Asidua al ciclo de Ibermúsica, la Orquesta Philharmonia ha vuelto a presentarse en Madrid poco menos de tres meses después de su primera visita con Marin Alsop, principal directora invitada de la formación londinense, con un programa, comandado ahora por su actual titular, el finés Santtu-Matias Rouvali. En este se incardinó, en una triada de obras de Franck, Saint-Saëns y Debussy, un buen ejemplo de parte del escenario musical francés de finales del siglo XIX mediante la música de estos tres maestros de generaciones diferentes.
Se abrió el concierto con la Rapsodia para clarinete del francés Claude Debussy, obra publicada en 1911 tras la orquestación de la versión original para clarinete y piano concluida el año anterior. Creada como pieza de concurso para la clase del clarinetista y docente Prosper Mimart, la pieza fue estrenada en su versión original en la Société Musicale Indépendante por el propio dedicatario. Conocida mucho más en su versión orquestada, la rapsodia exige, como buena pieza de concurso, todas las posibilidades del instrumento mientras que, a su vez, la brumosa orquestación enmarca una onírica atmósfera pastel.
El principal clarinete de la formación británica, Mark van de Wiel logró, con su evanescente interpretación, plena de florituras y gestos virtuosísticos un elocuente tránsito por todas las posibilidades anímicas de la obra, en una perfecta sintonía con un detallista Rouvali quien supo extraer cierta actitud ensoñadora y fluyente, en una suerte de hipnótico sfumato sonoro debido a su elegante acompañamiento.
Tras esta breve introducción concertante, prosiguió la programa con el Concierto para piano No.5 de Camille Saint-Saëns, obra de 1896, y siendo, junto al Concierto para piano No.2, una de sus obras concertantes de mayor presencia en los auditorios. Buen ejemplo del orientalismo –exotismo genérico, en buena parte- que había capturado la imaginación de tantos compositores y artistas de la Francia de finales del siglo XIX, el quinto concierto se escribió para que el mismo compositor lo estrenase en su Concierto Jubilar el 6 de mayo del mismo año, celebrando así el quincuagésimo aniversario de su debut en la Salle Pleyel en 1846 y consagrándose como un éxito de público y crítica.
Trazado en tres movimientos, tras el convencional arranque del Allegro animato inicial, Saint-Saëns demanda grandes dosis de virtuosismo para revestir los contrastes de las variaciones escritas. El Andante, verdadera fantasía fragante como indicara el pianista francés Bertrand Chamayou, evoca el exotismo y da sentido al sobrenombre del concierto, “egipcio” al componerse en Luxor, adonde escapaba Saint-Saëns de los inviernos parisinos y de donde tomó el amoroso tema nubio central que el compositor escuchara a los barqueros del Nilo. Además, la obra es un rico tapiz de influencias culturales –algo, por así decir, de inevitable resultado en la música de un viajero tan frecuente y prolijo- al evidenciarse episódicas influencias del gamelán javanés, el flamenco español, y la música popular china que, a modo de souvenirs aparecen y desaparecen antes del triunfal tercer movimiento, todo un temático tour de force con el que se cierra la obra.
Buen conocedor de la obra –de hecho la ha interpretado ya en diversas ocasiones- el pianista onubese Javier Perianes empleó su excelente técnica para equilibrar el contrastante discurso que, en materia de dinámicas y matices, supo articular con gran musicalidad. Su rango de pulsación, más enérgico que en otras ocasiones, fue capital en los movimientos externos si bien toda la poesía y el sentido atmosférico del segundo movimiento se materializó, por su sutil sentido del color, gracias también al atento y perspicaz fraseo, así como del control dinámico de Rouvali frente a una muy inspirada Orquesta Philharmonia. Generosamente ovacionado, Perianes tuvo a bien regalar la transcripción de la Danza del Fuego de El amor Brujo de Manuel de Falla en una lectura clara, bien articulada e, incluso por momentos, de cierto -y muy acertado- arrebato temperamental.
Ocho años anterior al concierto de Saint-Saëns es la única Sinfonía -a la postre su principal obra maestra- que el belga César Franck compusiera a los 65 años y que constituyó la segunda parte del concierto. De estructura tripartita, y desde la tonalidad de re menor, la obra se manifiesta como un innovador desarrollo en el que la unificación cíclica y la impronta beethoveniana, más a la tonalidad más que a la melodía, resultan señas de identidad junto a las influencias de la escritura para órgano -de ahí el sonido en bloque y su particular color bruckneriano- y cierto énfasis wagneriano. Así se desvela una obra que, desde su breve célula inicial se generan buena parte de temas y gestos que se repiten recursivamente apuntalando su arquitectura.
Haciendo gala de una compacidad y un balance entre secciones admirable, la Orquesta Philharmonia ofreció con el finés Santtu-Matias Rouvali, una versión rocosa, de enfoque sonoro más hacia el mundo de Liszt y la escuela de Weimar, que buscaba un buen compromiso entre el impulso dramático y los detalles, sobre todo a la hora de enunciar y frasear con muy buen gusto los diferentes temas. Otra cosa fue el equilibrio dinámico que, a criterio de quien esto escribe, fue demasiado expresivo, obviando buena parte de la tradición interpretativa más afrancesada que busca cierta ligereza en el control de los metales y un resultado algo más aéreo. Pese a estos matices, la musicalidad fue más que notable en general. Tras los aplausos se ofreció una bien perfilada Primera Danza Húngara de Johannes Brahms, propina que empieza a ser habitual, en vez de la más interesante Circus Polka de Stravinsky, que me consta se ha interpretado en otras ciudades durante la actual gira de la Orquesta Philharmonia.
Justino Losada
Javier Perianes, piano
Philharmonia Orchestra / Santtu-Matias Rouvali
Obras de Debussy, Saint-Saëns y Franck
Ciclo Ibermúsica 2024/2025
Auditorio Nacional, Madrid
Foto © Rafa Martin - Ibermúsica