Con el convincente poema sinfónico con apelativo de ciudad maya, Chichén Itzá, de la ovetense María Teresa Prieto, fallecida en el exilio mejicano al que rinde culto, se arrancó el segundo concierto de temporada de la Orquesta Nacional de España, a las órdenes de David Afkham. Un programa que reservaba las obras de abierto repertorio sinfónico, para una brillante segunda parte.
Una página, ésta de la compositora asturiana, con la relativa monumentalidad de la orquesta a tres, que se adentró, desde una inicial trompeta melódica, en atmósferas sugerentes y texturas de planteamiento contrastante y ligeramente hímnico.
Un poema sinfónico romántico en toda regla, justamente delineado hoy, con emotivos puntos culminantes, que merecería más recorrido.
Obra, como otras muchas de este porte, que deberían estar, al menos aquí (¡qué menos!), hace tiempo en repertorio. Eso sí, cuando el elenco se aprovecha en el resto del programa. Extremo que aconteciera hoy con importantes plantillas.
El Concierto para violín y orquesta de Erich Wolfgang Korngold, con el intenso sonido del violín más lírico regalado por Leonidas Kavakos, aportó esencia clásica a aquella vena fílmica de melodía infinita a la que nos han acostumbrado bandas sonoras de época.
Una versión en la que ese exigente lirismo obligó a una sensible flexibilidad de pulso. Flexibilidad, suspensión y rubato a la que nuevamente respondieron puntualmente desde podio y orquesta, en un alarde de ajuste con el solista.
El sorpresivo y vibrante final de su Moderato nobile arrancó aplausos espontáneos del público, sin embargo, el delicado final de La Romanza que siguió, hubiera merecido aquella respuesta extemporánea mucho más, para mí gusto.
Y, por fin, Finale: Allegro assai vivace con cierto pseudo-folclorismo, también popularizado al uso fílmico, donde aquel ajuste está más premiado en ovaciones.
De propina, Kavakos ofreció enternecedoras y lenitivas Zarabanda y Double de la Primera partita para violín solo de Bach.
La mar de Debussy es toda una prueba de texturas orquestales y afinación para todas las secciones, con una generosa plantilla asentada en ocho contrabajos. Sorprendente final abrupto, rotura del oleaje sobre los escollos de una costa rocosa, en Desde el amanecer hasta el mediodía en el mar en una interpretación en la que la sugerencia dio paso a la forma, de igual manera que lo poético dio paso a lo sinfónico…: una "Sinfonía marina" de Debussy en verdad, en la que quedaba, así, mucho más clara la herencia del sinfonismo galo romántico.
El Vals, sinfónico también, de Ravel lució sus galas en una suerte de obra fuera de programa… en programa.
Remate, pues, con gusto, vaivén galante y destacados destellos dinámicos de virtuosa orquestación, que entrara, como "de propina", aún antes que los merecidos aplausos del previo poema o sinfonía (como deseen) de Debussy hubieran terminado.
Luis Mazorra Incera
Leonidas Kavakos, violín.
Orquesta Nacional de España / David Afkham, director.
Obras de Bach, Debussy, Korngold, (María Teresa) Prieto y Ravel.
OCNE. Auditorio Nacional de Música. Madrid.