Obras de Manuel de Falla y Alexander Scriabin han sido las ofrecidas en el sexto concierto de la orquesta ADDA-Simfònica en la presente temporada, que ha sido denominada Poema Divino, aludiendo al subtítulo de la Tercera Sinfonía en Do menor, Op. 43 compuesta por el gran pianista y músico moscovita, una de sus composiciones orquestales más singulares por su orientación meta-musical, que entra de lleno en un esotérico ámbito estético en el que los sonidos reflejan los complejos y extraños estados emocionales que llegó a expresar este compositor al final de su vida, sintiéndose a sí mismo como absoluto dueño de su invención de manera semejante al dominio que sobre la creación puede tener la suprema e infinita deidad, según se puede deducir de algunas de sus palabras que terminaron reflejándose en su curioso y a la vez fantástico pensamiento musical: “ ¡Yo soy Dios! Soy el florecimiento, la bienaventuranza. Soy la pasión que todo lo consume, que lo abarca todo. Soy el fuego que envuelve al universo reduciéndolo al caos”.
Ante esta manifestación de afirmaciones delirantes, la interpretación de esta obra exige el planteamiento de una concentrada sensibilidad, que ya se presintió en el silencio mantenido por el maestro Josep Vicent antes de que sonara la primera nota del corto pasaje introductorio, un Lento que activó de forma impactante con precisos sones de los trombones con una clara intención de predisponer a público a la trascendencia de la nueva espiritualidad que contiene esta magna composición orquestal, cuyos tres movimientos se suceden sin solución de continuidad.
Yendo a una somera descripción del montaje realizado con gran ajuste y patente interacción entre la orquesta y su titular, hay que destacar cómo entró éste en el “misterioso y trágico” discurso que encierra esta obra. Después del ya mencionado pasaje inicial, Josep Vicent impulsó a la cuerda, liderada en su función de concertino por la violinista invitada, Anne Margrethe Nielsen, a una afirmación tonal que, más entrado su desarrollo, fue alternándose de modalidad con gran frecuencia y en diferentes intensidades dinámicas, dominando en todo momento ese particular discurso que parece no tener naturales pasajes conclusivos. Los músicos reflejaban el fluir de todos estos repentinos cambios con esa destreza que caracteriza el arte interpretativo de las grandes formaciones como quedaba demostrado con los clímax que, de manera casi sorpresiva, sucesivamente proponía el director siguiendo al compositor sin perder en momento alguno la coherencia formal de conjunto que exige este primer movimiento, un allegro denominado Luttes caracterizado por su episódica y convulsa fluidez.
El segundo, Voluptés, el director lo construyó acentuando toda su sensualidad sonora, sucesivamente creciendo hasta llegar a una expresividad desenfrenada de poderoso impacto, que requiere de una orquesta precisa en la acción y virtuosa en musicalidad, como es el caso de ADDA-Simfònica, que se mostraba pletórica de facultades. Conducida con sabia maestría, ésta abordó Juego divino, título del último tiempo, en el que un sentimiento de alegría se erigía por encima de cualquier otra intención que, bien traducida del autor, quiso realzar Josep Vicent dejando esa sensación de libertad a su instrumento, que asumía la responsabilidad de saber transformar las indicaciones provenientes del pódium en una fiel materialización de la compleja música de Scriabin con una eficacia y experiencia que sólo la pueden ofrecer los directores de máxima experiencia y natural intuición. Con impactante energía, completó la velada con un bis wagneriano, el Preludio del Tercer Acto de la ópera Lohengrin en el que brilló la soberbia sección de metales de la orquesta, que propulsó un verdadero entusiasmo colectivo.
La primera parte del concierto, como se apunta al principio de este comentario, estuvo dedicada a dos sustanciales páginas de Manuel de Falla: la Jota que cierra la Segunda Suite de El sombrero de Tres Picos y las impresiones sinfónicas para piano y orquesta Noches en los jardines de España en las que intervino como solista Judith Jáuregui, una de las intérpretes con mayor reconocimiento de su generación.
Desde el concepto misterioso y sereno que indica el autor para En el Generalife, sugestivo episodio que abre la obra, la pianista donostiarra se adentró en el clima nocturnal que caracteriza su música con íntimo recogimiento expuesto con distinción y elegancia, sensibilidad a la que se adaptaron con delicado seguimiento las indicaciones del director que, en todo momento, entendió el sentido que quería expresar Judith Jáuregui, dejando ambos una sensación de natural y consentida aquiescencia asumiendo las esencias del duende de su velado casticismo jondo.
El piano mostró una sonoridad de ensoñado canto en el aire allegro de la Danza lejana que evocaba juguetones bailes antes de enlazar con el último movimiento, En los jardines de la Sierra de Córdoba Aquí la interpretación alcanzó su más destacada emotividad en el piano seguido de una especie de contrastante concertación aportada con gran homogeneidad por la sección de cuerda, que el director fue modificando en su dinámica de manera decreciente, deminuendo, en una elegante y tranquila conclusión.
Para cerrar su actuación, Judith Jáuregui realizó una versión muy sentida del último y quinto fragmento de las impresionistas Escenas de niños de Federico Mompou, la que lleva por título Jeunes filles au jardín, intimista pieza que sirvió como ejemplo de una de las preferencias estéticas del sentir musical de esta admirada pianista.
José Antonio Cantón
Orquesta ADDA-Simfònica
Director: Josep Vicent
Solista: Judith Jáuregui (piano)
Obras de Manuel de Falla y Alexander Scriabin
Sala Sinfónica del Auditorio de la Diputación de Alicante (ADDA) / 02-II-2023
Foto © ADDA