Música clásica desde 1929

 

Críticas seleccionadas de conciertos y otras actividades musicales

 

Crítica / Nadine Sierra, tres sopranos en una - por Juan Carlos Moreno

Barcelona - 24/01/2025

El pasado 22 de enero volvió al escenario del Gran Teatre del Liceu uno de los títulos más emblemáticos del repertorio lírico: La Traviata, de Verdi. Lo hizo en una coproducción del coliseo de las Ramblas, el Teatro Real de Madrid, la Scottish Opera y la Welsh National Opera, que ya pudo verse en diciembre de 2020, cuando lo peor de la pandemia del covid parecía ya quedar atrás, pero aún se mantenían restricciones de aforo y el uso de mascarillas. Ahora, pues, ha podido disfrutarse con normalidad. Y de qué modo, cabría decir.

La propuesta escénica, firmada por David McVicar y dirigida en esta reposición por Leo Castaldi, destaca por su realismo, sin cambios de época ni reinterpretaciones que, con la excusa de buscar nuevos enfoques, lo único que consiguen es distraer la atención. Ahora bien, realista, al menos en este caso, no significa ni convencional ni rutinaria, sobre todo cuando la acción se centra en la protagonista, Violetta, cuyo trágico fin planea en todo momento por la lápida negra con su epitafio que conforma el suelo del escenario. La escenografía de Tanya MacCallin, responsable también del vestuario, y la iluminación de Jennifer Tipton aciertan a recrear la atmósfera festiva y mundana del París decimonónico, incidiendo al mismo tiempo en ese otro ámbito, más oscuro y opresivo, de las apariencias y la hipocresía social.

En lo que a la parte musical se refiere, hay un nombre que brilló con luz propia a lo largo de toda la función: el de la soprano Nadine Sierra. Fue la mejor Violetta Valéry posible. De ese personaje se dice, y con bastante razón, que para ser interpretado idealmente necesitaría del concurso de tres sopranos diferentes, una para cada acto: una soprano ligera, otra lírica y una dramática para el final. Por ello, es difícil encontrar intérpretes que acierten a plasmar toda la riqueza del papel y su evolución desde que se alza el telón hasta que se baja. La estadounidense lo es sin duda alguna.

En el primer acto cantó las agilidades y florituras del aria y cabaletta “È strano! È strano… Sempre libera degg’io” con una facilidad y naturalidad extraordinarias, mostrando en todo momento un canto rico en matices, que, más allá del belcanto, enriquecían la caracterización de la protagonista. En los dos actos siguientes, la melodía y la expresión ganan al virtuosismo, y ahí también la soprano brilló por la intensidad y emoción que acertó a transmitir en su dúo con Germont o el desgarro de ese momento de clímax que es “Amami, Alfredo, amami quant’io t’amo… Addio”. Ya en el tercer acto, dejó huella en el aria “Addio del passato”, por no hablar de la estremecedora fuerza que aportó a los pasajes en parlato o al “gioia!” que entona antes de caer muerta. Por si todo eso fuera poco, a la belleza de la voz y a sus inagotables recursos como cantante, Sierra añade elegancia y presencia escénica. Es una actriz mayúscula que se mete en el personaje hasta convertirse en él. Dicho de otro modo, en esta producción no canta el papel de Violetta, sino que es Violetta.

El rol de Alfredo fue abordado por el tenor Javier Camarena, que exhibió un canto cálido y efusivo, de fraseo exquisito y agudos luminosos, brillando también en las escenas de fuerza, como el final del segundo acto. En cuanto al barítono Artur Rucinski, es ya un fijo en las óperas verdianas representadas en el Liceu. Ningún problema, pues es un intérprete que no defrauda. Su Germont, sin embargo, quedó algo desdibujado en el plano actoral, mejor como padre autoritario que a la hora de mostrar comprensión o piedad. En lo vocal se mostró impecable, sobre todo en “Di Provenza i mare, il suol”, en la que dio toda una lección de fraseo.

Gemma Coma-Albert (Flora), Patricia Calvache (Annina), Albert Casals (Gastone) y Josep-Ramon Olivé (Barón Douphol) y Pau Armengol (Marqués de Orbigny) completaron el elenco con una prestación vocal y escénica más que notable.

El coro se mostró a la altura, lo mismo que la orquesta, de la que Giacomo Sagripanti, sin necesidad de partitura, sacó un rendimiento prodigioso ya desde el preludio. El gesto del director puede parecer brusco, pero conoce la obra a la perfección y sabe qué hacer en todo momento para llevar en volandas a los cantantes, cuidarlos y mimarlos, y no menos para transmitir, a través del contraste, la gradación de tempi y dinámicas o el expresivo uso de silencios y pausas, un nervio y una agitación puramente verdianos.

Juan Carlos Moreno

 

Nadine Sierra, Gemma Coma-Alabert, Patricia Calvache, Javier Camarena, Artur Rucinski, Albert Casals, Josep-Ramon Olivé, Pau Armengol.

Cor i Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu / Giacomo Sagripanti.

Escena: David McVicar.

La Traviata, de Verdi.

Gran Teatre del Liceu, Barcelona.

 

Foto © www-sergipanizo.cat

103
Anterior Crítica / Lucerna: le piano symphonique - por Agustín Blanco Bazán
Siguiente Crítica / Emotiva, valiente y personal velada en Ibermúsica - por Simón Andueza