Henry Purcell (1659-1695), sabiamente denominado Orpheus Britannicus (Orfeo británico) por Henry Playford (1657–ca. 1707), quien editara sus dos volúmenes póstumos de canciones del londinense tras su trágica muerte con apenas 37 años de edad, ha pasado a la Historia de la Música como el compositor de una formidable y breve ópera, Dido and Aeneas (1689), que contiene uno de los más formidables lamentos musicales jamás creados. Pero la figura del genio británico es tan descomunal y su legado musical tan fascinante que el gran público merece que su genialidad sea difundida de una manera realmente entusiasta con una calidad interpretativa al más alto nivel.
Estas dos circunstancias fueron desempeñadas de un modo soberbio en la memorable noche en la que pudimos presenciar en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional, abarrotada de ávidos melómanos que disfrutaron de un espectáculo formidable, una de sus magnas obras, la masque ‘The Fairy Queen’ (1692), libre adaptación de algunos de los momentos más encantadores de la inmortal obra de teatro de William Shakespeare El Sueño de una Noche de Verano (1595).
Para un ciudadano británico El Sueño de una Noche de Verano es desde su estreno un referente cultural tan importante como puede ser para nosotros El Quijote de Miguel de Cervantes, y los compositores británicos han sabido recrear este legado musical de una forma tan recurrente como eficaz, por lo que las escenas representadas en la semiópera purcelliana que a nosotros nos puedan parecer inconexas, para un habitante de las islas británicas suponen una recreación natural de algunas de sus más hondas tradiciones culturales.
Y es que dos figuras del más alto nivel artístico como son el clavecinista y director musical William Christie y el bailarín y coreógrafo Mourad Merzouki han juntado sus magnos talentos artísticos para brindarnos una producción de The Fairy Queen descomunal e inolvidable.
Si hace unas semanas The Netherlands Bach Society transformó el Auditorio Nacional en una suntuosa iglesia luterana, en esta ocasión estas dos figuras artísticas consiguieron convertir la Sala Sinfónica en un teatro tan suntuoso como lo fue el Teatro de Dorset Garden, coliseo londinense que acogió el estreno de The Fairy Queen.
Un suelo de teatro de generosas dimensiones recibía a los espectadores de una sala que se llenó de inmediato de una frenética actividad artística con las primeras notas de la Obertura de la obra. Los veinticinco excelentes músicos de la orquesta de Les Arts Florissants que desde el fondo del escenario aparecieron con su infatigable creador y director William Christie, demostraron de inmediato que por ellos los años no desgastan su vitalidad, calidad musical y rigor interpretativo. Además, la fastuosa compañía de baile Käfig inundó de inmediato ese suelo escénico negro con una energía, agilidad y acrobacias escénicas tan inauditas como trabajadas y minuciosas. Cantantes y bailarines se fundieron en una ordenada maraña de espectaculares brincos y coreografías al compás de la simpar música de Henry Purcell.
El acto primero de la semiópera contiene algunas de las más inolvidables composiciones y escenas de Henry Purcell. Mourad Merzouki ha sabido crear en cada breve número ideado por Henry Purcell un soberbio cuadro escénico de tal variedad y complejidad escénica que resulta imposible plasmarlo en estas líneas. El duro trabajo realizado por los bailarines de la compañía Käfig junto a los jóvenes cantantes de Le Jardin des Voix resulta tan abrumador y espectacular que hizo que la magnífica orquesta de Les Arts Florissants pasara a un plano que resultó estar lejos del protagonismo y atención que merece.
En este primer acto debemos destacar la escena del poeta borracho que protagonizó el barítono Hugo Herman-Wilson, quien apoyado por un físico que favoreció la veracidad del personaje, demostró unas cualidades expresivas de una comicidad cómplice con el público, bailarines y orquesta. El bajo continuo funcionó en esta y en casi todas las escenas como un ente independiente del director, demostrando un oficio realmente incontestable.
La violagambista Myriam Rignol y el violonchelista Hugo Abraham unieron sus sabios quehaceres a los de los no menos formidables músicos del continuo polifónico, los inigualables Thomas Dunford en el archilaúd y Florian Carré como imaginativo clavecinista y organista. La enorme distancia y variedad de situaciones que separaron a estos músicos de los solistas vocales no resultó ser de dificultad alguna para que el trabajo de música de cámara y de seguimiento y respeto absoluto al solista fueran incontestables.
La situación de la orquesta en el fondo del escenario favoreció el equilibrio sonoro de los coros, en donde los ocho cantantes fueron bastante audibles en conjunto incluso en los momentos con más cantidad de masa sonora, como por ejemplo al final de este acto, en Drive him hence away, que aun contando con la siempre vital sonora y precisa presencia de los trompetistas Ruppert Drees y Jean Bottinger, su desempeño auditivo fue más que notable.
El preludio del segundo acto inundó el escenario de las espectaculares acrobacias de los bailarines que supieron aunar de un modo totalmente natural el break dance con la danza contemporánea, ante la atónita mirada del público asistente. Inmediatamente el tenor Rodrigo Carreto nos cautivó con su cálido timbre de una voz tan fácil como ligera pero no exenta de un buen fiato y volumen sonoro en el aria Come all ye Songsters of the sky. El preludio continuó el acto nos dejó fascinados con una mágica coreografía que transformó a bailarines y cantantes en criaturas de bosque con una hábil maniobra escénica de los intérpretes de espaldas con sus manos aleteando y jugando grácilmente. A todo esto, los formidables flautistas de pico Sébastien Marq y Nathalie Petibon se fundieron en escena con estas criaturas mediante una magia inolvidable.
El acto culminó con el aria Hush no more, encomendada al barítono Hugo Herman-Wilson, poseedor de una voz de bajo-barítono excelentemente timbrada en todo su registro, con unos graves ricos y sonoros, y de una belleza sonora remarcable.
La afamada aria If love´s a sweet passion abrió el tercer acto con una Paulina Francisco que se mostró más cómoda en los pasajes ágiles y vivos, favorecidos estos por la juventud y gracejo de la intérprete, pero que estaremos felices en volver a escuchar este fragmento en una década, seguramente con un mayor desempeño por su parte.
La Danza de las Hadas que inmediatamente atacó la orquesta volvió a llenar la escena de los magníficos bailarines de la compañía Käfig, que realizaron un extraordinario esfuerzo físico, de concentración y de entusiasmo. La mezzosoprano Georgia Burashko fue la feliz dueña de la mágica melodía Ye gentle spirits of the air, quien con un registro central realmente rico y poderoso mostró su línea de canto intachable. El colorido desempeñado por la violagambista Elena Andreyeb junto a las mágicas invenciones laudísticas de Thomas Dunford nos regalaron momentos sonoros de una delicadeza y una riqueza tímbrica máximas, especialmente en los momentos más dulces y delicados.
El acto finalizó con uno de los momentos cómicos más queridos por los amantes de la música de Henry Purcell, el dúo Now the maids and the men are making of Hay, en donde un travestido Ilja Aksinov nos maravilló en su registro de haute-contre o tenor agudo, de una facilidad en el agudo insultante, pero que no desdeñó en cuanto a volumen sonoro a lo que se sumó una gran belleza tímbrica. Seguro que este joven cantante será una de las voces a las que Christie recurra frecuentemente en un futuro inmediato, teniendo en cuenta lo necesarias y escasas en número que son las voces de los haute-contres en el repertorio barroco francés. A esto debemos sumar un alto gracejo y desparpajo escénico, hilarante en su dúo y escena teatral del beso más afamado del repertorio purcelliano con el bajo Hugo Herman-Wilson, que hizo las delicias de un divertido público.
Tras la pausa y este torbellino escenográfico que hicieron que la primera hora de espectáculo pasara en un suspiro, la fantástica fanfarria que da comienzo al acto cuarto sonó rotunda y precisa, comandada por unos estupendos trompetistas, a los que se sumó la legendaria percusionista Marie-Angie Petit para redondear el momento. La segunda sección de la obertura mostró un tutti orquestal poderoso y vital, en donde sobresalió un musculado bajo continuo de un vigor encomiable de sonoridad muy rica, apoyada en un carnoso sonido del fagotista Evolène Kiener y con la profundidad conferida por la sección grave de la cuerda frotada.
Debemos destacar la riqueza de la espectacular coreografía del número Here’s the summer, sprightly gay y de las formidables acrobacias individuales de los bailarines de la compañía Käfig. Es una verdadera lástima que el programa de mano no detalle el currículum de cada bailarín como sí lo hace de cada cantante, por lo que debo nombrar a todos los bailarines de la compañía para mostrar mi profunda admiración por todos y cada uno de sus talentos. Estos son Bastiste Coppin, Samuel Florimond, Anahl Passi, Alary-Youra Ravin, Timothée Zig, Daniel Saad y Rémi Autechaud.
El aria Next winter comes slowly volvió a brindarnos la bella y profunda voz de Benjamin Schilperoort, ¡quien comandó una fantástica escena de procesión conjunta de cantantes y bailarines, que terminaron el siguiente número, el coro Hail! Great parent of us all sin dirección, mostrando un trabajo de conjunto y de escena que ya quisieran conjuntos vocales estables. El trabajo realizado por estos jóvenes intérpretes es realmente loable, tanto a nivel musical como escénico.
El acto quinto, que cierra la masque, dio comienzo con un simpático pizzicato del bajo continuo que presagió un hábil e ingenioso juego escénico muy trabajado con un único elemento escénico, una silla.
EL aria O let me ever, ever weep, precioso y hondo lamento también conocido como The plaint, fue cantado de un modo magistral por la mezzosoprano Juliette Mey, de bellísimo timbre, excelente fraseo y fiato profundo, cualidades que nos permitieron disfrutar de uno de los momentos más mágicos y sobrecogedores de la velada, acrecentado más todavía cuando el concertino de la orquesta, Emmanuel Resche-Caserta se levantó de su silla y estableció un fascinante diálogo escénico y musical con la solista vocal. El sonido que atesora Resche-Caserta en su violín en esta aria fue de una belleza sublime, cálida y de un sonido realmente estable y afinado, permitiendo que la genialidad de la escritura de Purcell estuviera acompañada del máximo nivel interpretativo.
Las asombrosas y deslumbrantes coreografías que siguieron con las danzas del acto fueron interrumpidas por otra aria en la debemos detenernos, ya que la soprano Paulina Francisco tuvo uno de sus momentos más destacados en Hark! the echoing air a triumph sings, puesto que su registro de soprano ligera viene como anillo al dedo a la grácil escritura del Orfeo británico, y en la que realizó un fabuloso ejercicio coreográfico junto a dos de los bailarines que la subieron en volandas entre otras mil y una maniobras, a lo que el coro respondió con espectaculares movimientos escénicos y golpes de palmas hábilmente desarrollados en el pasaje “clap, clap, clap their wings”.
A punto de concluir el acto, debo confesar que la escena del cumpleaños de Oberon Now the night is chas’d away es uno de mis fragmentos favoritos del genial compositor inglés, y es que la interpretación que pudimos disfrutar en la velada madrileña fue simplemente espectacular. Además, la coreografía exhibida en él fue de una exuberancia formidable. Todo esto dio paso a la no menos formidable Chacona que preludia el cierre de The Fairy Queen con uno de los momentos más álgidos en cuanto a actividad escénica y vitalidad coreográfica de la noche, que desembocaron en el triunfal coro final, They shall be as happy as they’ere fair, momento de clímax textual y de estado de ánimo, que fue incluso declamado por los bailarines y bailado por todos los cantantes, fusionando de un modo total danza, música y canto.
El público que atiborraba la sala, como no podía ser de otro modo, ovacionó de un modo realmente efusivo a todos los artistas, con quizás el mayor grado de entusiasmo y cantidad de bravos y vítores que yo jamás haya presenciado en nuestro querido Auditorio Nacional de Música. El público esta vez, créanme, fue un juez absolutamente justo y para nada exagerado. Lo que vivimos el domingo 14 de enero de 2024 fue absolutamente inolvidable, y es quizás el mejor homenaje a Henry Purcell de una de sus mejores creaciones que yo recuerde.
William Christie y Mourad Merzouki deben estar completamente orgullosos del resultado obtenido con estos formidables artistas. El trabajo realizado debió ser muy duro y arduo, pero el espectáculo conseguido es del máximo nivel para una música realmente excepcional. Esperemos que esta colaboración sea la primera de otras muchas.
Simón Andueza
Henry Purcell: The Fairy Queen
Paulina Francisco, soprano, Georgia Burashko, Rebecca Leggett y Juliette Mey mezzosopranos, Ilia Aksionov, haute-contre, Rodrigo Carreto, tenor, Hugo Herman-Wilson y Benjamin Schilperoort, barítonos. Compañía Käfig, Mourad Merzouki, director de escena y coreografía.
Les Arts Florissants, William Christie, dirección musical.
Ciclo ‘Universo Barroco’ del CNDM.
Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música, Madrid. 14 de enero de 2024, 19:00 h
Foto © Rafa Martín