La Asociación de Amigos de la Orquesta Barroca de Sevilla ha organizado un ciclo de música titulado Otoño barroco donde se priman los valores musicales sevillanos, y en esta ocasión los de dos artistas muy consolidados: el tenor Juan Sancho y el laudista Miguel Rincón.
Se atrevieron con un programa en principio poco trillado, el de los tonos humanos que escribiera José Marín y, tímbricamente, con el solo apoyo de la voz sobre una guitarra barroca, lo que podía resultar en principio tan poco colorista como de insuficiente diversidad. Pero por un lado la acústica acogedora de la sala y por otro la inteligencia musical y el entendimiento entre ambos dio un resultado magnífico, por cuanto la poderosa voz se enguantaba con precisión tanto al delicado acompañante como al texto, y ni en los momentos más encendidos se dejaba de oír el menudo instrumento.
Por otro lado, añadamos que Marín es autor de sólo 51 piezas de este género, de manera que su nombre apenas se prodiga en el repertorio, excepción hecha de dos de los más famosos tonos, No piense Menguilla y Ojos, pues me desdeñáis. Azarosa vida la del tenor, guitarrista y compositor, ya que sus exquisitas dotes musicales contrastaron con un carácter pendenciero que le llevó a la cárcel por robo y homicidio(s), mayormente en duelos “de honor”, sobreviviendo a tremendas torturas, a pesar de todo lo cual terminó saliendo libre (“arrepentido”) y murió en Madrid a los 80 años, que en 1699 era toda una proeza. El manuscrito, como su dueño, sufrió diferentes vicisitudes, llegando a pertenecer durante años a Barbieri, hasta que finalmente terminó en el Fitzwilliam Museum de Cambridge.
Para este programa se eligieron sólo tonos de carácter amoroso y de ahí la magia, el recogimiento, el acierto en la elección tímbrica de una voz cálida y la guitarra de 5 órdenes dobles, junto al hecho de que ambos artistas se encuentren en la plenitud de facultades. Sancho posee un instrumento enormemente dúctil, de precioso color, capaz de seguir las mil y una peripecias del texto con parejos matices. Pensemos en Coraçon que en prisión, donde voz y guitarra subrayan a la par la acción, por ejemplo, de “sus-pi-rar”: cada sílaba va unida a una blanca -dos en “pi”-, precedida de un silencio de negra (en la transcripción de Ana Lázaro), es decir, un contratiempo sincopado para evidenciar la dificultad respiratoria, que se enfatiza aún más en una partitura donde dominan las negras; o intensos cromatismos en “gemir” (Tortolilla, si no es por amor) o el acento de choques dinámicos en Filis, no cantes, donde este primer verso, en forte, contrasta con el apianamiento de “suavidades”, sobre un marcado ritmo de jácara/canarios de gran virtuosismo guitarrístico, donde pudimos admirar un fiato generoso de Sancho que alcanzó hasta el final, sutilísimo y prolongado, casi imperceptible, sin recurrir a filados ni otras ayudas.
Rincón crece y crece, y sus elaborados acompañamientos sobre los escritos puede que resulten para algunos demasiado “barrocos”, pero sin duda las imitaciones de las voces (las del canto y las elaboradas), apoyado en notas graves que sustentaban las armonías, constituyeron una fuente de disfrute añadido, además de las ornamentaciones en los estribillos, y siempre con la naturalidad del que lo hace como sin darse cuenta. Sería una pena que un programa así no lo grabara el admirado José Mª Martín Valverde, alma mater de las delicatesen del sello Lindoro, y si no fuese posible, al menos se pudiera registrar en una grabación “artesana”, que no dejase escapar este reencuentro mágico con los tonos humanos de Marín.
Carlos Tarín
Juan Sancho (tenor) y Miguel Rincón (guitarra barroca)
Obras de José Marín
Teatro Turina, Sevilla
Foto: Juan Sancho (tenor) / © Michal Novak