El de “Canta con la OBC” es uno de los proyectos participativos de L’Auditori: como su nombre indica, consiste en invitar a cantantes no profesionales a cantar en uno de los conciertos de la temporada de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC).
En esta ocasión se reunieron nada menos que 170 voces que, con el apoyo de las de El Cor Canta, formación surgida de la primera edición de esta iniciativa, y la dirección de Elisenda Carrasco, participaron el pasado 12 de mayo en el estreno de Tre canti di Leopardi, de Albert Guinovart. El compositor, uno de los más reconocidos y reconocibles de la escena catalana actual, dio cuenta en esa obra de su facilidad para la creación de bellas melodías, así como de su inteligencia a la hora de escribir para unos cantantes que no son profesionales. Mas toda la contención y simplicidad mostrada con el coro contrastaba con la exuberancia de la escritura orquestal, cuyo carácter masivo y cinematográfico, con un sonido que llegaba a saturar, no casaba en absoluto con el lirismo introspectivo de los poemas de Giacomo Leopardi. Si el coro se esforzó y logró una actuación meritoria, la OBC, bajo la batuta de Jordi Francés, dio una lectura más aseada que comprometida.
La obra de Guinovart dio paso a otra de Felip Pedrell, la primera de las tres partes del poema sinfónico I trionfi, “Trionfo d’amore”. Después de que, en el marco de esta misma temporada, la OBC ofreciera algunos pasajes de “Trionfo della fama”, el primer panel de esa monumental partitura, así como Excelsior, las expectativas eran bajas, muy bajas, pues el interés de esa música había resultado meramente histórico.
Pero saltó aquí la sorpresa: ciertamente, no es una obra original (la sombra de Wagner se extiende por todos estos pentagramas) y mucho menos maestra, pero sobre todo su primera sección, “Le ombre e gli spiriti”, mostraba una delicadeza instrumental y una fantasía melódica muy sugerentes, cualidades apreciables también en “Colloquio” y “Madrigale”, no tanto en el final, “Estasi d’amore”, donde se echaba de menos un mayor desarrollo en la construcción. El buen hacer de Jordi Francés facilitó que esta música cobrara vida.
La segunda parte estuvo integrada por la última y probablemente menos conocida de las sinfonías de Prokofiev, la Séptima, también la más melancólica, a pesar de la brillantez sonora y la efusividad rítmica de muchos de sus pasajes. El director, sin embargo, no se dejó llevar por melancolía alguna, como mostró en el arranque de la obra, en que el ensoñador tema inicial sonó rotundo, casi marcial. Tampoco la conclusión fue especialmente sentida ni hubo misterio en ella.
Con una forma de dirigir extrovertida y muy coreográfica, Jordi Francés apostó por el brillo, el despliegue de ritmos y colores, el humor y la energía, y ahí la OBC le siguió en volandas. Tanto que, acabada la última nota, un señor que tenía al lado concluyó que el programa había estado bien, pero que “Prokofiev es otro nivel”. Y en eso, la verdad, no le faltaba razón.
Juan Carlos Moreno
El Cor Canta. Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya / Jordi Francés.
Obras de Guinovart, Pedrell y Prokofiev.
L’Auditori, Barcelona.