La conservación y difusión del magnífico tesoro artístico que Patrimonio Nacional atesora es algo que todos conocemos. Sus emblemáticos parajes y edificios son una de las señas de identidad nacionales. Pero si nos detenemos en el patrimonio documental que sus ricos archivos contienen, la cuestión cambia radicalmente. El ciudadano medio desconoce las resplandecientes gemas musicales que guardan, y nombres como Nicola Conforto, Niccolò Sabatino o Egidio Duni, por nombrar tan solo a tres autores de la espléndida velada musical que pudimos disfrutar en una de las joyas arquitectónicas patrias, la Real Capilla de Madrid, sonarán más a jugadores de la selección italiana de fútbol que a fabulosos compositores de fama mundial conservados en nuestras bibliotecas, algo que resulta ser en definitiva tan patrimonial como El Palacio Real de La Granja de San Ildefonso.
Este concepto, tan vehementemente explicado por Javier Illán en el transcurso del concierto, todavía sigue asombrando a propios y a extraños, y cuando finalmente se llega a comprender nos damos cuenta del largo y apasionante camino que queda por recorrer para situar nuestro patrimonio musical en el lugar que le corresponde.
Bajo el título El libro secreto de la reina: Una velada musical con María Bárbara de Braganza, asistimos al más reciente de los proyectos que Javier Ulises Illán lleva desarrollando junto a un nutrido equipo de musicólogos, investigadores y copistas, liderados por la musicóloga y clavecinista en el concierto Sara Erro y el Instituto Complutense de Ciencias Musicales (ICCMU). Ganador de una beca Leonardo de BBVA a Investigadores y Creadores 2021, la publicación de las partituras por el ICCMU y su grabación en un CD para el sello Sony, el reto que nos ocupa ha sido desvelar la formidable música inédita contenida en dos volúmenes conservados en el madrileño Archivo General de Palacio que recogen las arias de ópera favoritas de la reina María Bárbara de Braganza (1711-1758), que fueron interpretadas en los Reales Sitios en festivas ocasiones, y que no se descarta que pudieran ser interpretadas por la misma reina, gran melómana e intérprete aficionada.
En un ambiente de auténtico lujo, con todo el esplendor que un entorno tan único y realmente maravilloso como es el Palacio Real de Madrid y su Capilla Real, y con un aforo recientemente ampliado que nos hace soñar con soñadas sesiones bucólicas, hacía su aparición Javier Ulises Illán, alma mater de Nereydas, quien además de dirigir el concierto se encargó de las labores de maestro de ceremonias, atrilero y pedagogo. Lo de maestro de ceremonias nadie lo pone en duda ya, puesto que Illán sigue deleitándonos con su fácil, ameno y apasionado discurso en cada concierto que ofrece. La faceta de auxiliar de escenario se debió a la falta de colocación del atril y de las partituras de la soprano solista, ya que él mismo se encargó de montar el atril y de colocar adecuadamente las piezas en él, mientras que su vertiente pedagógica incluyó ejemplos en vivo de pequeños fragmentos de las piezas, mientras aleccionaba al público sobre su gran valor estético, musical y expresivo.
Un cambio de última hora en la soprano -Nuria Rial se encuentra indispuesta por motivos de la pandemia global que sufrimos- obligaron a reemplazar a la solista. La sustitución no pudo ser más acertada y exitosa al contar nada más y nada menos que con María Espada.
El concierto comenzó con la Sinfonía de Demofoonte de Johann Adolph Hasse. Aunque la música instrumental que escuchamos no se encuentra recogida obviamente en los libros de arias de ópera de la reina, es la pieza clave para valorar en su conjunto las piezas vocales. Nereydas desde el primer movimiento, Allegro assai, exhibió una sección de violines realmente fabulosa: de bello sonido, dulce y melosa cuan así se requiere, pero también vital, juguetona o incisiva cuando es necesario, nos deleitamos con seis violinistas, tres primeros y tres segundos, realmente conectados, con un empaste casi absoluto y con una disciplina férrea en la cantidad y articulaciones del arco, que fueron determinantes para el excelente empeño orquestal de estas músicas que dan el principal protagonismo en sus melodías a los violines. Su líder y concertino, Ignacio Ramal, enseguida demostró en sus solos, en el Andante siguiente, su precioso sonido y fantástica afinación durante su ejecución de las bellísimas melodías ideadas por Hasse. La obertura concluyó en un Presto de sorprendente viveza, agilidad y dulzura sonora.
María Espada entró en escena para interpretar la primera de las arias, Voi che le mie vicende, de Niccolò Jommelli. Esta aria, una especie de Aria de bravura galante, que no es precisamente una dicha para la brillantez del registro de una soprano, fue interpretada no de un modo brillante por la soprano, quien resaltó en todo momento su afecto agitado y furioso. La orquesta obedeció sobresalientemente a su director en los planos sonoros que facilitaron la proyección de la solista con sus pianos.
La siguiente aria, Fra l’amante, e la nemica de Niccolò Sabatino, fue la primera en donde la explicación con ejemplos en vivo de los pequeños motivos orquestales fue realizada. Así, el director toledano explicó como Niccolò Sabatino describe el encrespado oleaje marino y los vientos y mares embravecidos con distintos recursos, que ponen en total correlación el texto con la música instrumental. Durante el transcurso del aria, Illán se giró en ocasiones hacia el público señalando los momentos precisos de estos pasajes. Un bonito gesto que la audiencia valoró entusiasta.
Nicola Conforto, napolitano fallecido en Aranjuez, puesto que trabajó en la corte española durante largo tiempo, fue un excelente melodista, como pudimos comprobar en la deliciosa Se non ti moro allato de su ópera Adriano in Siria. Esta fue la ocasión perfecta para que María Espada desplegara toda su sensibilidad y belleza tímbrica, embelesando a los asistentes con su fraseo y buen gusto.
De Rinaldo di Capua y de su lánguida y efectista Deh, se pietà pur senti, el director manchego volvió a mostrar unos fantásticos recursos compositivos que realzan el afecto de los supiros y lamentos, recursos ideados ya por los madrigalistas de comienzos del siglo XVII, que denominaron suspiratio y que fueron mostrados a modo de pequeña masterclass. Debemos destacar el impecable fraseo que Javier Ulises Illán logró de la cuerda, con un efectivo y locuaz gesto. María Espada emocionó a los presentes con una lección magistral de cómo abordar unos pianissimos pulcros y delicados que preparaban unos emocionantes crescendi que fueron acompañados de una excelente teatralidad.
Antes de la última aria, la orquesta volvió a lucirse en la Sinfonía de Catone in Utica de Egidio Duni, en donde a la excelencia violinística se sumó la formidable sección del bajo continuo, ya que en esta música más danzable el compositor da un mayor protagonismo al continuo, que no se limita a ser un mero soporte armónico. Pudimos disfrutar de la rotundidad y sapiencia de Guillermo Turina en el violonchelo y del contrabajista Xisco Aguiló en perfecta conjunción con la alegre y vivaracha guitarra de Manuel Minguillón.
Debemos destacar la apasionada labor de Javier Ulises Illán al frente de Nereydas y de la soprano. Su carismática impronta da de inmediato una personalidad a sus interpretaciones, siendo reseñable la constante atención hacia las articulaciones y fraseos orquestales, buscando siempre resaltar todas las argucias instrumentales y ideadas por los compositores, a la vez que mantiene un pulso estable en continua correlación y respeto hacia el solista.
La velada terminaba oficialmente con la espectacular Minacci quell’ altera, aria de bravura perteneciente a la misma ópera que la sinfonía anterior. A la escritura excesiva, tanto en registro como en agilidades de la parte vocal, se suma una escritura orquestal realmente magnífica que concluía de la mejor de las maneras el concierto.
No obstante, tras la calurosa ovación del público, el conjunto historicista y la soprano se vieron obligados a ofrecer dos propinas, de Georg Friedrich Haendel y de José de Nebra, tras las cuales la totalidad de la audiencia de la Capilla Real de Madrid despidió puesta en pie a estos grandes intérpretes.
por Simón Andueza
Nereydas. María Espada, soprano, Javier Ulises Illán, director.
El libro secreto de la reina: Una velada musical con María Bárbara de Braganza.
Obras de Johann Adolph Hasse, Niccolò Jomelli, Niccolò Sabatino, Nicola Conforto, Rinaldo di Capua, Pascuale Cafaro y Egidio Duni.
22 de septiembre de 2021. 19:30 h. Ciclo ‘Academias y Música de Salón’ de Patrimonio Nacional. Capilla del Palacio Real de Madrid.
Foto © Patrimonio Nacional