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Crítica / Meduse, la trompeta que apenas se escuchó - por Juan Carlos Moreno

Barcelona - 03/03/2025

El pasado 28 de febrero, en L’Auditori, volvió a demostrarse la especial relación que Ludovic Morlot mantiene con la música de su compatriota Maurice Ravel. En esta ocasión, la obra interpretada fue La valse, ese poema coreográfico que convierte en fantasmagoría casi expresionista el característico ritmo del vals vienés. La versión que ofreció la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC) estuvo a la altura de lo esperado: Morlot la desarrolló con pausa, graduando muy bien las intensidades y tensiones, acentuando sus aristas y, sobre todo, resaltando la magia puramente sonora propia de Ravel.

La compositora sueca Lisa Streich (n. 1985) posee también un acusado sentido del timbre. Lo demuestra en Meduse “Elle est belle et elle rit, una obra para trompeta y orquesta, pero más próxima al espíritu de un poema sinfónico que al de un concierto.

Encargo de la Konsserhuset de Estocolmo, la Orquesta Sinfónica de la WDR, el Festival de Lucerne y L’Auditori, Meduse surgió de la lectura de un ensayo de la escritora feminista francesa Hélène Cixous, La risa de la Medusa. Su protagonismo es esa criatura de la mitología griega capaz de convertir en piedra a quienes la miran a los ojos. Pero Medusa no siempre fue así: antes de que los dioses la maldijeran, fue una joven hermosa, deseosa de vivir, amar y bailar.

Recuperar esa Medusa original es lo que se propone Streich en esta obra, en la que hace gala de una heterogénea gama de recursos, incluido el préstamo de melodías de distinta procedencia, todo ello pasado por el tamiz de un lenguaje armónico muy personal. No lo es menos el modo de tratar la trompeta solista, sobre todo porque evita su característica brillantez, tanto es así que recurre constantemente a sordinas de todo tipo para apagar el sonido, cuando no le pide que imite el sonido de los pizzicati de las cuerdas.

Ahí, precisamente, radicó el principal problema de la versión: pese a los esfuerzos de la solista de la OBC, una más que esforzada y comprometida Mireia Farrés, la trompeta quedó prácticamente ahogada por una orquesta cuya intensidad no supo equilibrar Morlot. Ni siquiera, más que en momentos muy contados, llegó a escucharse a la solista cuando cambia su instrumento por una trompeta hecha con una manguera de jardín afinada en fa sostenido. No se entiende así por qué no se recurrió a la amplificación. La obra, la solista y el público lo habrían agradecido, y probablemente también la compositora, presente en la sala.

El concierto se cerró con la Sinfonía n. 5 de Sibelius, que Morlot, al igual que había hecho en Ravel, dirigió con un cuidado y atención exquisitos. Logró destacar así la sorprendente organicidad de la obra, esa magistral habilidad del compositor para construir un gran edificio sonoro a partir de motivos muy sencillos que crecen, se expanden y se entrecruzan en una metamorfosis constante. Ejemplo de ello fue el primer movimiento, cuyo carácter solemne inicial acaba adquiriendo, de modo gradual e imperceptible, el carácter de un scherzo. La batuta resaltó la elegancia del Andante mosso, quasi allegretto, así como la impetuosidad y majestuosidad del Allegro molto final. Cuerdas y maderas respondieron de manera tan brillante como eficaz.

Juan Carlos Moreno

 

Mireia Farrés, trompeta.

Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya / Ludovic Morlot.

Obras de Ravel, Streich y Sibelius.

L’Auditori, Barcelona.

 

Foto © May Zircus

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