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Crítica / Mesías, la navidad de la OCNE con la energía de Paul Agnew - por Simón Andueza

Madrid - 23/12/2024

El Auditorio Nacional de Música de Madrid, en su sala sinfónica, colgó por tres días consecutivos, desde hace semanas, el cartel de ‘no hay entradas’ para los conciertos programados para las fechas más cercanas a las de las celebraciones navideñas. La expectación por estas tres citas tan patente no resultaría al menos curiosa si la ocasión programara una rareza musical con altas dosis de calidad que nos trajera a unos intérpretes que en pocas ocasiones podamos disfrutar. No obstante, la pieza programada es una composición que se ha convertido en todo un hito que llena salas de conciertos a lo largo y ancho del planeta. Por supuesto, hablamos de Mesías, de Georg Friedrich Haendel (1685-1759), y sus intérpretes fueron en esta ocasión nuestros queridos Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE).

Podemos decir que la genialidad de esta composición quedo una vez más patente en la reacción final del público que atiborraba la sala por tercera cita consecutiva, pero debemos poner el punto de mira especialmente en el director encargado de dirigir tan magna obra. En esta ocasión fue, nada más y nada menos que Paul Agnew, actual director asistente de los franceses Les Arts Florissants, y toda una leyenda de la interpretación históricamente informada, primero como tenor, que comenzó cantando en agrupaciones vocales camerísticas tan legendarias como The Consort of Musicke, además de sus incontables recitales, giras y grabaciones como tenor solista especializado en la música antigua, para más adelante dar el salto a la dirección, tanto en fascinantes veladas con el grupo más intimista de Les Arts Florissants, así como en las obras que requieren de unos numerosos orquesta, coro y solistas.

Todos estos aspectos son la muestra del excepcional talento como músico que Paul Agnew posee, y que como sabiamente en su día captó William Christie, ha convertido Francia en su cuarto de estar, con permiso de su Inglaterra natal, para sus fabulosas actividades artísticas.

Debo confesarles que como intérprete llevaba interpretando esta misma pieza durante buena parte del mes de diciembre, a lo que debo sumar las decenas de ocasiones en que en mi entorno más próximo esta música no deja de interpretarse una y otra vez por unas y otras agrupaciones, por lo que cierto halo de hastío sobrevolaba mi mente para asistir a la cita que nos ocupa.

La Orquesta Nacional se presentó en el escenario bastante reducida, con una cuerda consistente en 3 contrabajos, 5 violonchelos, sin violas y con 18 violines, entre primeros y segundos, a los que se sumaron los dos oboes, un fagot como parte del bajo continuo, dos trompetas, que actúan solamente en los números más triunfales, los timbales y el órgano positivo. El Coro Nacional de España apareció en escena, no obstante, al completo, con sus más de 80 miembros para sorpresa de todos, eso sí, situados en el escenario, no en los bancos de coro, muy próximos a la orquesta y en cuatro filas.

Esta numerosa formación de orquesta y coro pareciera que resultaría un hándicap para las altas dotes de velocidad, energía y viveza con las que Agnew es bien conocido, pero los primeros compases de la interpretación de la genial composición haendeliana dieron al traste con todos mis prejuicios.

Ya desde el Grave inicial de la Obertura, Agnew imprimió ese personal y enérgico carácter a cada nota que salía de los atriles de la orquesta. ¡Qué delicia disfrutar de una partitura en donde cada sonido está vivo y forma parte de un todo lleno de vida! Para mí eso es la música, y no una sucesión de vibraciones que emiten los distintos instrumentistas y cantantes. La segunda sección de este primer movimiento instrumental, su Allegro moderato, que consiste en un movimiento fugado, descubrimos la trabajada articulación homogénea de cada sección orquestal, con sus adecuados planos sonoros que permiten la correcta comprensión de la filigrana barroca. Debemos reseñar, además, el elaborado modo de producir el sonido en la cuerda, con un sonido casi desprovisto del habitual vibrato en la cuerda y una ligereza inusitada de sus arcos. Todo ello dio como resultado un efectivo y adecuado instrumento orquestal que se mantuvo a lo largo de las más de tres horas de concierto, estableciéndose como si nos encontráramos ante una orquesta con criterios históricos en sus atriles, pero sin desdeñar los instrumentos modernos.

Si esta orquesta barroca creada en unos pocos días por el maestro inglés agradó, y mucho, a la audiencia, no lo fue en menor medida el otro grupo de músicos que tan fundamental es para este oratorio, el coro. El Coro Nacional de España al completo, como ya se ha reseñado, fue probablemente el elemento más sorpresivo de la velada. Su nutrida formación afrontó la partitura con una energía y vitalidad mayúsculas, mostrando a todos sus miembros con una entrega máxima hacia la partitura que tan bien conocen. Este hecho que debiera estar presente en cada concierto quizás se debió al magnetismo musical tan extraordinario de Agnew desprende y a su amor hacia esta música fastuosa. Además, debemos resaltar la perfección técnica que cada cuerda, sopranos, contraltos, tenores y bajos, alcanzó en los numerosos números que contienen ágiles coloraturas. Estas fueron de una naturalidad y ligereza realmente chispeantes, y el resultado en su empaste fue de una transparencia total.

Otra característica coral que no debemos olvidar fue el empaste del conjunto en casi todas sus intervenciones, a la vez que su afinación e igualdad en las articulaciones mostraron un buen trabajo preparatorio en los ensayos a cargo de su director, Miguel Ángel García Cañamero. La disciplina en la dicción del texto, así como la colocación precisa de sus consonantes, fueron asimismo de un alto nivel fruto de este trabajo.

El cuarteto vocal solista estuvo formado por la soprano Miriam Allan, bien conocida por Agnew, quien exhibió una comunicación magnífica del carácter de cada aria, dominando por completo cada número, apareciendo siempre con la partitura cerrada como muestra de ello. La luz expresiva de Allan fue una verdadera delicia, además de su dominio técnico vocal de todas sus apariciones, mostrándose siempre cómoda y apropiada en el estilo haendeliano.

El contratenor español Xavier Sabata, bien conocedor asimismo de la partitura, expresó de un modo óptimo sus intervenciones, más el vigor orquesta estampado por el director británico y la brillantez en las modernas cuerdas metálicas de los violines, violonchelos y contrabajos impidieron disfrutar de su timbre de un modo prístino por el desajuste en el balance sonoro, que se debiera haber mimado más.

El tenor sudafricano Levy Sekgapane por su parte, dominó ampliamente sus intervenciones con buena carga emocional aportando un agradable fiato a su línea de canto y aportando a sus cadenzas un pintoresco aire rossiniano.

El barítono José Antonio López sigue mostrando su versatilidad, fuerza escénica y belleza tímbrica, ejerciendo una ejemplar exhibición de arriesgada técnica en el aria The trumpet shall sound con unas agudas y virtuosas notas de cosecha propia en el Da capo, mientras que el solista de trompeta, Manuel Blanco, imponía su solo en el piccolo con su habitual desparpajo, caprichosas ornamentaciones y dominio del instrumento.

El público ovacionó de un modo realmente cálido con vítores, bravos y aplausos a todos los intérpretes de esta obra inmortal del genio de Halle que sigue y sigue demostrando que su perseverancia durante siglos en los escenarios del planeta está más que justificada.

Simón Andueza

 

Miriam Allan, soprano, Xavier Sabata, contratenor, Levy Sekgapane, tenor, José Antonio López, barítono.

Orquesta y Coro Nacionales de España. Paul Agnew, director.

Auditorio Nacional de Música de Madrid, Sala Sinfónica.

22 de diciembre de 2024, 11:30 h.

 

Foto © Jose Luis Pindado

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