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Crítica / Pollini sonríe - por Juan Berberana

Madrid - 10/12/2021

Maurizio Pollini visitó por última vez el ciclo Grandes Intérpretes en febrero de 2019. Dedicó aquel programa, fundamentalmente, a Chopin y a Debussy, y la crítica no fue precisamente “piadosa” con él, pese a que nuestro pianista se acerca ya a los 80 años. Por eso, esta última visita, que muchos pensábamos olía a cancelación (tras posponer la fecha inicial del concierto), ha tenido un cierto aire reivindicativo.

De entrada, el italiano se mostró más afable y tranquilo que nunca. Sin perder la sonrisa. Transmitiendo confianza. Esa, cuya ausencia no hace tantos años, se tornaba en nerviosismo incluso al desplazarse por el escenario y que generó algún que otro malentendido con el público, por las inevitables toses y ruidos. Pero también pareció reivindicarse con la elección del programa, que volvió a Chopin, donde se concentraron las mayores críticas en 2019.

Y Pollini, esta vez, no llegó a defraudar totalmente. Sobre todo, en la primera parte, dedicada a las piezas para piano opus 11 y opus 19 de Arnold Schönberg.

Estamos hablando de una de las fases más interesantes de la obra del austriaco, y probablemente de la historia de la música. Los años en los que Schönberg percibe el agotamiento definitivo del mundo tonal y empieza a indagar en el atonalismo, antes de optar por las técnicas seriales como respuesta definitiva. Mientras Schönberg escribía estas innovadoras piezas, terminaba sus Gurrelieder.

Todavía no había renunciado al romanticismo (Berg nunca lo hizo), pese a la ruptura con la tonalidad con la que empezaba a experimentar. Eso se refleja en ambas obras, y Pollini lo entiende como pocos (curiosamente este verano, su hijo Daniele, las ha grabado en DG, con una visión muy parecida). Pese al cambio de rumbo (sin vuelta atrás), Schönberg mantenía una cierta fidelidad al mundo romántico. Por eso la lógica de continuar el programa con Chopin. Intachable.  

La última pieza de la primera parte, la Barcarola opus 60, abrió el programa al romanticismo puro. Con una ejecución delicada, impecable. La segunda parte se centró en la Sonata Opus 15 y en otras dos piezas del catálogo final del polaco (que es lo que está llevando últimamente al disco Pollini): la Berceuse opus 57 y la inevitable (para cerrar un programa Chopin) Polonesa opus 53. Algo mejor que hace dos años, pero pese al entusiasmo mostrado por Pollini (y la mayoría del público), volvimos a encontrarnos con las mismas limitaciones, especialmente en la Sonata y en la Polonesa final.

El Chopin de Pollini ha perdido agilidad (algo inevitable, incluso las notas falsas, muy evidentes en la Polonesa). Pero ese es un mal menor. Quizás lo más diferencial, frente a sus años juveniles, es la falta de contraste. Estamos ante un Chopin no totalmente rutinario, pero algo plano y falto de color. También en algunos momentos un tanto resonante, con un uso del pedal sin miramientos. De fondo nos queda el recuerdo de sus grabaciones inmaculadas, pero a algunos eso nos supo a poco. Además, el maestro terminó cansado, lo que tampoco ayudó a mejorar la calidad de la Balada final, regalada como propina.

Es evidente que cada artista, por genial que haya sido su trayectoria, se enfrente a sus años de madurez de manera distinta. Cuando uno piensa en Chopin se le viene a la mente los años finales de Rubinstein, como ejemplo intachable. En Pollini esa sensación la tuvimos en Schönberg. Nos quedamos con esta parte del concierto. En enero se inicia el ciclo 2022. Y nada menos que con María Joao Pires. Buen inicio, sin duda.        

Juan Berberana

 

Maurizio Pollini, piano

Obras de Schönberg y Chopin

Fundación Scherzo, Ciclo Grandes Intérpretes

Auditorio Nacional, Madrid

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