Los abonados al Liceo de Cámara que organiza el CNDM en el Auditorio Nacional esperaban con gran interés el concierto programado el pasado martes 11 de diciembre, ya que el programa resultaba novedoso en este ciclo, no por la música (un recorrido ortodoxo por algunos puntales básicos de la música de cámara romántica) sino por quienes la interpretaron, el joven e internacional Cuarteto Chiaroscuro y el pianista Cédric Tibergien (sustituyendo al previsto Kristian Bezuidenhout).
El interés de este concierto radicaba en una singularidad poco habitual en el Liceo de Cámara: desde su creación en 2005 el Chiaroscuro ha reivindicado la interpretación de las obras de los períodos clásico y romántico empleando cuerdas de tripa y arcos históricos, en una decisión que no solo altera el sonido sino la propia aproximación de los artistas a cada obra, ya que exige reflexiones previas y decisiones nuevas a la hora de tocar obras que están en la memoria de todos los aficionados. Cuartetos veteranos como los Cuartetos Mosaïques o Festetics ya han recorrido este camino, demostrando su validez, y el Cuarteto Chiaroscuro recoge el testigo con honores.
El Chiaroscuro parte con una gran ventaja frente al público expectante: están muy seguros de su decisión, y, por tanto, no hay vacilaciones ni fisuras en su manera de afrontar cada obra. Además, nos atreveríamos a afirmar, son conscientes de su calidad como músicos, tal y como lo son sus espectadores, a los que la musicalidad y entrega del Cuarteto convence desde la primera nota, pese a la inicial extrañeza que pueden provocar ciertas sonoridades y ataques no convencionales.
En la primera parte del programa, el Cuarteto de cuerda nº 7 en Fa mayor "Razumovski" op. 59 nº 1 de Beethoven. No es una obra fundacional en la historia del cuarteto de cuerda, ya que ese mérito podría arrogárselo alguno de los cuartetos de Haydn, pero sí es una de las piezas del repertorio beethoveniano, y, por ende, camerístico, que revoluciona el género. Beethoven estira los límites del cuarteto de cuerda, descubriendo y desarrollando todo un campo nuevo de texturas, creando nuevas reglas; abriendo, en fin, una forma clásica a la libertad de la imaginación romántica.
El Cuarteto Chiaroscuro realizó una brillante interpretación, en la que destacó por encima de sus compañeros Alina Ibragimova, primer violín del grupo. La rusa posee una musicalidad y un lirismo arrollador, junto con la fuerza expresiva necesaria para guiar la interpretación de esta obra por un terreno alejado de sentimentalismos vacuos. Podemos achacar al conjunto, quizá, una ligera falta de cohesión en el desarrollo del cuarteto en su totalidad, como si los músicos estuvieran dedicando toda su atención a células concretas en cada movimiento, en vez de tener su atención puesta en la obra en su conjunto.
Tras el romanticimismo temprano de Beethoven, la segunda parte del programa ofreció dos muestras algo más tardías de la misma estética, esta vez con la suma de Cédric Tiberghien al teclado de un fortepiano vienés original de 1838.
Pudimos escuchar la Sonata para violín y piano en Fa menor op. 4 de Felix Mendelssohn, en una interpretación extraordinaria de Ibragimova y Tiberghien. Y, sobre todo, el Quinteto para piano y cuerdas en Mi bemol mayor op. 44 de Robert Schumann, en lo que fue el momento culminante del concierto.
Si Mendelssohn fue continuador de una estética, la romántica, que fue en realidad también una filosofía de vida y una visión del mundo, Schumann es un revulsivo. No llegó a ser revolucionario, quizá porque no tuvo tiempo, pero desde luego, no aceptó sin más las normas heredadas. Schumann el compositor se cuestionaba todo, y este Quinteto es una muestra de ello. Obra superlativa, de gran complejidad armónica y de aliento contrapuntístico, atrapa al oyente por la profundidad de su expresividad, que lucha entre la exuberancia y la hondura (como el propio Schumann), convirtiéndose en otro de los pilares del género. El Cuarteto Chiaroscuro brindó la interpretación más brillante de la noche, logrando fundir el sonido de sus cuerdas con el fortepiano de Tiberghien, para crear un ambiente único, dinámico y brillante, pero también profundo y sentido. Con un admirable equilibrio en los planos sonoros, y puntuales momentos de genio de cada uno de los intérpretes, fue la culminación de una gran noche.
Blanca Gutiérrez
Cuarteto Chiaroscuro (Alina Ibragimova, Hernán Benedí, violín; Emilie Hörnlund, viola; Claire Thirion, cello).
Cédric Tiberghien, fortepiano / Obras de Beethoven, Mendelssohn y Schumann.
Auditorio Nacional de Música (Sala de Cámara) Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM).
Martes 11 de diciembre, 19.30 hs
Foto: Cuarteto Chiaroscuro.
Acred: Eva Vermandel