Dentro de su Ciclo Grandes Intérpretes, el Festival de Granada ha contado con la participación de uno de los violinistas alemanes más admirados en las últimas cuatro décadas; Frank Peter Zimmermann. Su especial serenidad ante cada estilo y cada autor le hacen parecer como un músico que, a través de una actitud eminentemente contemplativa, alcanza la bondad estética de cada obra con un adusto refinamiento expresivo y una seguridad técnica que llevan a recordar a las viejas escuelas de alta interpretación en la que la musicalidad aparece en el primer lugar del orden de prelación que ha de regir tan sustancial valor de este arte que se manifiesta a través del sonido, en el espacio, durante un tiempo medido y siempre en movimiento.
Venía acompañado por su compatriota Martin Helmchen, sólido pianista de su plena confianza, con el que ha grabado para el sello BIS Records la integral de las sonatas de Beethoven con gran éxito de crítica. De cuya trascendental experiencia hubo la suerte de escuchar como bis al final de este concierto el Adagio molto esspresivo de la Sonata Primavera, Op. 24, un modelo de ensoñado lied llevado al violín, que reafirmó la excelencia del recital que había estado dedicado a dos patriarcas de la música de cámara como fueron, son y seguirán siendo Johannes Brahms y Béla Bartók.
Del primero, iniciaron la velada con la también conocida como Thuner Sonate en La, Op. 100 que, por su clara tonalidad reflejo de la luminosidad del lago suizo Thun a cuyas orillas fue compuesta, toma este sobrenombre. Siguiendo tal proposición del autor, convirtieron en colorida melodía sus dos temas que se suceden al inicio del primer movimiento, llenando de gozosa alegría el tercero, que fue implementado con mayor energía haciéndolo centro del emocionante diálogo que desarrollaron en su discurso. Supieron contrastar con eficaz alternancia la lentitud en el violín con un ritmo vital en el piano, que acrecentaban la belleza coloquial de sus compases. La misma orientación dieron al tercer movimiento, acentuando el carácter de pacífico bienestar que procura su escucha, resultado de la época feliz por la que estaba pasando Brahms en el periodo estival de 1886.
De acontecimiento artístico hay que valorar la interpretación de la Sonata nº 2, Sz.76 de Béla Bartók que ocupaba el segundo lugar del programa. La satisfacción que sentía el autor por esta obra en comparación con otras de su excelso catálogo de cámara quedó más que justificada en esta ocasión desde el grado de compenetración que alcanzaron ambos músicos. Zimmermann llevando el peso de su misterio y Helmchen creando un clima de improvisación que destacaba la escasa conexión popular que tiene esta sonata, y sí su polifónica naturaleza especulativa en lo armónico, aspecto que se desprendía de la interacción de los instrumentos y de la técnica violinística en arco y diapasón, que requiere un intérprete que, como decía Bartók; “sólo un violinista de primera clase tiene alguna posibilidad de aprenderla”.
Con su precisa lectura a primera vista y grandes dosis de recreación, ambos intérpretes llegaron a desentrañar esa difícil y abstracta significación de su contenido claramente manifestado en un rico y particular dodecafonismo bartokiano, realzado a través de perfectos glissandi y una admirable elasticidad de portamento, que parecían engarzar los siempre alterados intervalos pianísticos que se manifestaban portadores de una perenne e irresoluble pregunta, todo ello a través de un lenguaje que se manifestaba con el más sublime grado de musicalidad. Seguramente hay que pensar con sobrada razón que ha sido uno de los momentos absolutamente memorables de esta edición del Festival, que sólo habría sido superado en resonantes efectos armónicos si se hubiera podido disponer de toda la espacialidad acústica del recinto del Auditorio Manuel de Falla, un lugar perfecto para grabar música de cámara como lo demuestran magníficos registros realizados por el sello IBS Classical.
Volvía Brahms en la segunda parte con la adaptación para violín que hiciera el propio autor de la Sonata para clarinete Op. 120 nº 2. La actitud en su exposición fue destacar el carácter resignado, meditativo y melancólico en el que magistralmente derivó el arte del músico al final de su vida, periodo en el que se produjo su legado espiritual más auténtico. Con tal respeto, Zimmermann desarrolló un amable lirismo en el primer tiempo, llegando a un punto de sensitiva nobleza en la coda. Un sentido apasionado se apoderó de ambos intérpretes en su exposición del allegro central, destacando las mixturas tímbricas alcanzadas en el trío que denotaban cómo ambos habían llegado a un nivel supremo de expresividad, cuyos efectos también se dieron en el Adagio de la Sonata, Op. 108 que tocarían a continuación.
Comprendiendo la importancia de esta obra, quisieron tocarla al final del programa como muestra definitiva de la excelsa creatividad del compositor y ejemplo práctico de su mutua e instintiva integración estética, al identificarse plenamente con la rica y variada dialéctica que encierra esta composición, que realizaron con una naturalidad excelente desde un control férreo de timbres, registros y dinámicas, manteniendo en todo momento un absoluto respeto a su estructura armónica y un determinante cuidado y acento a sus líneas melódicas. Todo un portento de equilibrio y sentido musical que convertía la actuación Zimmermann y Helmchen en otro referente indiscutible de la programación dedicada a eminentes solistas de cuerda en esta edición del Festival.
José Antonio Cantón
LXXI Festival Internacional de Música y Danza de Granada
Frank Peter Zimmermann (violín) y Martin Helmchen (piano)
Obras de Béla Bartók y Johannes Brahms
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 02-VII-2022
Foto © Fermín Rodríguez