Los Cantos y danzas de la muerte de Modest Musorgsky en la preclara orquestación de Dmitri Shostakóvich, fue el punto álgido del segundo concierto de temporada ofrecido por la Orquesta Nacional de España dirigida por Juanjo Mena, con el bajo Brindley Sherratt en su extraordinario rol solista.
Su voz poderosa y de notable proyección, casi milagrosa en esa tesitura insondable, no tuvo problema alguno para sobresalir con semejante elenco instrumental detrás (!). Junto a ella, junto a esta privilegiada dinámica vocal, una cuidada articulación, musicalidad y presencia, para una creación de base, la escrita originalmente por Mussorgsky, ciertamente prodigiosa, aún en esta lúcida orquestación de Shostakóvich. Una orquestación abundante pero de riguroso respeto por la partitura original.
Dos autores en feliz maridaje, en esta y otras obras de Mussorgsky, que pocas circunstancias hubieran procurado mejor colaboración que en este ciclo de canciones. Una gran obra, pues, en manos de un espléndido cantante, con el puntual e inestimable desempeño de orquesta y director a su vera.
Un episodio del programa previo al preceptivo descanso, cuatro canciones de las que no quiero destacar una por encima de la otra, y que brindaron todo lo que un concierto sinfónico de estas características puede llegar a ofrecer: estímulo, interés, asombro y disfrute.
Antes, Khemi de Inés Badalo, planteó una partitura rica en texturas contrastadas, con secciones que parecían por momentos herederas del futurismo de aquella Fundición de acero, en un contexto musical propicio.
Predisposición al obstinato estructural con tramas y timbres diferenciados, y cierto sentido de acumulación que me recordaban el eficaz crescendo rossiniano… salvando sus alejadas estéticas.
Alturas extremas y densas, alternancia entre sonidos afinados y non tanto, técnicas transversales en primer plano en instantes de articulación de la forma, con un final algo sorpresivo, al menos en esta versión y en el contexto planteado por la propia pieza.
Y, tras aquel estimulante Mussorgsky, la Cuarta sinfonía de Piotr Ílich Tchaikovsky no era, precisamente, una página a descubrir.
Un Segundo movimiento Andantino in modo di canzona, especialmente sugestivo y equilibrado en el desarrollo de la forma, dio con el más logrado momento de esta sinfonía del repertorio (pese a que un móvil intentara estropearlo todo en sus últimos instantes cadenciales… sin conseguirlo, lo que redundó en el acierto de este concentrado elenco y director).
Movimiento a destacar, al margen, claro está, de aquellos brillantes pasajes que brinda con generosidad esta Cuarta sinfonía en la consumada genialidad de su compositor.
Luis Mazorra Incera
Brindley Sherratt, bajo. Orquesta Nacional de España / Juanjo Mena.
Obras de Badalo, Mussorgsky y Tchaikovsky.
OCNE. Auditorio Nacional de Música. Madrid.