Sigue Ibérmusica con su programación de calidad en la semana especialmente intensa en la que además del concierto aquí comentado, ofreció La Pasión según San Juan por Les Arts Florissants, sin dar respiro al degustador aficionado de manjares. En el programa, tres obras con la consabida estructura ‘obertura + concierto + sinfonía’, con la particularidad de que en lugar de la obertura para abrir boca, se nos otorga un estreno mundial, encargo de la Fundación SGAE- AESOS, Ad limine Caelum, de la gerundense Núria Giménez-Comas, obra que en palabras de la propia autora, “es una composición que contiene imágenes fugaces de ‘Et incarnatus est’, ‘Crucifixus’ y ritmos extraídos del ‘Agnus Dei’ de la Misa en Si menor de Bach. Estas representaciones efímeras irán tejiendo una textura con diferentes planos y relieves”. Bien escrita, como no puede ser de otra manera, nos dejó la impresión de que no había una voz personal e inconfundible tras la obra.
El concierto seleccionado para cerrar la primera parte fue el nº 1 de Tchaikovsky, toda una cima para cualquier pianista. El joven ruso ascendente Dmitry Masleev, con un apabullante calendario de actuaciones en su futuro inmediato, demostró su tremenda técnica y musicalidad con una versión más cercana a la bravura y grandilocuencia que al refinamiento. Tiene un sonido poderoso y una precisión rítmica envidiable, así como uso no abusivo del pedal de resonancia, y verlo actuar es en sí mismo una experiencia. No pudo tener mejor tarjeta de presentación en esta su primera vez en el ciclo de Ibérmusica, y no hay que ser un infalible experto para asegurar que no será la última.
Del ciclo sinfónico de Dvořák, se produce la curiosa situación de que la programación de estas sinfonías y su querencia por el público va en relación inversa a su numeración. La Sinfonía nº 7 en Re m Op. 70 es la menos conocida dentro de la trilogía bohemia final, la más representativa y madura del autor checo, y fue escrita en cuatro meses y estrenada en Londres en 1885 cuando su prestigio se había consolidado fuera de su país. De enorme belleza melódica -Dvořák poseía el secreto de la inspiración melódica-, no es fácil encontrar su punto intermedio entre los tonos sombríos de su inicio, la sensación de sosiego de su segundo movimiento y el animado carácter bohemio de su tercer movimiento, todo ello trufado por evidentes resonancias brahmsianas, pero al mismo tiempo afirmando que es puro Dvořák.
David Robertson, con un gesto que da fluidez a la música, realizó una ensoñadora versión con ribetes dramáticos muy acertada. Este director norteamericano, que tan buen sabor dejar la pasada temporada con su St. Louis Symphony Orchestra a su paso por España, renuncia a las alharacas gestuales para hacer simple lo complejo, pudiéndose objetar únicamente la carencia de más elementos en la sección de cuerda, lo que originó algunos desequilibrios en los tutti orquestales. La Orquesta de Cadaqués sigue estando en plena forma, con buenos solistas en los vientos que pudieron demostrar sus virtudes en esta obra de Dvořák.
Jerónimo Marín
Dmitry Masleev, piano. Orquesta de Cadaqués / David Robertson.
Ad limine Caelum de N. Giménez-Comas. Concierto para piano núm. 1 en Si b m Op. 23 de P. I. Tchaikovsky. Sinfonía núm. 7 de A. Dvořák.
Ibermúsica. Auditorio Nacional de Música, Madrid. 20-03-19
Foto: Orquesta de Cadaqués.