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Crítica / Nabucco frente al espejo - por Javier Extremera

Sevilla - 24/06/2024

Volvía 27 años después el todopoderoso rey babilónico a cambiar las aguas del Éufrates por las del Guadalquivir, en una coproducción estrenada el pasado año en Ginebra y financiada además por los cosos de Vlaanderen y Luxemburgo, a lomos de un montaje con el que ha debutado en el universo operístico (con el pie izquierdo) la cineasta y directora teatral Christiane Jatahy, que por desgracia quiere contar demasiadas cosas, llegando incluso al embarullamiento y mezclando en la misma probeta fluidos que acaban enfrentados. A la brasileña el escenario se le queda pequeño para sus planteamientos teatrales, de ahí que eche mano de otros espacios como son el backstage, el foro, las bambalinas o el mismísimo patio de butacas, donde ubicó en el arranque entre los espectadores a algunos miembros del coro (ya me parecía raro que la chica que tenía a mi lado llevara un invernal turbante sobre la testa, cuando en la calle estábamos a 38 grados).

Dos gigantescos espejos rotatorios gobiernan la escena. En uno, incluso el público podía verse reflejado, como si se pretendiera que los asistentes formáramos parte también de la propuesta escénica desde nuestra butaca, algo para nada novedoso, ya que esa herramienta fue utilizada por el genial Robert Carsen en su Don Giovanni de la Scala milanesa. Una alberca en el centro del escenario (que haría las delicias de Sasha Waltz) sirve para las idas y venidas de los personajes, así como de cuadrilátero pugilístico donde dar cabida a sus enfrentamientos y disputas por una corona, aquí transformada en kilométrico manto real. El otro de los espejos sirve de pantalla para proyectar imágenes (muy a lo Dogville del cineasta Lars Von Trier) procedentes de dos operarios de cámara que deambulan libremente por el escenario retransmitiendo la función. Por desgracia estas filmaciones iban desincronizadas con el canto, por lo que más que otorgarle un valor o añadido a la dramaturgia lo que provocaron fue desazón y sonrojo. Artimaña narrativa nada original y que ha sido usada con anterioridad por vacas sagradas de la escena como Warlikowski (Lulú) o Frank Castorf (De la casa de los muertos). Lo de meter por narices lo audiovisual hoy en las puestas en escena, aparte de preocupante y obsesivo, roza ya lo rocambolesco, pues hablamos de dos formas de mirar y exponer una ficción (la cinematográfica y la puramente teatral) muy difíciles de complementar.

Incluso Zaccaria en su primera aparición mientras canta lleva sobre su hombro una de esas cámaras digitales, en lo que es una ingenua metáfora de la manipulación ejercida por los medios sobre el gran público. Un juego de espejos que deforman la realidad y, de paso, deforman también la historia y el libreto, pues no contenta con el callejón sin salida confeccionado, en la conclusión decide, temeraria y gratuitamente, sustituir el  palpitante  chim pum final verdiano por una desconocida y atmosférica música atonal que da paso a una nueva interpretación del “Va, pensiero”, esta vez a cappella y con el Coro sobre el patio de butacas. Como si justo a su término lo que realmente se pretendiera es que los asistentes se olviden rápidamente del experimental batiburrillo escénico que acaban de merendarse y desalojen el teatro silbando tan legendaria melodía. Como siempre, el que realmente acaba imponiéndose en la memoria es la inmortal música de Verdi. Resulta irónico comprobar cómo la escena cuando de verdad remonta dramáticamente el vuelo es justo en su parte final, cuando Jatahy decide al fin desnudar el escenario de elementos decorativos y de distracciones vacuas, centrándose exclusivamente en los personajes y en la interiorización de sus reconcomios, como la solitaria, desnuda y lejana irrupción canora de Nabucco en el último acto desde el backstage. Demoledor.

El gran triunfador de la noche fue sin duda el fortificado y “multirracial” Coro del Maestranza dirigido por el bilbaíno Iñigo Sampil, que estuvo soberbio en todas sus apariciones, sobrecogiendo en un impactante e inolvidable “Immenso Jehovah” cantado en la boca del escenario y emocionando en ese segundo himno oficial italiano que es el eterno “Va, pensiero” muy bien empastado y afinado, que fue estirado como un chicle en su nota final hasta un interminable y efectista diminuendo que se fue extinguiendo mágicamente.

Se mueve como pez en el agua sobre este repertorio el temperamental Sergio Alapont que dirigió con electricidad y brío, siempre muy pendiente de las voces a las que no soltó de su mano. Rítmicamente intachable, con color y sensualidad, cantando con gusto las deliciosas melodías, el castellonense se dejó también influir emocionalmente en los pasajes más líricos y emotivos, regalando momentos de gran edificación musical, aferrado a una disciplinada Sinfónica sevillana que relució tanto en su penetrante cuerda, como en la brillantez de sus maderas.

Lección de bel canto la que regaló Juan Jesús Rodríguez dando vida al atormentado monarca babilónico. Pese a las limitaciones técnicas de su instrumento, el onubense se dejó literalmente la piel dando vida a un Nabucco muy humano y vehemente, que antes que rey es padre. Voz sólida, vigorosa y pétrea, fraseando con gusto ey mordiente intensidad (primoroso “Deh, perdona”) tocando el cielo en un emocionantísimo y profundo “Dio di Giuda!” de esos de erizar vellos (sorprende lo cerca que estaba aquí ya Verdi de Rigoletto). El complicadísimo rol de Abigaille (muy masculinizado) lo sorteó con acierto la uruguaya María José Siri, pese a sus restricciones en el registro grave. Agudos naturales y poderosos, junto a una inquietante presencia física (de leona enjaulada) que se desbordaron en el magnífico “Su me, morente, esanime” con el que dice adiós a la vida. No tuvo igual fortuna la Fenena de Alessandra Volpe, voz débil, opaca y con problemas de afinación. Soso y sin pegada el Ismaele de Antonio Corianó. Rutilante y efectivo en la emisión el Zaccaria del muy aplaudido Simón Orfila que se las sabe todas sobre las tablas.

Traca final para la temporada operística sevillana que promete dar más guerra a partir de Noviembre con cuatro grandes títulos previstos: Turandot, Ariadne auf Naxos, Iphigenia en Táuride y una Carmen con nada menos que Elīna Garanča. Pero esa, como diría Kipling, es otra historia.

Javier Extremera

 

Sevilla. Teatro de la Maestranza. 22-junio-2024.

Giuseppe Verdi: Nabucco. 

Juan Jesús Rodríguez (Nabucco). María José Siri (Abigaille). Simón Orfila (Zaccaria). Alessandra Volpe (Fenena). Antonio Corianò (Ismaele). Carmen Buendía (Anna). Luis López Navarro (Sumo Sacerdote). Andrés Merino (Abdallo).

Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y Coro del Teatro de la Maestranza.

Director musical: Sergio Alapont.

Director de escena: Christiane Jatahy.

 

Foto © Guillermo Mendo

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