Natalie Dessay deja oficialmente el canto lírico pero comienza un nuevo capítulo con otro género, el musical (en este mismo mes debutará en Gypsy con puesta de Pelly, otro viejo amigo). El concierto, con su acompañante oficial Philippe Cassard, ha sido un ‘sold out’ en el Palais Garnier, con flores y bravos interminables. Todo merecido, todo ganado legítimamente.
Dessay es una personalidad de esas que no necesitan marketing, y se notó en el programa elegido que fue ‘totalmente personal’. De hecho la explicación y comentario del conjunto y algunas obras en particular formaron parte del concierto y permitieron apreciar una vez más la inteligencia, la agudeza y la fina ironía de una señora de apariencia frágil pero de voluntad de hierro.
La primera parte, totalmente en francés, comprendió obras de Barber (sus ‘Mélodies passagères’), Chausson (el único compositor del siglo XIX con su ‘colibrí’), Hahn (‘Le rossignol des lilas’), un Ravel sobre texto del propio compositor(‘Trois beaux oiseaux du Paradis’), Louis Beydts (‘La colombe poignardée’, que habría bastado para justificar todo el concierto) y Poulenc (‘Reine des mouettes’ y ‘La Dame de Monte-Carlo’). Cassard interpretó en solitario, y muy bien, ‘Oiseaux tristes’ de los Miroirs de Ravel. Casi todo de pájaros (‘porque en mi juventud me comparaban siempre con ellos por mis agudos’), menos la estremecedora última pieza de Poulenc que culminó de espaldas al público en una única nota interminable que hizo estallar a la sala con toda justicia
Tras la pausa y para anunciar los nuevos tiempos cambió de lengua. Su inglés no fue menos perfecto ni comprensible que su francés materno. Todo se construyó en torno a un largo fragmento, algo así como una rapsodia, de Barber sobre un bellísimo texto autobiográfico de recuerdos de infancia de James Agee: ‘Knoxville: Summer of 1915’ (el único con partitura, lo que no restó intensidad ni al fraseo, ni a los ojos, ni a la expresividad de sus manos y brazos). Primero fueron dos arias de Menotti (de The old woman and the thief y la más conocida The médium) explicadas y cantadas con irresistible simpatía. El programa concluyó con el aria de Un tranvía llamado Deseo de André Previn, ‘I want magic’, con un recuerdo a su creadora, Renée Fleming, y una interpretación distinta y tan válida como la de ésta.
Pero era claro que el concierto había terminado cuando el entusiasmo del público –toda la sala de pie- reclamaba más y algunos jóvenes le alcanzaban con timidez sus flores. Respondió siempre con ópera.
El aria de Chimène de Le Cid de Massenet (‘porque siempre me gustó aunque no es para mi voz, pero hoy no hay orquesta’), un arioso de su inimitable Lakmé de Délibes y, en homenaje a su padre, que en su momento la había perdido, la cavatina de Barbarina de Le nozze di Figaro. ¿Qué mejor para terminar que Mozart y sus ‘messe di voce’? La primera vez que escribí una reseña sobre Dessay, en su debut en España (Bilbao), con la Zerbinetta de Ariadna en Naxos, la titulé ‘Chapeau, Madame’. Me gustaría terminar esta última del mismo modo.
Jorge Binaghi
Natalie Dessay, soprano. Philippe Cassard, piano.
Recital de arias y canciones inglesas y francesas.
Opéra Garnier.
Foto © Emilie Brouchon - OnP