Patricia Kopatchinskaja estaba destinada a encontrarse con un músico como Fazil Say, cuyo nombre no simboliza para nada los programas que el pianista y compositor turco suele acometer en vivo. Con “Pat Ko” ha encontrado la horma de su zapato, este accesorio de vestimenta que para Patricia no es necesario en cada concierto, ya que siempre toca descalza. Y si se suman los desafiantes vestidos de la violinista moldava o sus pequeños bailes meciéndose a la música, la expectación estaba servida.
En el broche final del Ciclo Liceo de Cámara del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM), el dúo presentó su última grabación discográfica, con Sonatas para violín y piano de Janácek, Bartók (la Primera) y Brahms (la Tercera). Si los dos primeros hubieran tenido oportunidad de escuchar cómo Pat Ko y Fazil Say interpretaron sus obras, se asombrarían y a buen seguro felicitarían a la pareja; en el caso de Brahms dudo mucho que el barbudo alemán estuviera tan complacido como los anteriores.
Cómo explicar el sonido y el antilegato de Pat Ko, que gusta de emplear un arco poco generoso, escaso vibrato y acentos donde la nota debería atenuarse o simplemente desvanecerse. En Janácek, con su zigzagueante escritura, modernidad absoluta escuchada cien años después de su composición, el festival de recursos de estos músicos casa muy bien con una obra no muy interpretada por los grandes violinistas. La atmósfera rapsódica o el envolvente lirismo tuvieron instantes de magia, especialmente en la recapitulación de la Balada, una breve y concisa licencia al ensueño, marca de la casa que Janácek dejó puntualmente en numerosas de sus obras, como en la inolvidable Zorrita astuta.
Si Janácek, como decía, no ha gozado de los más grandes violinistas, todo lo contrario le ha sucedido a Brahms, interpretado por todos y cada uno de los violinistas con mayúsculas, incluyendo sus Sonatas, y en muchos casos esta Tercera, que, aunque fue finalizada en un verano de 1888, como en Brahms, siempre es otoño. Y fue ese otoño y el caudal incandescente de poesía que emerge de estos pentagramas lo que no pudo escucharse en este dúo, a pesar que Say afrontara su parte con menos excentricidades y mayor sonido brahmsiano. Perdónenme, pero si Brahms no suena a Brahms, no hay nada que hacer.
Como con Janácek, territorio abonado para la creatividad, Bartók ofrece pocos límites. Su amplitud de miras es tal, que una interpretación tan singular como la escuchada por este dúo, ni mucho menos “estándar”, nos gusta tanto o más que la que un Capuçon o una Argerich han ofrecido en sus conciertos (son el reverso de la moneda). Estas posibilidades interpretativas se acentúan cuando una obra como esta, que supera la media hora, es apenas conocida por el público; sospecho que para muchos fue su primera audición, así como también sospecho que la última.
Bartók no es un compositor más del siglo XX, es “el” compositor. Como con Janácek, ambos poseen lenguajes propiamente indiscutible e inimitables; evolucionaron hasta ser ellos mismos, sin nunca abandonar su estética (Stravinsky, por ejemplo, se escoró hacia el viento a favor siempre que quiso y pudo, como Picasso).
Hubo instantes gloriosos, como la sordina que Pat Ko trazó con exquisita delicadeza pero consistencia en el Allegro inicial, mientras deambuló por el Adagio central con la oscuridad tenebrosa que regala Bartók (recordaba su Divertimento para cuerdas), para ofrecer en el tercer movimiento toda la ferocidad escrita por Bartók de su tierra natal y su naturaleza salvaje.
Antes de tocar esta obra, Pat Ko se dirigió al público para explicar que en el estreno de la Sonata, nada menos que Ravel era el pasa-páginas, con Bartók al piano, y una audiencia formada por Milhaud, Stravinsky, Honegger o Erik Satie, que se presentó al acabar el concierto para no perderse el bufet posterior. Pues con Bartók y sus Danzas folklóricas rumanas como regalo, Pat Ko y Fazil Say ofrecieron su particular bufet. Y sin rastro de Satie, esta vez.
Gonzalo Pérez Chamorro
Patricia Kopatchinskaja, Fazil Say
Sonatas para violín y piano de Janácek, Bartók (n. 1) y Brahms (n. 3)
Liceo de Cámara XXI
Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM)
Foto © Elvira Megías