El extatismo de Alexander Knaifel en su O Comforter (oración para el Espíritu Santo) y, sobre todo, el inefable y, a menudo afortunado ingrediente de conciertos para este elenco, Agnus Dei del Réquiem polaco de Krzysztof Penderecki para ocho violonchelos, generaron el clima de espacio, tiempo y silencio, apropiados para el programa de Satélites-OCNE protagonizado por el octeto cuyos miembros se citan puntualmente bajo estas líneas.
Dos obras “trascendentes” que funcionaron bien en sucesión, beneficiándose la primera de la intensidad y dominio de escritura, de la segunda, y que merecieron esta posición conjunta de exordio.
El Pas de six de Jacques Offenbach era otra historia. Un necesario cambio de registro, esta vez para sólo (!) seis violonchelos y en ajustado arreglo de Werner Thomas-Mifune que funcionó especialmente bien.
Gran parte del éxito de estas obras con elencos no habituales reside, precisamente, en la bondad del arreglo.
Un arreglo siempre será una condicionante a priori, salvo casos excepcionales. Éste, demostró con creces su oportuna validez… aunque, lógicamente, para redondear el éxito de la empresa, después hay que defenderlo… y de esta manera.
Y, hablando de arreglos, así llegamos a una de las obras españolas más adaptadas para concierto, sino la más, en el ámbito de la música de cámara y sinfónica incluso: las Siete canciones populares de Manuel de Falla (el arreglo para seis violonchelos lo firmaba, de nuevo, Werner Thomas-Mifune,).
La sublime, inefable Nana, segunda canción del ciclo en este particular arreglo, presentaba una dificultad intrínseca a la pieza, de una sutil polirritmia compartida aquí entre varios violonchelos estratificados. Una polirritmia que quizás no cuadre, no “funcione” con las características de ataque-resonancia de los violonchelos (arco) frente al decaimiento natural del sonido en el piano (pese a todo y todos, de natural percusivo).
Comprendo las razones tonales y macro-formales del cambio de orden de las Canciones, en este arreglo u otros similares que han pasado por mis manos…, pero debo mencionarlo por su controvertida (más que discutible) trascendencia a la postre...
Una obra que luce siempre, cualesquiera sea su elenco, por limpieza de líneas, riqueza de matices, carácter, musicalidad… y sentido (!)…
El Finale del Don Quijote de Richard Strauss (arreglo de Korbinian Bubenzer) fue toda una densa reflexión íntima hecha música, devolviéndonos en cierta forma a climas y clímax iniciales.
La Sinfonía para ocho de Philip Glass aprovecha las oportunidades que ofrece la compacidad del sonido del violonchelo, especialmente en esta multiplicada guisa conjunta, para cuadrar una pieza con ambición en su volumen, potencia y dinamismo, marca de la casa.
Dos propinas fuera de programa, estreno y Beatles incluidos, remataron faena.
Luis Mazorra Incera
Octeto de violonchelos: Joaquín Fernández, Josep Trescolí, Javier Martínez, Mireya Peñarroja, Enrique Ferrández, Mariana Cores, Montserrat Egea y Ángel Luis Quintana.
Obras de Falla (Thomas-Mifune), Glass, Knaifel, Offenbach (Thomas-Mifune), Penderecki y Strauss (Bubenzer).
OCNE-Satélites. Auditorio Nacional de Música. Madrid.
Foto © Rafa Martín