En muy contados momentos cualquier tipo de arte logra alcanzar la suprema belleza, en menos aún se eleva hasta lo sublime. Pues bien, en la historia de la música una de las obras que lo consigue es el Orfeo ed Euridice de Gluck. Un milagro de clásica armonía, de transparente hermosura, de contenida tristeza, de sosegada dicha. Nada le sobra ni le falta a esta creación fascinante cuya partitura ejerce un hechizo irresistible sobre el oyente y que justifica totalmente el que Orfeo, a la entrada del Averno en busca de su amada, calme con la hermosura de su canto y de la melodía de su lira a las furias que le cierran el paso. No encontraremos en esta obra ni un truco barato en su estructura, ni un asomo de sentimentalismo vulgar; todo en ella es verdaderamente olímpico.
Así que el Teatro Real nos lo haya programado de nuevo me parece un acierto, aunque en esta ocasión en concierto.
El belga René Jacobs, años ha conocido contratenor, desde hace tiempo ha asentado su nombre como unos de los más reconocidos exponentes de la dirección orquestal de obras barrocas. En esta ocasión se enfrentaba a esa maravilla que es el Orfeo ed Euridice contando con la magnífica Freiburger Barockorchester y el no menos brillante Rias Kammerchor.
La dirección de Jacobs fue musicalmente impoluta, todo sonó en su sitio, su visión fue muy minuciosa con momentos muy bien resueltos y que yo nunca había escuchado de forma más expresiva. Así, el descenso de Orfeo al Infierno fue subrayado con unos efectistas pero eficaces golpes secos muy sugerentes. También Jacobs, que dirigió la versión del estreno de la obra en Viena en 1762 sin los posteriores añadidos de la versión francesa de 1774, acertó en toques de su cosecha como el acompañamiento del aria de Amor “Gli sguardi trattienni” con pandereta y castañuelas, y también pudimos escuchar la música el ballet que precede al coro final de la obra, que raramente se interpreta.
Pero a pesar de todo esto y sus excelencias musicales una obra como esta necesita mucho más que una correcta interpretación; hace falta “sentir el drama” y esto es algo que brilló por su ausencia, todo sonaba en su sitio pero nada conmovía. Fue un ejercicio de buen hacer pero gélido en lo emocional y eso con una obra que es un ejemplo de las más conmovedoras partituras del repertorio es pecado de lesa majestad.
En el papel protagonista, Helena Rasker mostró una buena voz de mezzo, aunque distaba de la de contralto que requiere el personaje en esta versión. Al carecer de graves su interpretación de Orfeo no pasó de lo correcto; además, a pesar de sus intentos de transmitir el drama, los estados de ánimo del personaje quedaron bastante malogrados.
Como Amore, Giulia Semenzato estuvo divertida e ingeniosa superando sus cortas intervenciones con habilidad y notables dotes teatrales.
Como Euridice, la soprano húngara Polina Pastirchak mostró una voz de lírica bien timbrada, suficientemente amplia y una gran expresividad. Para mí la mejor del reparto vocal, sobre todo porque este papel lo suelen interpretar sopranos insignificantes que rara vez quedan en el recuerdo
Un Orfeo con mejores intenciones que resultados.
Francisco Villalba
Freiburger Barockorchester, Rias Kammerchor / René Jacobs
Helena Rasker, Giulia Semenzato, Polina Pastirchak
Orfeo ed Euridice, de Gluck
Teatro Real
Foto: René Jacobs / © Philippe Matsas