Tras la completa supresión del FeMÀS el año pasado, la pandemia ha dado un respiro para que la música en Sevilla no pare, y que pueda salir adelante la presente edición, que se abría esta vez con el prestigioso conjunto Vox Luminis. Sorprendía que nos presentase un programa completo de carácter funerario, no sabemos si relacionado con la pandemia o por una tendencia hacia este tipo de repertorio (recordemos que el disco que los dio a conocer estaba dedicado a las Exequias musicales de Heinrich Schütz (1999). Ya ahí incluían el Herr, nun lässest du deinen Diener, conocido como Cántico de Simeón, frecuentemente utilizado en composiciones funerarias, ya que según el mismo, el Espíritu Santo habría prometido a Simeón no morir hasta conocer al Salvador, y que luego podría morir en paz.
Sobre este texto, Christoph Bernhard habría compuesto una música con una estructura basada en su admirado Schütz, con quien había empezado cantando a sus órdenes y terminó recibiendo el encargo de este para que compusiera un motete para su funeral, que finalmente pudo ser interpretado a su muerte, dos años más tarde. La música de Bernhard es bellísima, rica en texturas, tímbrica y juegos vocales. Digamos que todo el programa tiene este denominador común, así como unos registros para la voz no exigentes en los agudos, porque se trata de música íntima, recogida, reflexiva.
La obra está incluida en el último disco del grupo belga (como el siguiente Requiem de Biber que nos ofrecieron), pero el ataque en los agudos de las dos principales sopranos del grupo (Tóth y Jäggi), que ya figuraban como tales en el mencionado disco de Exequias, nos resultó un ascenso forzado, rígido, emitido en forte, lo que nos parecía que desequilibraba vocalmente la proporción del conjunto. Al volver a la zona media, sus registros volvían a colorearse, a destensarse y fusionarse con el resto. Mucho más estable y de mayor atractivo encontramos a la también veterana soprano Stefanie True pero, sobre todo, la de Victoria Cassano, un activo que sin duda parece destinada a tomar un sitio relevante en la formación.
También un miembro que se mantiene en el grupo, el contratenor Kullmann, mantuvo un registro desigual sobre todo al principio, y en algunos momentos intermitentes, mientras Van Neste fluía con mayor regularidad y atractivo. Entre los tenores sobresalió Pinhiero De Oliveira, mientras los bajos venían a resumir el disparidad tímbrica del conjunto: por un lado, Myrus, de emisión poderosa, operística, con un registro muy completo de arriba abajo, capaz de llegar sobradamente al único escollo importante de las tres partituras, un par de notas muy graves en el Stabat Mater de Steffani (un Re y un Do). Por su lado, el director de la formación, Meunier, mantiene una voz preciosa, delicada y muy expresiva, y nada forzada; pero tanto que a veces desaparecía en el conjunto; menos mal que en el Vidit suum pudimos disfrutarla al completo.
El programa se alteró respecto al previsto, y Biber quedó en medio: parecía lógico, porque a pesar de la espectacularidad añadida de tres trombones en el Requiem de Biber, la belleza de la obra de Steffani y su brillantísimo final obligaban al cambio (se podía haber pensado en ello antes). Hemos de reseñar la labor de este estupendo trío de trombones, y en especial la del solista, para sortear las dificultades de la partitura y por el hecho de estar tocando casi constantemente con un sonido precioso y extraordinariamente afinado. Sólo nos parece que al estar colocado delante de todos los instrumentos su potente sonido oscureció muchas partes del conjunto. El resto del Freiburger Barockconsort se mostró igualmente con gran nivel, añadiendo esa carga de autenticidad barroca a la interpretación vocal.
Por último, hemos de recordar que el Stabat Mater fue una secuencia medieval, prohibida por la propia Iglesia y finalmente recuperada en 1727 por el Papa Inocencio III como la última de las cinco secuencias del catolicismo. En ese mismo año Agostino Steffani, inquietísimo obispo y de gran devoción mariana, inició la composición de un Stabat Mater, considerándolo como su última y más lograda obra. La entregó a la Academy of Vocal Music de Londres un mes antes de morir, lo que supone todo un canto de cisne del compositor.
Steffani se mostró como gran maestro polifónico (Bukofzer, refiriéndose a sus dúos de cámara, decía que “su contrapunto delicadamente plasmado sólo Haendel pudo imitar, aunque no superar”), y el final de la obra lo demuestra: Meunier fue introduciéndonos en el primer verso, planteado con la incertidumbre del momento decisivo (“Quando corpus morietur”), con suaves disonancias de una modernidad asombrosa, tras lo cual el director prolongó holgadamente por dos veces el calderón sobre un silencio de un compás completo, para ascender luego partiendo desde una nota grave en el bajo (Si b), y subiendo cada voz al inicio de su canto una nota más aguda que la anterior (Do, Re…) hasta completar las seis, para estallar a continuación en un himno esperanzador sobre los dos últimos versos de la obra (“haz que a mi alma se conceda / la gloria del Paraíso”), que reunió triunfalmente a todas las voces e instrumentos. No fue de extrañar las ovaciones clamorosas que siguieron al Amen final, ni la sensación de que no habíamos asistido a un programa luctuoso, sino indudablemente alentador.
Carlos Tarín
Vox Luminis & FBC (V. Cassano, S. Jäggi, Z.Tóth, S. True, J. Kullmann, K. Van Neste, T. Pinhiero De Oliveira, M. Lombardi, Ph. Froeliger y J. Lawrence, L. Meunier y S. Myrus) / Lionel Meunier.
Obras de Bernhard, Biber y Steffani.
Sala Turina, Sevilla.
Foto © José Ángel García