Un cuadro bélico como telón de fondo para este concierto en el que Le Tombeau de Couperin de Ravel, predisponía la idea programática, es decir, cada tiempo: Prélude, Forlane, Menuet y Rigodón, guarda en memoria a Jacques Charlot, Gabriel Deluc, Jean Dreyfus y los hermanos Gaudin. En lo musical, una rememoración evocadora y una fluidez sobre armonías actualizadas, para las que se sirve de un tratamiento instrumental que nos conduce a esa especie de lograda suite orquestal. Homenaje respetuoso a los amigos ausentes, pero que cumplía como antecedente al Shostakovich del Concierto para chelo, nº 1, en Mi b M. op. 107, espacio reservado para el director-solista, en obra de temperamento crispado, entrando en juego precisamente, aspectos definidamente autobiográficos.
El autor, habrá de reconocer aspectos en común con Prokofiev, y en el que el solista, queda abocado a una prueba de resistencia en las obligaciones puramente técnicas. El programa, basculaba precisamente sobre esta obra concertante, desde el aire festivo y contrahecho del Allegretto, auténtica piedra de toque, candente y enérgica, camino al Moderato, a toda luz, el perfecto envés, por urgencias de guión. Un Shostakovich en carne viva, que aquí se tiñe de pura pesadumbre, cerrando en un dúo de sonoridades evanescentes. De plano, el Allegro con moto, tiempo que se resume con una mirada de soslayo, partiendo de una tonada popular georgiana, a la que pizca de lóbregas premoniciones a contrapié, en una burla hacia el sátrapa Stalin, a quien parecía deleitarle especialmente. Todo ello, nos fue descrito sin mayores escamoteos, tanto por el solista, como por la propia orquesta, puesta a su servicio.
Frederick Septimus Kelly (1881-1916), también en este cuadro bélico, por la Elegía (In memoriam) de Ruppert Brooke, un talento asociable al Grupo de Bloomsbury y a la escuela de Eton. Obra breve, para orquesta de cuerdas y con fatídicos condicionantes, ya que dedicada a un colega, podría haberse destinado como epitafio para él mismo. Un retrato de sentimientos de noches desesperadas y que musicalmente traerá similitudes con otras muchas surgidas al amparo de situaciones anímicas irreversibles. Ayuda, de manera ostensible, el tratamiento modal proveniente de una inspiración procedente musicalmente del lugar en el que perdió la vida su amigo Rupert Brooke. Predecible, pero necesario, para confraternizar un estado de ánimo que el Sr Kelly, quiso trasmitirnos. También fue víctima de la Gran Contienda, en la batalla de Somme, en noviembre de aquel año. Haydn con la Sinfonía nº 100, en Sol M. (Militar), para cerrar el círculo militarista, pero en un cambio de rumbo. Bastará con que nos entretengamos con el Allegretto, que director y orquesta subieron de tono, que alcanzará el súmmum en el Presto pletórico de decisión tímbrica, para otorgar entidad a sinfonía con semejante apelativo.
Ramón García Balado
Nicolas Altstaedt. Real Filharmonía de Galicia.
Obras de M.Ravel, D.Shostakovich, F. Septimus Kelly y F.J.Haydn.
Auditorio de Galicia, Santiago de Compostela.
Foto © Xaime Cortizo