su catálogo sinfónico se le queda corto y necesita ampliarlo con instrumentaciones de otras obras. Es el caso de la orquestación que en 2013 realizó Yan Maresz de la Sonata para violín y piano. Ravel afirmaba que, a su entender, ambos instrumentos eran en esencia incompatibles, y que esa incompatibilidad es precisamente lo que resaltó en su sonata. Pues bien, esa incompatibilidad desaparece por completo en el trabajo realizado por Maresz, uno de cuyos aciertos es el de no tratar de imitar el estilo raveliano, pero sí homenajearlo a través de una instrumentación tan refinada como sensual y fantasiosa para el oído. Todo un regalo para Morlot, la OBC y no menos para el público. El solista fue Renaud Capuçon, quien dio una versión fantástica, de un control y una exactitud ejemplares en el endemoniado Perpetuum mobile final, pero sobre todo absolutamente seductora a nivel tímbrico y rítmico, como en esos pasajes del Blues en los que el violín se disfraza de banjo. Una gozada absoluta.

Siguiendo con los contrastes en esa primera parte, Morlot y Capuçon pasaron a interpretar la Romanza n. 2 para violín y orquesta de Beethoven. La versión que ofrecieron fue agradable, bien desarrollada a nivel melódico y expresivo, pero lo cierto es que, tras la fiesta de Ravel, el cambio no podía ser más radical.

En la segunda parte, Morlot dirigió una lectura de la Sinfonía n. 41 “Júpiter” de Mozart que destacó por su fluidez y dinamismo, con un Allegro vivace especialmente brioso y enérgico, sin concesiones, pero sin dar lugar al descontrol. La misma lógica imperó en el Andante cantabile, aunque aquí, sin esas pausas que hacen que los temas respiren, el resultado fue un tanto lineal, más atractivo a nivel tímbrico que expresivo. Algo parecido se dio en el Menuetto, como si a Morlot le urgiera llegar al que, sin duda, es el momento culminante de la sinfonía: el Molto allegro final. Ahí sí, director y orquesta dieron lo mejor de sí, con una versión fulgurante, pero, al mismo tiempo, perfectamente construida, en la que las distintas voces se escuchaban con claridad meridiana. El de Morlot no será un Mozart idiomático ni referencial, pero en este caso la verdad es que convenció.

Juan Carlos Moreno

 

Renaud Capuçon, violín.

Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya / Ludovic Morlot.

Obras de Haydn, Ravel, Beethoven y Mozart.

L’Auditori, Barcelona.

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