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Crítica / Mayo en el CNDM con grandes intérpretes y repertorio infrecuente - por Simón Andueza

Madrid - 30/05/2024

El afortunado espectador que posea su abono para los conciertos de los ciclos ‘Universo Barroco’ de sus sedes del Auditorio Nacional ha podido disfrutar de una segunda quincena del mes de mayo de 2024 realmente efervescente, con unas interpretaciones difíciles de olvidar que perdurarán en nuestra memoria, con unas piezas que raramente pueden escucharse en nuestras salas de concierto de grandes Maestros de la creación musical interpretadas con los ya habituales criterios historicistas, y que felizmente ya no sorprenden a melómano alguno, gracias en buena medida a la labor programadora durante años de los responsables de ciclos como éste.

Comenzamos este singular repaso a la actualidad musical con el concierto que ofreció la afamada orquesta Il Pomo d’Oro bajo la dirección de Francesco Corti de Berenice, ópera que George Frideric Handel (1685-1759) compusiera en 1737 para el londinense teatro del Covent Garden sobre un texto italiano que escribió Antonio Salvi (1664-1724). Fue estrenada el 18 de mayo de 1737, y obtuvo un éxito limitado en su época, si la comparamos con los resultados de óperas del mismo compositor. Fue representada tan solo en cuatro ocasiones. Su argumento se basa en la vida de Cleopatra Berenice, hija de Ptolomeo IX, protagonista curiosamente de la ópera haendeliana que el próximo mes de junio se interpretará en estos mismos ciclos del CNDM, y está ambientada en el año 81 antes de Cristo. Actualmente su puesta en escena es de rara programación, pero no por ello su música deja de ser se una calidad excepcional, tal como pudimos comprobar en esta oportunidad.

En la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional y dadas las generosas dimensiones de su escenario, acostumbrado a recibir a enormes orquestras sinfónicas de todo el mudo, la formación historicista pareció en un primer momento algo reducida, ya que contaba con una formación de 5-4-2-2-1 en la cuerda, más dos oboes, fagot, tiorba, y los dos claves empleados. Tal apreciación se desvaneció en un instante cuando apareció en escena Francesco Corti, que con una apabullante vitalidad y deliciosa musicalidad contagiosa comenzó a dirigir los primeros compases de su obertura. Esta situación se mantuvo a lo largo de las tres horas de duración que aproximadamente dura la obras y permitieron que su música fuera de un atractivo fascinante del que nos hicieron partícipes los formidables instrumentistas de Il Pomo d’Oro. Comandados por la concertino Zefira Valova, quien dio repetidas muestras de su calidad excepcional en la reprise de los da capo, al emplear Corti, sabiamente, en muchas ocasiones la repetición a uno por arte, todos y cada uno de los miembros de esta formación nos regalaron una exquisitez sonora que deleitó los oídos del más exigente melómano como si de un registro sonoro de estudio se tratara. Su perfección técnica fue en todo momento casi absoluta, pero la cualidad más extraordinaria de esta formación reside, casi con total seguridad, en el compromiso absoluto de todos y cada uno de sus miembros con la partitura, realizando en todo momento un formidable esfuerzo de comunicación, musicalidad y música de cámara, logrando un resultado sonoro absolutamente deslumbrante.

Debemos destacar sobremanera las labores del tiorbista español Miguel Rincón, con su siempre imaginativa realización de los arpegios y acordes que emanan de su instrumento, que además siempre encuentran el afecto apropiado para cada ocasión creada por Handel, y logrando en la sala sinfónica de generosas dimensiones que la audición de su instrumento fuera casi siempre de absoluta transparencia. La calidad y virtuosismo de los clavecinistas quedaron asimismo fuera de toda duda. Maria Shabashova y el propio Francesco Corti fueron un torrente vital de virtuosos arpegios y floridos adornos que fluían de un modo completamente orgánico en los recitativos.

En el apartado vocal disfrutamos de unos intérpretes de primera línea mundial en los principales roles. Sandrine Piau sigue poseyendo ese instrumento cristalino, pero a la vez poderoso de belleza máxima en su timbre y que cuenta con una transparencia deliciosa en las coloraturas y la dicción de su texto, mientras que Ann Hallenberg fue una excelente Selene a la que el propio compositor hubiera anhelado conocer y componer para ella. Su expresividad y facilidad en el agudo, así como su enorme facilidad en los pasajes más ágiles, sumados a un fiato portentoso, nos recordaron porqué sigue siendo una de las mayores figuras de la escena internacional.

Paul-Antoine Bénos-Djian, contratenor, mostró un envidiable volumen sonoro en su voz, de técnica impecable en todo el registro, que confirieron en deliciosa cada intervención suya, bien fuera en las preciosas melodías melancólicas o en las agitadas arias de bravura. El tenor Mathew Newlin, por su parte, mostró una segura y convincente presencia escénica, siendo poseedor de uno de esos timbres poderosos que encajan a la perfección con el ideal sonoro que actualmente tenemos en mente de los papeles haendelianos de tenor.

El recibimiento del público no pudo ser más satisfactorio, y aplaudió y vitoreó a todos los intérpretes de un modo entusiasta y vigoroso, como merecieron, sin duda alguna.

Tres días más adelante, cambiando de recinto, en la Sala de Cámara de este mismo autorizo madrileño, recibimos con expectación a Arcangelo, formación británica de reputado prestigio, bajo la dirección de su líder, el clavecinista Jonathan Cohen, para brindarnos un concierto íntimo, que prescinde de la gran pompa y espectacularidad sonora y de complejidad argumental que los otros espectáculos nos ofrecieron, para ofrecer una búsqueda de lo que se entiende como la música de cámara barroca en su esencia pura, con tan sólo cuatro músicos, un violín, un violagambista, un laudista y el propio clavecinista y director. Este orgánico exige un compromiso máximo con la música y con la interpretación, a la vez que muestra de un modo absolutamente desnudo la esencia personal de cada músico, pero a su vez permite una libertad fascinante en la expresividad y una demostración pública de la calidad personal propia.

Jonathan Cohen, conocedor absoluto de estas circunstancias supo rodearse de tres excepcionales músicos que mostraron su dominio técnico de sus respectivos instrumentos, a la vez que fueron unos compañeros ejemplares en las labores de una agrupación camerística única que busca un solo propósito y una manera directa de abordar tan fascinantes repertorios como los que nos regalaron. Sonaron músicas del afamado Arcangelo Corelli, sí, de quien el grupo recibe el nombre, pero también descubrimos a fascinantes autores que raramente son visitados, como Francesco Barsanti, Antonbio Bertali, Philipp Heinrich Erlebach, Giovanni Antonio Pandolfi Mealli, junto a dos autores un poco más transitados, Johannes Schenck y Heinrich Ignaz Franz von Biber. Todas estas músicas fueron arregladas por el propio grupo, puesto que muchas de ellas necesitan de un segundo violín para su ejecución, o simplemente fueron compuestas para otro instrumento que no era el que tuvimos la ocasión de presenciar. Todo ello no fue en absoluto obstáculo alguno para que pudiéramos disfrutar de una velada de una calidad musical apasionante, dada la calidad de todos y cada uno de los miembros de Arcangelo. 

El violinista escocés Colin Scobie asombró al público por la destreza y naturalidad con la que sabe afrontar repertorios tan aparentemente lejanos como las composiciones barrocas de grandes maestros europeos con las músicas folclóricas basadas en las melodías tradicionales escocesas. Con un formidable sonido, bello, afinadísimo, pleno y sutil, cada una de las interpretaciones de Scobie fueron a la par deliciosas y virtuosísticas. Su fastuosa técnica tanto del arco como de una digitación espectacularmente ágil y precisa se acompañaron de una personalidad única, de fuerte carisma y conexión con la audiencia que abarrotaba la sala de cámara. Fueron especialmente ensoñadoras las melodías que recordaban da su tierra escocesa, de A collection of old scots tunes de Francesco Barsanti, pero su virtuosismo magistral en las piezas de Corelli, por nombrar a alguno de los compositores del largo recital, dejaron entusiasmado a todo aquél que lo escuchó.

No se quedó atrás en cuanto a calidad musical su colega tañedor de la viola da gamba, Teodoro Baù, musico italiano que ha participado en otras formaciones en el presente ciclo, pero que aquí fue el momento en donde descubrió sus descomunales dotes artísticas. Baù es una de esas personas que parecen nacidas junto a su instrumento, que todo lo que hace es tan natural y orgánico que pareciera lo más fácil y lógico del mundo, cuando realmente es un prodigio de la técnica y del virtuosismo más altos que podemos encontrar. Un buen ejemplo de su arte y técnica individuales fue la Sonata para violín y bajo continuo en fa mayor, op. 5 nº 10 de Arcangelo Corelli, arreglada para viola da gamba, en esta ocasión. Su autoridad en la interpretación es tal que nos olvidamos al instante de que este instrumento no posee habitualmente la destreza ni las capacidades técnicas que pudimos disfrutar en sus manos. La velocidad del arco, la pasmosa facilidad de su impecable mano derecha y un sometimiento de la música por parte del intérprete con una tranquilidad constante en todos sus pasajes fueron una constante.

Sergio Bucheli en el archilaúd y Jonathan Cohen en el clave fueron la sólida base armónica de intachable seguridad a la que se sumó una fantasiosa y acertada realización de cada arpegio del bajo continuo, a la vez que fueron el cómplice perfecto para la cohesión del cuarteto de excepcionales músicos en una velada que exigió y exprimió al máximo a cada intérprete y que hizo las delicias de todos y cada uno de los venturosos melómanos concurridos a la velada.

Para concluir este recorrido por los conciertos de mayo que este ciclo tan elevado en cuanto a calidad nos ha brindado durante estos días, una de las obras cúlmenes de Jean-Phillipe Rameau (1683-1764) en una de las interpretaciones más inolvidables que recuerdo, fueron el clímax que cerró el presente período.

Pudimos presenciar, seguramente por vez primera en España, de la representación en versión de concierto de la ópera Les Boréades, de Jean-Phillipe Rameau a cargo del director checo Václav Luks y sus conjuntos vocal e instrumental Collegium Vocale 1704 y Collegium 1704, junto a un soberbio elenco vocal.

Les Boréades, cuyo título original completo es Abaris ou Les Boréades es una tragedia lírica compuesta por encargo de la ópera de París. La obra fue puesta en ensayo en la primavera de 1763, pero fue abandonada antes de su estreno. El autor de su libreto es incierto, pero a menudo se atribuye su autoría a Louis de Cahusac (1706-1759), libretista de muchas de las obras de Rameau. Sufriendo de “fiebre pútrida” en 1764, Rameau murió el 12 de septiembre, por lo que la obra no fue representada ni publicada en su momento. Su primera representación completa tuvo lugar en Londres, a cargo de Sir John Eliot Gardiner y sus músicos, en 1975. Su música es absolutamente fascinante, descriptiva, conmovedora y está repleta de belleza.

La primera cuestión que debo mencionar fue el asombroso número de intérpretes que nos encontramos sobre el escenario madrileño, algo que fue un acierto absolutamente necesario para la completa y satisfactoria interpretación de la ópera, algo que agradecemos a los responsables del CNDM por el elevado coste que habrá supuesto. El coro de intérpretes checos al completo y una de las señas de identidad más queridas que acompañan a Luks en sus interpretaciones, estuvo integrado por cinco cantantes por cuerda, algo que en interpretaciones en el actual panorama musical es asombroso, y que fue una absoluta brillantez para el resultado de la interpretación, dado el papel imprescindible, que no numeroso, que juega el coro con la nutrida y desbordante instrumentación de Rameau. Además, las sopranos Helena Hozová, Pavla Radostová y Tereza Zimková, miembros del coro, tuvieron destacadas y excelentes intervenciones solistas en uno de los pasajes finales del último acto, mostrando las tres bellísimas voces de excelente dicción francesa y volumen completamente apropiado. El coro al completo se mostró como un sólido conjunto de precioso sonido, perfecto empaste sonoro, absoluta afinación y poseedor de un sinfín de registros y condiciones dúctiles soberbias que encajaron en todo momento con la disciplina y entusiasmo de Václav Luks.

La orquesta dada su numerosa formación, 6-6-5-3-2, dos flautas, dos oboes, dos chalumeaux, dos fagotes, dos trompas, clave y un percusionista que tocó más de cinco instrumentos distintos, pudo abordar de un modo completamente satisfactorio la exigente, compleja, teatral y colorista creación de Rameau.

La rotundidad de la orquesta y su riqueza sonora fueron patentes desde el comienzo de la obertura, todo un paradigma de este francés género, desempeñado con la naturalidad y aplomo que solo las grandes formaciones saben y pueden realizar.

Los solistas vocales cumplieron todos con sus distintos cometidos y dieron buena muestra de su formidable calidad técnica y derrocharon una muy ensayada teatralidad y puesta en escena que mantuvieron el espectáculo con la tensión necesaria y con la coherencia de mantener la trama teatral cuando faltan todos los elementos escénicos necesarios.

Quizás a quien debemos destacar especialmente es a la soprano Deborah Cachet, quien dio un fastuoso ejercicio de naturalidad, espontaneidad y dominio técnico de su exigente papel de Alfisa, exhibiendo, además un poderoso instrumento de dulce timbre que no se desdibujó en su agudo registro. Caroline Weynats, mezzosoprano, fue asimismo una excelente Senmira en un  papel que encajó a la perfección a su cálido timbre más grave que su brillante compañera.

El tenor Philippe Talbot tuvo la difícil tarea de desempeñar uno de esos roles tan absolutamente agudos ideados para el registro de haute-contre, tan amado por el gusto francés, pero tan difícil de abordar. De bello timbre, Talbot no disimuló la tirantez de los pasajes más agudos en su voz, pero fue un sólido y poderoso Abaris de noble y bella voz con un dominio del fiato encomiable.

El barítono-bajo Christian Immler fue la gran voz del registro grave de la velada, pese a su breve, pero fundamental intervención como Bóreas, al final de la ópera. Aclamado como uno de los grandes solistas vocales del momento, Immler mostró su bella voz de riquísimos armónicos y poderoso agudo, atesorando una regia presencia escénica, que le vino como anillo al dedo a su regio rol.

Václav Luks dirigió con una naturalidad insultante al numeroso elenco en una música de una complejidad enorme y de un poder fastuoso, que necesitaba de grandes solistas en los vientos, los tuvo, especialmente en las maderas, y que nos mostró la excelencia de su primer violonchelista, Libor Mašek, encargado de ser el cello solista de los recitativos durante toda la creación sonora, atesorando un bellísimo sonido, una pulcra afinación y una musicalidad y atención y mimo constantes con cada uno de los solistas. El clavecinista Pablo Kornfeld fue el colega ideal de Mašek, dibujando un excelente desempeño en su compleja labor de desgranar todos y cada uno de los acordes de tan extensa y compleja creación.

Mención aparte debe tener el percusionista Michael Metzler, auténtico prodigio de la percusión barroca y que tocó más de una decena de instrumentos distintos de un modo realmente magistral, llamativo y excepcional, convirtiendo las escenas de tormentas y fenómenos meteorológicos que describe la música y la trama en verdaderos espectáculos sonoros, dignos de la banda sonora más excelente de cualquier filme de Hollywood de catástrofes, y situando a la perfección el carácter distintivo de cada danza con sus extraordinarias intervenciones.

Vaclvs Luks fue el verdadero genio humilde que supo conducir al mejor de los puertos tan extraordinaria creación sonora, mostrando un modesto, sereno, entusiasta, experto e inspirador desempeño en cada intervención, y no dejando decaer en ningún momento su enérgica tensión y la concentración de esta soberbia creación. Fue, además, un total cirujano minucioso de todas y cada una de las innumerables entradas, voces e intervenciones, tanto vocales como instrumentales, de la partitura.

El público respondió con una abrumadora ovación a estas inolvidables interpretaciones, que los músicos devolvieron agradecidos interpretando de nuevo la maravillosa e inolvidable melodía de la Primera Gavota del Ballet del acto cuarto.

Han sido unos intensos, formidables e inolvidables días de mayo de 2024 por los conciertos ofrecidos en ‘Universo Barroco’. Tan solo quedan dos citas más del ciclo y pronto será la presentación de la nueva temporada. No podemos estar más ansiosos en descubrir qué delicias nos aguardan.

Simón Andueza

 

Sandrine Piau y Arianna Venditelli, sopranos, Anne Hallenberg, mezzosoprano, Paul-Antoine Bénos-Djian, y Rémy Brès-Feuillet, contratenores, Mathew Newlin, tenor y John Chest, barítono. Il Pomo d’Oro, Francesco Corti, clave y dirección.

George Frideric Haendel: Berenice, regina d’Egitto

19 de mayo de 2024, 18:00 h, Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música, Madrid.

 

Arcangelo, Jonathan Cohen, clave y dirección.

El arte de la improvisación. Obras de Arcangelo Corelli, Georg Philip Telemann, Francesco Barsanti, Philipp Heinrich Erlebach, Giovanni Antonio Pandolfi Mealli, Johannes Schenck y Heinrich Ignaz Fran von Biber, con arreglos de Arcangelo.

22 de mayo de 2024, 19:30 h, Sala de Cámara del Auditorio Nacional de Música, Madrid.

 

Deborah Cachet y Caroline Weynants, sopranos, Philippe Talbot y Sébastien Droy, tenores, Tomáš Král y Lukáš Zeman, barítonos, Tomáš Šelc, bajo, Christian Immler, barítono-bajo. Helena Hozová, Pavla Rodostová y Tereza Zimková, sopranos. Collegium Vocale 1704, Collegium 1704, Václav Luks, director.

Jean-Philippe Rameau: Les Boréades.

26 de mayo de 2024, 18:00 h. Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música, Madrid.

 

Las imágenes son de © Elvira Megías & © Rafa Martín (Berenice)

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