La Final de la sexagésima tercera edición del Concurso Internacional “Premio Jaén de Piano”, celebrada el pasado sábado 30 de abril en el Nuevo Teatro Infanta Leonor de la ciudad andaluza que da nombre al Premio, exhibió en liza a tres jóvenes pianistas de marcada personalidad, cuyas individualidades subyugaron por su parejo mérito.
No sería completa y rigurosa esta reseña del Concurso si no se tuviera en cuenta el contexto de las obras o a sus compositores, pues ser conocedores de ello facilita la comprensión e interpretación que se haga en la valoración del mismo. Es por ello, que la excelente organización de este Concurso Internacional de Piano ha tenido a bien el contar con una conferencia previa a la misma final. El ponente Arturo Reverter fue el encargado de situar al público que quiso escuchar durante unos 25 minutos el contexto de las obras que los tres finalistas iban a interpretar, así como de la de sus compositores. El estilo elocutivo de Reverter fue marcadamente ameno y cercano, aspecto no reñido con el rigor absoluto de sus especializadas explicaciones. El experto compartió unas reflexiones muy acertadas tanto de la acogida que tuvieron las obras en su momento, como de las dificultades técnicas que entrañan dichas obras y a las que, en consecuencia, se enfrentaban los pianistas del Concurso.
Una vez finalizada esta interesante disertación de A. Reverter, se dio comienzo a la Final del concurso.
La comunicadora Olivia Aranda hizo de presentadora del evento dando cuenta de los perfiles de los componentes del Jurado y mencionando la identidad de las instituciones involucradas y patrocinadores, así como explicar la mecánica del Concurso y orden del Acto. Resaltó que se han presentado 98 participantes de un total de 26 países, siendo ese número el más alto en la historia del concurso.
Los países que han participado han sido los siguientes, ordenados de mayor a menor por el número de pianistas participantes (cuando el número es igual, se ordena por orden alfabético): Corea del Sur, China, Japón, España, Estados Unidos, Australia, Francia, Italia, Rusia, Gran Bretaña, Ucrania, Bielorrusia, Canadá, Chile, Eslovenia, Georgia, Grecia, Israel, Letonia, México, Polonia, Portugal, Reino Unido, República Checa, Taiwán y Turquía.
El jovencísimo pianista de nacionalidad americana Angel Stanislav Wang sería el primero en actuar con idéntica obra que el pianista subsiguiente, el italiano Alberto Ferro: el Concierto para piano y orquesta n.1 en si bemol menor Op.23 de P. I. Tchaikovski (1874-1875). Hay que aclarar que esta obra es una gran candidata a la hora de elegirla los concursantes debido a sus dificultades técnicas en las que pueden lucirse. La tercera aspirante al premio, la coreana Yeon-Min Park, eligió como obra el Concierto para piano y orquesta n. 3 en do mayor Op.26 de Sergei Prokofiev (1921). La dirección de la Orquesta Filarmónica de Málaga que acompañó a los tres pianistas corrió a cargo de Salvador Vázquez.
Pero será objeto de esta crítica el abordaje de aspectos musicológicos derivados de la interpretación y obras elegidas por los tres pianistas que convirtieron la Final en una muestra triádica del mejor piano joven internacional.
El Concierto para piano y orquesta n.1 en Si bemol menor Op. 23 del compositor ruso P. I. Tchaikovski (1840-1893) sigue el siguiente esquema –que tanto el americano Angel Stanislav Wang como el italiano Alberto Ferro siguieron en sus interpretaciones: Allegro non troppo e molto maestoso- Allegro con spirito (primer movimiento); Andantino semplice (segundo movimiento); Allegro con fuoco (tercer movimiento).
La irrupción en el escenario del primer pianista, el joven y de gran estatura Angel Stanislav Wang, situó al auditorio ante la deseada expectativa de escuchar a uno de los tres seleccionados de todos los pianistas que comenzaron el Concurso.
Durante los veinte minutos que duró el Allegro non troppo e molto maestoso- Allegro con spirito, podemos destacar diversos aspectos.
Durante el Allegro inicial, el Allegro non troppo, que dura unos cuatro minutos, esta especie de “micro movimiento” –llamado así según algunos estudiosos- (exposición-desarrollo-reexposición), las trompas nos presentan tres veces el tema, seguida de la orquesta repitiéndolo con acordes e introduciendo el segundo motivo que da la entrada al piano brillante de Angel Stanislav Wang con ese acorde en Re bemol mayor traspuesto en octavas al que sigue la sección de cuerdas (violines primeros y violonchelos) que presentan el tema basado en el folclore ucraniano.
Esta introducción (en la que podemos vislumbrar contrastes de acompañamiento en pizzicatos de las cuerdas con arpegios y escalas cromáticas que el pianista hace recorrer impecables por el teclado blanquinegro durante su breve cadenza) se ve también contrastada por acordes enérgicos del pianista frente a la presentación del primer motivo por parte de las cuerdas con variaciones o de la sección de viento-madera con escalas en forma de eco o similar. Un bello arpegio en pianissimo del intérprete sirve de interludio para pasar a la exposición que se caracterizará por un juego contrastante entre pianista y tutti o secciones de la orquesta, resaltando los arpegios y escalas pianísticas frente a momentos de pizzicatos en cuerdas, o notas largas en las mismas, así como variaciones o el desarrollo de la exposición de forma “coral” por los vientos-maderas y trompas. El piano asciende en perfecta tensión, meticulosamente medida, llena de fuerza expresiva y ello conlleva a que el tutti orquestal le siga con fortissimos acordes para llegar al desarrollo temático. Y como después de la tempestad viene la calma, el mismo piano se encarga de ello mediante el uso de grandes arpegios. Durante la reexposición se alternan partes contrastantes que exponen una y otra vez momentos de enorme tensión para desembocar en calma. De ello se encargan contrastadamente violines y maderas para agitarse de nuevo con una entrada inesperada de las trompas y todo ello con el pianista mostrándonos su eficaz técnica dialogando en el discurso musical con los instrumentos citados. Piano, oboe y clarinete son ahora los presentes en la reexposición y en donde las cuerdas retoman ese discurso hasta que hace su aparición la cadencia del pianista quien dejará constancia de su enorme virtuosismo y alarde técnico. El final de este primer movimiento llega con la coda en la que las maderas y una respuesta preciosa por parte de las cuerdas, permite al pianista acompañar arpegiadamente todo el pasaje para finalizar con fortísimos acordes este movimiento.
El segundo movimiento contrastante, nos referimos al Andantino semplice, duró seis minutos y en él pudimos vislumbrar la maestría del compositor a la hora de mostrarnos una melodía pegadiza, sencilla, inspirada en la música popular pero ensalzada y engrandecida por una armonía y una instrumentación de gran elegancia. Tchaikovsky supo conjugar a la perfección el gusto compositivo clásico con lo mejor de la música popular.
Es en este movimiento donde la orquesta va introduciendo distintas secciones orquestales que no sólo muestran una gran belleza y empaste sonoro, la OFM sonó dulce pero con momentos decisivos que apoyaron el lucimiento del pianista que tan brillantemente defendió cada compás. Stanislav enseguida demuestra nuevamente su dominio técnico no sólo en el prestissimo sino también en la parte conclusiva de la coda y en la que las flautas subrayan los últimos acordes y las cuerdas van perdiéndose en sonido hasta que no queda resto de ello.
Este movimiento de gran belleza y dificultad sobresale perfectamente bien llevado por una batuta maestra, mostrando en todo momento que la OFM y su director Salvador Vázquez cooperan a la perfección y con una naturalidad apabullante.
Y entonces llegó la hora de llegar al clímax de la obra durante los siete minutos que dura el Allegro con fuoco interpretado por el virtuoso pianista americano. Así de un intenso, dulce y melancólico lirismo que hemos presenciado en el segundo movimiento, le toca el turno a los fuegos artificiales finales de este concierto. Este último movimiento basado en la forma rondó responde a un alegre o jovial final, lleno de fulgor que bien podría considerarse –como señaló Arturo Reverter en su conferencia previa al concierto- como un cuadro coreográfico a medio camino entre la danza popular y la clásica.
La cuerda es la sección orquestal que más interviene en ese discurso sonoro junto al piano. El solista, virtuoso indiscutible, se ve apoyado puntualmente por las maderas, bien con un contrapunto imitativo frente al piano, bien como acompañamiento o bien con trinos para apoyar la melodía de forma breve pero muy eficaz. El piano se eleva en virtuosismo realizando octavas con rápidas escalas o arpegios muy bien llevados a término.
La coda del final es apoteósica. Un Allegro vivo desemboca en una explosión sonora tanto del tutti como del piano, llegando al si bemol mayor (no olvidemos que comenzó en si bemol menor) al unísono, un unísono verdaderamente impactante, donde el solista se ha visto muy bien ensalzado gracias a una orquesta que ha dado lo mejor de sí misma dirigida por una batuta ágil y expresiva.
En general, del pianista americano Angel Stanislav Wang podemos destacar la brillantez y energía que captó la atención inmediata del público desde el principio hasta el final. Las notas eran escuchadas con perfecta definición; el sonido global del piano era limpio, cuasi metálico, elegantemente punzante. Salvador Vázquez miraba con atención al solista de manera repetida para asegurar la coordinación con la orquesta ante un requerimiento rítmico acuciante. La brillantez técnica afloraba por los cuatro costados del jovencísimo pianista y eso mismo demostró un entusiasmado público que le regaló dos largos minutos de aplausos.
La llegada del pianista italiano, Alberto Ferro, trajo otro aire a la obra de Tchaikovski. He de decir “aire” no en el sentido técnico del término sino en el de un registro utilitario de la palabra.
No glosaré de manera analítica todas las secciones de la misma obra de Tchaikovsky en la que coincidieron los dos primeros pianistas en concurso, pero si destacaré los aspectos más sobresalientes del segundo concursante, el pianista italiano.
Es increíble como una misma obra cobra un matiz distinto según quien la interprete y eso es lo que ha sucedido con este nuevo solista. El italiano dejó claro al público que no se iba a aburrir al escuchar la misma obra. Podrían ser los mismos pentagramas, pero estos ahora con él nadaban en un mar de sentimientos muy europeo y con un gusto exquisito.
Desde el principio al final la interpretación se tornó climática, la orquesta serenó su sonido –aún agitada ante el ritmo acuciante del primer pianista- al tiempo que ganaba en expresividad y dinámica, el balance “piano-orquesta” resultaba óptimo, la batuta ahora ganaba en tranquilidad de manera que la talla del zapato italiano del pianista y el del director de orquesta parecía la misma. Advino el romanticismo de la obra, en definitiva, con una ejecución melosa que hizo que las cuerdas de un mismo piano ahora parecieran otras, mensajeras de un mensaje traído por una brisa cálida y bañada por el mediterráneo musical.
Si la Orquesta Filarmónica de Málaga (OFM) brilló en la primera interpretación, ahora, ya con la maquinaria perfectamente puesta a punto, caliente, se dejó llevar bellísimamente por la seducción de unos pentagramas muy sentidos, plenos de romanticismo abordados con una técnica depurada y una interpretación muy honesta -que bien recuerda a las de las salas de conciertos decimonónicos- donde se impone la clase y el buen gusto italiano, con un sonido más redondo, con más matices, más pleno llenando todo el espacio sonoro del Teatro Infanta Leonor y en donde en ningún momento el piano adsorbía a la orquesta ni ésta a aquel.
La OFM controla en todo momento la potencia y la masa orquestal para no quitar importancia al piano y éste actúa consecuentemente. El tempo rubato fluye impresionantemente natural, así como percibimos un control pleno, redondo y absoluto del tempo en general. Así mismo, hay que destacar cómo de ese control del tiempo en todos los aspectos, destacaría el control de unos ritardando que el pianista consigue encauzar a la perfección con la tremenda complejidad de esta obra en la que se va incorporando de manera totalmente natural el tutti orquestal en las secciones requeridas para ello.
Y si en la anterior interpretación se producía una explosión sonora virtuosa, en esta nueva interpretación esa explosión virtuosa lleva impregnado el gusto italiano romántico y en donde la OFM ha fluido con una fuerza expresiva bellísima llevada a cabo por la batuta de Vázquez que se expresa con potencia, naturalidad y vivacidad, muy acorde a este tipo de interpretación plenamente romántica.
También transcurrieron dos minutos de largos aplausos, más intensos si cabe o por lo menos con una mayor fuerza expresiva, quizás el público también se contagió de ese aire sentimental, romántico.
La tercera pianista, la coreana Yeon-Min Park, traía en su memoria una partitura sólo apta para expertos a uno y otro lado de la comunicación artística, nos referimos al Concierto para piano y orquesta n.3 en Do mayor op.26 de Serge Prokofiev (1891 en Sonzowka, Ucrania y 1953 en Moscú), el mejor representante de la escuela de compositores soviéticos durante la primera del pasado siglo. En este compositor ruso se conjuga a la perfección tradición y modernidad y es curioso resaltar como en las dos interpretaciones precedentes hemos podido escuchar a Tchaikovsky siendo éste uno de los autores favoritos de Prokofiev durante su juventud. Así que, en la Final de este Concurso pianístico, también se aúna tradición e innovación, aunque ya casi consideremos a Prokofiev como un “clásico” debido al tiempo transcurrido…
Los movimientos de los que consta el Concierto son tres: Andante-Allegro, Tema con variazioni y Allegro ma non troppo. Cada uno de los movimientos fue ejecutado con la precisión de un reloj suizo, diez minutos fue la duración minuciosa de cada uno por parte de la pianista coreana.
Antes de empezar, es preciso contextualizar y entender mejor esta compleja obra.
Esta composición partió de un tema de 1913 que fue escrito para añadirle unas variaciones y terminó dando como resultado el segundo movimiento de este concierto, el cual no adquirió forma concertística hasta 1916 1917, sin llegar a terminarse hasta el verano de 1921 en que el autor vivió en Bretaña. Los compases de esta partitura se aúnan brillante y mágicamente con un lirismo fuera de lo común, pero también con gran sarcasmo, ironía, un humor grotesco, todo ello aderezado de un lenguaje vivo, lírico, virtuoso, elocuente.
A continuación pasemos a visualizar cómo la pianista coreana se enfrentó a ello y cómo la OFM y su batuta brillaron en una interpretación magistral de esta obra.
En el inicial Andante de un dolce clarinete y su repetición en la sección de la cuerda, la pianista ataca de manera exuberante con el Allegro a la melodía, en el que solista y tutti trabajan en planos de igualdad y donde llegarán unísonamente al final de una manera increíble, espectacular. El punto contrastante del lirismo del clarinete y orquesta se expone frente a la parte rítmica y brillante del piano de Yeon-Min Park.
Con el Tema con variazioni tanto OFM como solista nos presentan unos contrastes muy seductores, pues el tema central, en Mi menor, es seguido de las 5 variaciones que nos referíamos antes, para desembocar en una quietud absoluta, apabullante, impactante. Movimiento y quietud son términos que se imponen aquí.
Una digitación ejemplarizante es lo que caracteriza la ágil y virtuosa ejecución de la pianista coreana a lo largo de las cinco variaciones y a través de largos trinos, escalas, glissandos como sucede en la primera variación y que bien puede recordar –tres años más tarde- y con el solo de clarinete al famoso comienzo de Rapsodia in blue, de Gershwin (dato curioso que nos hace valorar el nuevo lenguaje composicional de Prokofiev y cómo sirvió de inspiración a otros compositores buscadores de un nuevo lenguaje compositivo); con un movimiento agitado y a galope recorre velozmente el teclado con un alarde virtuoso de escalas ascendentes y descendentes, mostrando un dominio pleno de la digitación; la tercera variación, asincopada o jazzística, lleva a la pianista a hacer una nueva revelación rítmica pues su control rítmico es digno de admirar ante esta variación tan compleja; con la cuarta variación entra en diálogo meditativamente tanto pianista como orquesta para encarar la última variación en donde la complejidad en modulación se hace patente llevando un control rítmico absoluto y en donde la pianista se la juega manteniendo el tipo ante tal complejidad, un triple salto mortal que no será sino el principio de un final apoteósico con el tercer movimiento.
Allegro ma non troppo:
Con el Allegro ma non troppo llegan nuevamente los contrastes y el encaje de bolillos tanto para la orquesta como para la pianista. En este movimiento se conjugan un gran lirismo, cantado en stacatto en las cuerdas y una gran scherzosidad. Este movimiento es una verdadera explosión de virtuosismo defendido espectacularmente por la pianista. No es un cometido fácil, no. Después de un jugueteo bitonal (orquesta en Sol mayor mientras que el piano está en Re mayor) la coda se alza en una dura lucha entre orquesta y pianista, para desembocar dramáticamente con un unísono fortissimo en Do mayor, que era la tonalidad inicial.
Yeon-Min Park sobresalió en su actuación una suficiencia técnica asegurada y un nivel de transmisión de la compleja obra muy alta. Su tímbrica en la parte alta del teclado llegó a confundirse con la de la propia orquesta. La avanzada música de Prokofiev resplandeció con bellísima perfección entre los dedos prokofianos de esta última finalista del concurso que también se ganó dos largos minutos de rítmicos aplausos de un público entusiasmado.
Me gustaría resaltar también el excelente trabajo de la OFM y de su batuta, pues Prokofiev no es de los compositores más habituales entre su programación, frente a un Tchaikovsky con el que si están más familiarizados. Enfrentarse musicalmente a Prokofiev es un reto digno de mencionar y más cuando se trata de acompañar orquestalmente a una de las finalistas del Concurso en donde plasma su propia interpretación y en donde la Orquesta tiene que realizar un verdadero esfuerzo adaptativo al enfrentarse a numerosos desafíos: Prokofiev exige una interpretación rigurosamente rítmica, clara, que requiere de dedos de acero incansables, potentes, marcados, en donde el más mínimo juego de rubato haría peligrar el desarrollo de la obra.
La OFM dirigida con una gran complicidad con su Director destacó en las tres interpretaciones de las obras y supo acompañar y dialogar musicalmente con los tres finalistas, cada uno de los cuales aportó su sello personal a la obra elegida. Un buen trabajo en equipo apoyado en todo momento por una concertino atenta completamente, sirviendo de mano derecha de la batuta de Salvador Vázquez y cuyo trabajo se veía reflejado en todo momento.
Después de diez minutos de descanso y donde el público votó a sus tres finalistas, un cualificado Jurado (presidido por el pianista barcelonés Albert Attenelle y cuyos vocales fueron Pilar Bilbao, Hortense Cartier-Bresson, Ralf Nattkemper, Ewa Osinska, Graham Scott, Michiko Tsuda y el secretario Ernesto Rocío Blanco) hubo de galardonar a uno de ellos como ganador y éste fue Angel Stanislav Wang. El “podio” pianístico se completó con dos escalones más de la triada: el segundo que ocupó Alberto Ferro y el tercero por Yeon-Min Park (que además se hizo con el Premio del Público). El pianista americano Angel Stanislav Wang fue también acreedor del Premio de Música Contemporánea (por su excelente interpretación de la obra de encargo de la compositora Laura Vega) y a la Música de Cámara, mientras el premio Rosa Sabater fue entregado a Samuel Bismut.
Esta 63 Edición del Concurso Internacional de Piano “Premio Jaén” ha destacado y sorprendido en muchos aspectos a lo largo de estos días en que sus participantes han dado lo mejor de sí mismos en cada una de las tres pruebas. Primera y segunda prueba: piano solo; tercera prueba: piano solo y música de cámara con el Cuarteto Bretón (violín I, Anne Marie North; violín II: Antonio Cárdenas; viola: Rocío Gómez; violonchelo: Carlos Sánchez Muñoz); Prueba Final con la Orquesta Filarmónica de Málaga dirigida por el Director malacitano Salvador Vázquez.
La Diputación de Jaén, organizadora del Concurso, ha forjado un trabajo en equipo que ha hecho posible que este certamen destaque en calidad humana y profesional, así como de medios técnicos o audiovisuales, como por ejemplo con la novedad de este año: un video mapping sobre el Premio “Jaén” de Piano en la Plaza de Santa María.
Lo que está claro es que, a la vista de todo lo que conlleva este Premio Internacional de Piano, aunando ilusión, creatividad, entusiasmo por apoyar y promover la cultura y el arte, trabajando tanto individualmente como con un buen trabajo en equipo perfectamente coordinado se obtienen un magnífico resultado. Muchos años más de Premio Jaén. Enhorabuena.
Verónica García Prior
Prueba Final del Concurso Internacional “Premio Jaén” de Piano
Angel Stanislav Wang. Alberto Ferro, Yeon-Min Park
Orquesta Filarmónica de Málaga / Salvador Vázquez
Nuevo Teatro Infanta Leonor, Jaén