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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Quincena Musical: Kopatchinskaja y Fischer, volcanes en erupción - por Javier Extremera

San Sebastián - 20/08/2024

“Semana Grande” de San Sebastián que resultó más grande aun con los fuegos artificiales musicales de clausura que ofrecieron dos intérpretes de estirpe y de una musicalidad desbordante y genuina. Volvía director y orquesta con idéntico programa de obras que cuando debutaran allá por 2009 (el violinista esa vez fue Leónidas Kavakos) en esta caudalosa y magnífica Quincena Musical de San Sebastián (85 ediciones a sus espaldas nada menos), la portentosa y resplandeciente Orquesta del Festival de Budapest, de la mano del que fuera su fundador y ahora es fiel esposo, abnegado padre y particular confesor en que se ha convertido ese director de tintes clásicos y aromas a leyenda que es ya Ivan Fischer. Y regresaban por séptima vez al Certamen donostiarra para regalar lo que seguramente pueda ser la cima artística más escarpada de la edición de este 2024.

Es una experiencia y toda una delicia ver tocar a estos músicos, no solo por lo bien que lo hacen, sino por el sentido del humor, la intrínseca conexión y la felicidad que exhalan en sus ejecuciones. Humor y buena sintonía cuyo motor principal es el propio director que maneja a su “familia” siempre con una sonrisa y un gesto íntimo de complicidad y cercanía. Como ese divertido detalle en el arranque del concierto del pasado 17 de agosto con la jovial Obertura sobre temas hebreos de Prokofiev, donde la gracia y la armonía se desbordaron cuando el primer clarinete se desplazó hasta el atril de su “jefe” para interpretar la inolvidable melodía klezmer, mientras era el propio Fischer el que le sostenía sobre su pecho la partitura.

PatKop

Confesaba a los organizadores la violinista Patricia Kopatchinskaja (PatKop para sus allegados y nickname en sus redes sociales) sus nervios antes de interpretar nada menos que el endiablado Segundo de los Conciertos para Violín de Bela Bartók, ya que lo iba a ejecutar delante de músicos húngaros. Y es que, se nota a leguas que estos (aparte de conocer toda su obra “de pe a pa”) han mamado desde la cuna la música de Bartók, pues son un prodigio a la hora de expresarlo, de entenderlo y comunicarlo, de hacérnoslo más cálido y descifrable, así como de desplegar como nadie su particular universo de espinosos contrastes, endiablados ritmos y afilados timbres.

Kopatchinskaja es un animal musical, una diva del violín, una leona enjaulada que intenta abrirse paso con su privilegiado arco. Su teatral y visceral interpretación (prodigio de articulación y mecánica) fue un verdadero espectáculo, no solo por la liturgia que siempre la rodea (como la de tocar descalza) sino porque es capaz de extraer sonoridades nunca antes vislumbradas en las obras que interpreta. Lo demostró en la genial y expresionista cadenza del primer movimiento, en la doliente y emocionante expresividad de su sonido o en esas vertiginosas piruetas malabaristas (ricochet incluidos) que desplegó en las variaciones de un fabuloso “Andante tranquillo”, imborrable ya para mi memoria. La complicidad y efusividad de la solista con el conductor fue total, llegándole incluso a giñar el ojo antes de tirarse de lleno con el trepidante Allegro final. El humor volvía a estar presente en la propina (que dejara registrada en disco junto a la argentina Sol Gabeta), un movimiento a dúo (Presto Wq 114/3) adaptado para ser tocado en pizzicato compuesto por el quinto hijo de Bach, Carl Philipp Emanuel, donde la moldava echó mano de un impagable cómplice en la figura del primer violonchelista de la formación, el veterano Péter Szabó (curiosamente ausente en el concierto del día siguiente).

Dvorák a la húngara

Parecía que después de conquistar la cima ya todo sería comenzar a descender, pero Fisher siguió escalando al ofrecernos una Séptima Sinfonía de Dvorák de esas de guardar en vitrina museística. Con los contrabajos (nada menos que ocho) arriba junto a la percusión, lo que le otorgó de una sonoridad distinta, dramática e inquietante, Fischer desplegó con sus huestes un colorido sólido y nostálgico de resonancias y densidad netamente brahmsiana. Para bien o para mal lleva interiorizada la genética directoral de su patria (idéntica sangre que corría también por los Reiner, Fricsay o Solti) por lo que incidió continuamente tanto en la pujante acentuación magiar (con su implacable intensidad en el fraseo) como en el férreo sentido del ritmo, siempre dotado de una palpitante vitalidad. Un Dvorák universal y de todos, sin brumas, folclorismos acentuados, ni campesinos con zuecos.

De propina más buen humor con una divertida exquisitez, “Hoře”, el Dúo moravo Op. 38 del compositor checo, acompañado por un octeto de cuerda y cantado -de pie y partitura en mano- por las mujeres de la orquesta.

Mozart en Donostia

Con los fantasmas de PatKop y Bartók aun sobrevolando por nuestra cabeza, al día siguiente el Kursaal completó su aforo para una velada dedicada al dios Mozart. Tras la cegadora luz tocaba ahora sumergirse en las tinieblas de su inmortal Réquiem. Pero antes una interpretación, sin ningún tinte historicista, de la Sinfonía 38 “Praga”. Una obra extraña, pues aparte de no contar con la participación de uno de los instrumentos favoritos del salzburgués (el clarinete) solo posee tres movimientos. Un Mozart ágil, flexible y fresco, con un Fischer animado y suavizado en sus modales, que regaló momentos de enorme belleza musical como ese íntimo y coqueto diálogo entre los instrumentos en su prodigioso “Andante”. Curiosamente la elegancia y lustre en las formas nos hizo recordar a otros compatriotas suyos de atril, como George Szell o Antal Doráti.

Los apenas cuarenta músicos existentes en el escenario parecieron de repente transformarse en liliputienses, cuando hicieron su entrada el más de un centenar de gargantas del Orfeón Donostiarra para encarar la misa de difuntos. La formación húngara aguantó bien el tipo ante esa monstruosa masa coral. Una lectura tradicional y equilibrada para este nutrido contingente vocal, de tempi moderados, amplitud de gesto y fraseo noble y espiritual. El fornido coro, dirigidos sabiamente por José Antonio Sáinz Alfaro, mostró su calidad en un rotundo “Confutatis” o en las texturas cristalinas conseguidas en la etérea “Lacrimosa”.

Del desigual cuarteto solista (muy forzada y con excesiva tirantez en el agudo la soprano Anna Lena Elbert) habría que destacar al barítono todo terreno germano Hanno Müller-Brachmann, cuya brillantez parecía querer rememorar aquella época gloriosa que tuvo en su carrera junto a Daniel Barenboim en la Staatsoper berlinesa. Suyo fue el mejor momento de la obra junto al acertado y aplaudido trombón de Balázs Szakson. En definitiva, un fin de semana inolvidable en lo musical y no menos importante en lo organizativo, por lo que solo resta felicitar a otro maestro, Patrick Alfaya, que lleva comandando ejemplarmente esta Quincena durante tres lustros, siendo un verdadero referente en la gestión cultural de este país.

Javier Extremera

 

Orquesta del Festival de Budapest

Dirección: Ivan Fischer

Violín: Patricia Kopatchinskaja

Obras de Prokofiev, Bartók y Dvorák.

 

Orquesta del Festival de Budapest

Dirección: Ivan Fischer

Orfeón Donostiarra (Dir. José Antonio Sáinz Alfaro)

Anna Lena Elbert (soprano)

Olivia Vermeulen (contralto)

Martin Mitterrutzner (tenor)

Hanno Müller-Brachmann (bajo)

Obras de Mozart

 

Auditorio del Kursaal en San Sebastián

85ª edición de la Quincena Musical Donostiarra

17 y 18 de agosto de 2024

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