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Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Nostalgias austriacas - por Juan Carlos Moreno

Barcelona - 28/11/2022

Excelente programa el que pudo escucharse el pasado 26 de noviembre en L’Auditori de Barcelona, con tres obras de compositores que, nacidos o arraigados en Austria, miran a un pasado que ya no volverá.

La Sonata para clarinete y piano n. 1, op. 120 de Brahms abrió ese programa. Se trata de una partitura otoñal, llena de lirismo y melancolía a nivel expresivo y, en lo que respecta a la forma, de un clasicismo que la sutil y muy brahmsiana instrumentación de Luciano Berio resalta de modo excelso.

La versión que de ella dio el clarinetista Andreas Ottensamer fue tan elegante como inspirada, cálida y expresiva, si bien no siempre audible. No por su culpa, sino por el afán de un Matthias Pintscher que, como ya ha demostrado en otras ocasiones, gusta de extraer de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) un sonido lo más pleno y potente posible. Algo comprensible cuando se trata de una partitura sinfónica, pero no cuando se tiene al lado un solista al que hay que acompañar y rodear, no ahogar. Una lástima porque la obra, en ese formato concertante, es una auténtica maravilla.

Ya sin solista, Pintscher se sintió más cómodo. También las obras eran más próximas a su sensibilidad musical. La primera de ellas fue Masaot/ Clocks without Hands, en la que Olga Neuwirth trata de evocar las historias que su abuelo le explicaba del antiguo Imperio austrohúngaro. Masaot, de hecho, es una palabra hebrea que hace referencia a la idea de viaje, mientras que la segunda parte del título, “reloj sin manecillas”, alude al paso del tiempo.

Según definición de la propia compositora, la obra es algo así como “el canto polifónico de mi fracturado origen”, de ahí el carácter onírico que la impregna de principio a fin y que se expresa en la mezcla de recursos armónicos, rítmicos y tímbricos propios de la contemporaneidad con melodías o ecos de ellas de músicas judías, balcánicas y eslavas. La unidad queda salvaguardada por lo que Neuwirth llama “símbolos”: la nota re (D en notación alemana) en el registro agudo de los violines, que representa el Danubio; la nota sol (G), que alude al astro solar, y la presencia de tres metrónomos. Pintscher se mueve en este repertorio de vanguardia como pez en el agua, de ahí una lectura exultante y poderosa, que explotaba todos los contrastes de la música, su riqueza de colores y esa heterogeneidad estilística propia de un imperio multiétnico ya desaparecido.

El programa se cerraba con el poema sinfónico Pelleas und Melisande, de Schönberg. Vista con perspectiva, la obra es el canto de cisne del posromanticismo, el fin de todo un mundo tonal del que el compositor, sin saberlo entonces, se despediría no mucho más tarde y al que siempre añoró. Es también una obra que parece estar cobrando mayor presencia en la programación de las orquestas, nada de extrañar si se atiende a la solidez de su construcción, su aliento dramático o la originalidad de ciertas armonías e ideas instrumentales. La versión de Pintscher fue impactante por su contundencia, así como por su claridad y lucidez a la hora de modelar ese vasto edificio sonoro y resaltar sus detalles más modernos. La OBC estuvo a la altura del reto.

Juan Carlos Moreno

 

Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya / Matthias Pintscher.

Andreas Ottensamer, clarinete.

Obras de Brahms, Neuwirth y Schönberg.

L’Auditori, Barcelona.

 

Foto: Andreas Ottensamer, clarinete / © Katja Ruge

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