La Balada en la menor de Samuel Coleridge-Taylor inauguró un brillante y popular concierto por autores, obras y programa. Una puesta de largo majestuosa, épica dado el tardo-romanticismo tan quintaesenciado, de este autor: melodías amplias tras secuencias rítmicas y enérgicas (algunas de comprometida concertación en anacrusa).
Era la pieza inaugural del concierto de temporada de la Orquesta Nacional de España dirigida por Anja Bihlmaier.
Una rítmica definida de inicio, allí donde no imperaba tanto aquel terso melodismo del músico inglés, que escondía la palpable dificultad de encaje de texturas, que se resolvieron con determinación.
El Segundo concierto para piano y orquesta de Serguéi Rachmaninov no precisa de presentación alguna. Behzod Abduraimov ofreció una versión con saludable flexibilidad sin eludir la brillantez de los pasajes más virtuosos. Tres movimientos perfectamente caracterizados y contrastados con un Adagio sostenuto especialmente calmado y expresivo que separó eficazmente ambas demostraciones de virtuosismo de los movimientos extremos (Moderato, hoy quizás “con moto”, y un rotundo, eficaz y flexible, como dije, Allegro scherzando). Convincente actuación de principio a fin con momentos en que su electrizante toque pianístico hacia sobresalir incisos rítmicos, habitualmente enmascarados en el trajín de su trabado pianismo.
De resultas, éxito clamoroso de Abduraimov con unas estimulantes variaciones sobre La campanella (estudio de Liszt sobre el célebre tema de Paganini), incluidas en un lance añadido que mantenía y ampliaba el horizonte virtuosístico del Rach-2.
De facto, el público no parecía necesitar apresurarse para volver a entrar tras el descanso en la segunda parte, tras semejante demostración técnica, piezas de repertorio y los tres avisos habituales… para llenar de nuevo, eso sí, una platea y gradas especialmente repletas hoy, hasta las “coordenadas más alejadas…” en todos sus sectores, del fondo a frontales y laterales.
Y es que el flamante Concierto para orquesta de aquel triste exilio de Béla Bartók, nos esperaba.
La misteriosa Introducción de la obra abocó a un Allegro vivace incisivo de sonoridad abierta con parejas características a las demostradas en la estimulante Balada de Coleridge-Taylor.
Un primer movimiento que funcionó así, envolvente, mejor en los pasajes más uniformemente activos que lo permitían, que en los más trasparentes y cambiantes que se siguieron, y devolvió su mejor cara en la épica final de los metales y los contrastes tímbricos, un tanto extrovertidos en esta versión.
Los Juegos de parejas devolvían la música a un ámbito paródico (allegretto scherzando) en el que, de nuevo, la majestad del metal trajo el mejor perfil del movimiento en el que algunas texturas fueron especialmente acertadas (como aquella con las dos arpas).
La Elegia y el Intermedio interrumpido mantuvieron su resolución incisiva y tímbrica en aquel planteamiento de contrastes y flexibilidad que caracterizó a la postre esta versión.
El trepidante Finale (con batuta por cierto, a diferencia del resto de movimientos anteriores) transitó en la convergencia del gesto amplio y su apertura dinámica, con la determinación de la propia partitura.
Luis Mazorra Incera
Behzod Abduraimov, piano.
Orquesta Nacional de España / Anja Bihlmaier.
Obras de Bartók, Coleridge-Taylor, Liszt-Paganini y Rachmaninov.
OCNE. Auditorio Nacional de Música. Madrid.
Foto © Rafa Martín